Buenos Aires es una de las capitales del mundo con mayor biodiversidad y presencia de aves: hay registradas más de 300 especies (en el país se encuentran 1042 en total) y casi todas fueron observadas en la Reserva Ecológica Costanera Sur, aunque también hay otros espacios verdes para visitar. Esta nota propone, sin alejarse de la urbe, pasar un día en la naturaleza, descubrir aves de lagunas y de pastizales, observar insectos y conocer plantas nativas que, por ser oriundas de esta zona, están adaptadas a este ambiente y condiciones climáticas y crecen sin necesidad de un seguimiento tan minucioso como suele ocurrir con las plantas exóticas (las que provienen de otros lugares, como las rosas) que requieren más cuidados.
VERDE MUY VERDE Cada estación del año tiene lo suyo, según explica Alejandro Galup, especialista en plantas nativas: “El invierno nos permite apreciar en todo su esplendor el ramaje fantástico de ciertas especies de árboles nativos como es el caso del pacará, cuya imponente copa puede superar los 20 metros de diámetro, o el ombú, que con su ramaje y tronco tortuosos invita a los niños -y a los no tanto- a jugar a las escondidas entre su recovecos”.
Los espacios verdes en una ciudad mejoran notablemente la calidad de vida de sus habitantes porque además de permitir conectarse con la naturaleza proporcionan un lugar de encuentro, descanso y “Alivio” al encierro que a veces se siente entre tanto cemento. Carlos Fernández Balboa, coordinador de Educación de Vida Silvestre, cuenta que la ciudad de Buenos Aires posee unas 700 hectáreas reales de espacios verdes parquizados, lo que implica que cada porteño dispone de un poco más de dos metros cuadrados para su aprovechamiento. Y un dato extra: esta cifra que representa una disminución del 75% con respecto a la superficie existente a principios del siglo XX.
“Además de las tres áreas protegidas que corresponden a la administración del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (Costanera Sur, Reserva de Lugano y Costanera Norte) hay otras 14 reservas naturales urbanas que enriquecen nuestra vida y conservan la naturaleza regional”, describe. “Entre las más importantes podemos mencionar la Reserva de Vicente López, el Parque Ecológico Cultural Guil[RTF bookmark start: ]_GoBack[RTF bookmark end: ]_GoBacklermo H. Hudson en Florencio Varela o el Refugio Educativo de Ribera Norte en San Isidro. Pero lo importante es que tanto municipios como la provincia de Buenos Aires y muchas organizaciones de la sociedad civil se han preocupado por mantener espacios significativos de nuestra naturaleza como testimonio representativo de las lagunas y pastizal pampeano. Sin este desvelo no tendríamos posibilidades de reconocer los testimonios de nuestra naturaleza pampeana”.
Volviendo a las plantas, debido a sus llamativos atributos y su nombre un tanto particular, hay también otro árbol especial que seguramente fue común en los bosques que poblaron la ciudad antes de su urbanización: el sombra de toro, de follaje verde oscuro y reluciente, hojas en forma de rombo y flores muy pequeñas y poco atractivas, pero con una fragancia dulzona que sorprende por lo agradable y persistente, apreciable durante la mayor parte de los meses fríos. “Otra especie que también florece en esta época del año es el fumo bravo, muy abundante y fácil de localizar en varios sitios de la Reserva Ecológica”, describe Galup. “Sus flores color violeta contrastan sobre su follaje, que es de un bello tono grisáceo y, como fuera poco, en esta época del año suele estar cubierto con sus pequeños frutos amarillos, muy apreciados por las aves silvestres, que son fáciles de observar mientras los consumen”.
LAS QUE SE DEJAN VER La observación de aves tiene un gran potencial como herramienta de conservación ya que permite entender y apreciar cómo funciona un ambiente natural. Se estima que hay 78 millones de observadores de aves en todo el mundo (46 millones son de Estados Unidos y tres millones de Reino Unido) y, en la actualidad, la Argentina todos los años recibe alrededor de 30.000 turistas que llegan para conocer la enorme diversidad de especies de aves de y paisajes únicos que hay en nuestro país.
“En la Ciudad de Buenos Aires los lugares por excelencia para ver aves en una caminata de apenas dos horas son la Reserva Ecológica Costanera Sur y también los grandes parques como los bosques de Palermo o la Facultad de Agronomía, donde también están los Clubes de Observadores de Aves (COAS) que realizan salidas gratuitas y censos que aportan información valiosa sobre las poblaciones de aves”, resume Adela Marcó, coordinadora del Programa Aves y Turismo de Aves Argentinas, organización nacida en 1913. “En Aves Argentinas sostenemos que no se cuida lo que no se quiere y no se quiere lo que no se conoce, por eso promovemos el conocimiento de la naturaleza que nos rodea en el entorno urbano, para que la gente sepa que vive en una ciudad con una riqueza natural que debemos aprender a observar, disfrutar más y proteger”. Una de las últimas herramientas presentadas con este objetivo es una aplicación gratuita para celulares para identificar y conocer las aves de la Argentina, que fue realizada con el apoyo del Ministerio de Turismo de la Nación y la Administración de Parques Nacionales. La aplicación contiene más de 1500 fotos, cantos, información y mapas de las 365 especies de aves más comunes y emblemáticas de nuestro país.
UN MICROMUNDO Más allá de las aves y los mamíferos que todos quieren ver, hay un mundo menos conocido, muy pequeño y riquísimo. Se trata de los insectos, cuya enorme diversidad abre un gran abanico de especies que se pueden observar con paciencia y aguzando la mirada. Solo en la Reserva Ecológica hay casi 100