“¿Qué pasa con el agua?”. La pregunta se repetía como un eco infinito en la capital entrerriana, la ciudad que lleva el mismo nombre del gran río, desde principios de 2020. Debió haberse repetido en todas las ciudades atravesadas por el Paraná, en Argentina, Brasil y Paraguay. Cuando se vive en un lugar donde murmura y se mece el gran manto de agua marrón, verlo irse dejando la tierra desnuda, sus entrañas al descubierto, transforma el paisaje. Y la vida.

De las canillas no salía agua. Los pescadores no encontraban sustento. Las rutas navegables estaban secas. Las personas podían caminar sobre su lecho. La bajante histórica del río Paraná, que tuvo su punto álgido en marzo del 2020, afecta a toda la Cuenca del Plata, que es, por su extensión y el caudal de los ríos que la conforman, una de las más importantes del mundo. 

“Incluye la región que de manera directa o indirecta descarga al río de la Plata. Ahí está el río Paraná en toda su extensión, desde las nacientes en Brasil; también está toda la Cuenca del Paraguay, la del Iguazú, la del Uruguay, la del Pilcomayo, la del Bermejo, entre otros que la transforman en una cuenca enorme de más de tres millones de kilómetros cuadrados”, explica Juan Borús, subgerente de Sistemas de Información y Alerta Hidrológico del Instituto Nacional del Agua (INA). Y sigue: “Por su tamaño invita a pensar que hay una multiplicidad de situaciones que se pueden dar al mismo tiempo. Es una cuenca complicada”.

El principio: una sequía que afectó a todo el continente

La Cuenca del Plata ocupa la quinta parte de Sudamérica e involucra a cinco países: Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay. Por eso, cuenta Borús, hace más de 50 años firmaron el Tratado de la Cuenca del Plata para crear “un marco de intercambio, atención, vinculación, discusión y tratamiento de todos los temas importantes”. Y crearon el Comité Intergubernamental Coordinador de los Países de la Cuenca del Plata (CIC). En estas décadas el vínculo forjado a través de ese organismo se consolidó y logró una dinámica de trabajo eficaz, con respuestas rápidas a situaciones de emergencia y proyectos en común para optimizar procesos y estudiar la actividad de los ríos que los unen.

Pese a esto, dice Borús, y a que la subgerencia que dirige vigila constantemente las lluvias, la humedad de los suelos y cómo evolucionan los ríos que conforman la cuenca con una gran capacidad para anticiparse a fenómenos climáticos, la naturaleza se manifiesta aún más rápido. “No es que siempre estamos atrás, pero hay margen para las grandes sorpresas y esta bajante, de alguna manera, es una sorpresa porque responde a una sequía que en algún momento, entre abril y mayo del 2020, llegó a comprender prácticamente todo el continente sudamericano. Y en algunos sitios, como la franja media de Chile, se dio muy intensamente”, explica.

La sequí histórica que afectó la región provocó una disminución muy marcada de los afluentes al río Paraguay y al río Paraná. Imágen: NA

“En Argentina, toda la zona de Cuyo, del Comahue, estaba en condiciones de sequía histórica. En la Cuenca del Plata se empezó a manifestar, primero, en la región del río Paraguay, después en la del Paraná, luego en Brasil, en la del Uruguay, en la del Iguazú y finalmente terminó cubriendo la cuenca completa. Y eso dio lugar a una disminución muy marcada de los afluentes al río Paraguay y al río Paraná, que de a poco fue disminuyendo el caudal y se hizo crítico en marzo del 2020”, repasa Borús.

La bajante del Paraná irrumpe, así, marcando un récord histórico que supera lo visto y estudiado en los casi 140 años de datos que existen sobre el río. Si bien otras alcanzaron una magnitud similar, ninguna perduró tanto tiempo.

Ríos voladores: qué son y qué tienen que ver con la bajante

“Los ríos no nacen en un lugar preciso. Los ríos son atmósferas oceánicas cálidas, son vientos, aire húmedo y lluvia sobre los bosques tropicales; son selvas lluviosas y evapotranspiración; son nieves andinas que deshielan y surcan en ‘rápidos’, que se aquietan en anchuras y meandros (curvas del río). Se hacen sedimentos y bordes inundables; corren entre islas y deltas, y así van remansando y hablando en su lenguaje de ciclado eterno. Y se hacen de nuevo un mar”.

El bioquímico y ambientalista Sergio Daniel Verzeñassi, que también preside el Foro Ecologista de la ciudad de Paraná, describe así los ciclos aéreos que forman los ríos. “Se le llama ríos voladores o ríos del cielo a las corrientes de humedades atmosféricas que son las que trasladan las humedades necesarias para alimentar una buena parte de los caudales de los ríos que finalmente terminan conformándose como nacientes (por llamarlo de algún modo porque en realidad los ríos no tienen lugares específicos de nacimiento si no que son todos ciclos hidrológicos)”, agrega el investigador.

En la Cuenca del Plata, detalla, el río Paraná, el Uruguay y los que contribuyen a sus aguas se forman, en parte, con precipitaciones que son consecuencia de la humedad proveniente del océano Atlántico que es empujada, en forma de vapor, por vientos que pasan sobre la selva amazónica donde una parte cae en forma de lluvia al abrazar, en su elevación, una masa fría. Otra parte de esos ríos aéreos continúan su recorrido alimentados, a su vez, por la evapotranspiración -la pérdida de humedad por evaporación junto a la pérdida de agua por transpiración de la vegetación- de la selva.

Los ríos dependen de ciclos aéreos: de humedad, de lluvias, de vegetación y de distintos frentes de aire para sobrevivir. Imágen: NA

Los árboles, la selva y las lluvias

José Marengo y Antonio Nobre, investigadores brasileños especializados en el tema, midieron y calcularon cuánto transpiran los árboles de la Amazonia según su frondosidad y concluyeron que un árbol con una copa de unos 20 metros de diámetro puede transpirar más de mil litros de agua por día.

“Entonces, la humedad atmosférica que transcurre a manera de río volador o río del cielo hacia la cordillera de los Andes es de veinte billones de litros de agua que son transpirados diariamente por los árboles de la cuenca amazónica. Esa humedad es la que choca contra la pared de la cordillera, antes de llegar al Pacífico, y participa de la formación de glaciares, de hielos permanentes y otros que por derretimiento van a conformar las nacientes de los ríos de montaña que bajan a la llanura. Otra buena parte de esa humedad, por el empuje del viento, recorre la ladera este de la cordillera generando las humedades ecuatorianas y peruanas; y al llegar a la altura de Bolivia ingresa con dirección sureste y genera lluvias que alimentan la Cuenca del Plata”, explica Verzeñassi.

En todo este recorrido la humedad que conforman estos ríos del cielo va chocando con frentes fríos en sitios con vegetación, precipitando y, a la vez, alimentándose de la evapotranspiración de plantas y árboles. Así lo hace en el Pantanal brasileño -ubicado en la región del Mato Grosso del Sur y extendiéndose hasta Paraguay y Bolivia- donde conforma lo que se consideran las nacientes de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, descargando en las precipitaciones el agua que trae desde el Atlántico.

El impacto directo de la deforestación

Si bien, como señala Verzeñassi, no se puede precisar con exactitud qué porcentaje de esas lluvias forman los ríos de la Cuenca del Plata, es decir, cuál es el aporte que hace la selva amazónica, cuál el que hace el Pantanal y cuál el qué hacen los montes y bosques argentinos para generar la precipitación que alimenta los ríos, lo que sí se sabe con certeza es que en agosto del año pasado el nivel del río Paraná estuvo por debajo de la mitad del nivel promedio que ha tenido los últimos 28. Y si bien es cierto, como señala Borús, que la pérdida de caudal se debe a la sequía por falta de lluvia, Verzeñassi es inapelable: la sequía se debe a la deforestación.

“En los últimos cinco o diez años la Amazonia ha perdido entre 10 o 12 mil kilómetros cuadrados de superficie. Para tomar una idea de lo que esto significa, es como hacer un trazado lineal desde Ushuaia hasta la Quiaca en una franja de dos kilómetros de ancho. Eso es lo que se ha deforestado. Y continúa. A eso se le suma la pérdida de masa boscosa por la explotación de la palma aceitera en la selva amazónica de Perú, que conforma una buena parte de lo que significa el negocio del aceite en el mundo por el rendimiento comercial que tiene. Se han perdido alrededor de 60.000 mil hectáreas y ahora va por 120.000 más solicitadas por la agroindustria en su intento de expandir la frontera agrícola, que suena muy lindo pero en los hechos es una tragedia socioambiental”, sentencia.

Ante la pérdida de árboles, explica, los ríos voladores pierden “estaciones de descarga, que son los espacios de selvas y bosques que han sido devastados”. Al no tener estos sitios donde precipitar poco a poco y retroalimentarse con la evapotranspiración de la vegetación, las corrientes húmedas se desplazan a mayor velocidad y precipitan con más potencia en menos lugares generando inundaciones. “Y después vienen las etapas de sequías porque lo que va cambiando es el régimen hidrológico de esas corrientes de agua”, es decir, se altera el ciclo del flujo de agua.

Imagen: Leandro Teysseire

El objetivo de la deforestación depende del lugar. Son los granos o la ganadería de forrajes en Argentina, es la minería en Brasil, la palma aceitera en Perú. Para todos estos fines comerciales se talan árboles.

Sin árboles no hay ríos del cielo. Sin ríos del cielo no hay ríos en la tierra.

El impacto regional de la bajante

La pérdida del caudal del río trajo diferentes consecuencias en los países atravesados por el Paraná, principalmente, en las ciudades que viven en sus costas. Borús dice que desde que comenzó a acentuarse la bajante desde el CIC empezaron a desarrollar reuniones bilaterales asiduas entre los países afectados -Argentina, Brasil y Paraguay- que aún continúan. Lo que buscan es tratar de administrar de manera justa la poca disponibilidad de agua para que satisfaga las necesidades de los tres territorios.

Entre las más urgentes, el especialista señala que Brasil necesita el agua para cubrir su demanda de energía eléctrica porque un 60 por ciento depende de la hidroelectricidad. A Paraguay le preocupa, sobre todo, la vía navegable para transportar su cosecha en trenes de barcaza. La mayor preocupación de Argentina es la de las tomas de agua para consumo urbano en las ciudades ribereñas. “Se trabajó mucho en ello y se contemplaron muy bien los requerimientos de los tres países. Creo que es un ejemplo de relaciones internacionales a nivel mundial lo que se está haciendo con la cuenca del Paraná”, asegura.

Para Verzeñassi todavía falta comprender que la bajante del río es consecuencia de la deforestación y que lo que sucede a miles de kilómetros, en la selva amazónica, puede causar, como el efecto mariposa, catástrofes en otros territorios. Hasta que eso no quede claro, cree, no habrá una toma real de conciencia de lo que sucede, ni se le dará a este tema un lugar preponderante en la agenda de la política exterior.

Imágen: Télam

Territorio sacrificado y el río que queda

“Es de una altísima miopía pensar que el problema es que los trenes de barcaza ahora tienen que cargar la mitad del cereal porque no hay profundidad para el tránsito o que cuando faltan lluvias lo único en riesgo es la siembra en el campo, como si no tuviera que ver con la vida de quienes habitamos estos territorios. La lluvia también influye en el aire que respiramos, en el agua que tomamos. Lo que está en riesgo es la continuidad de la biología de los lugares afectados”, agrega.

El investigador sostiene también que los daños de los territorios "están impresos en los daños de nuestros cuerpos y eso es lo que cuesta hacer entender a quienes priorizan el comercio exterior o deciden otorgarle a un lugar el rol de ser el principal exportador de aceite o de granos". "Atribuirle a una región la condición de abastecedora de lo que el planeta necesita es una manera elegante de decir que a ese punto del mundo se le ha dado el carácter de territorio sacrificado”, dice por último.

Borús dice que según las predicciones que realizan semanalmente desde el INA el panorama no es muy alentador y lo más probable es que por varios meses más el río mantenga un nivel medio entre lo extremadamente bajo que estuvo a principios del año pasado y lo que debería ser su nueva normalidad. Es decir: las aguas seguirán bajas, pero no se espera que haya una nueva situación crítica.

Verzeñassi cree que el caudal que el Paraná tiene ahora, es decir, menos de un 50 por ciento de lo que solía ser su opulencia, será el definitivo. Con probabilidades de que el deterioro avance y el río, en silencio, retroceda.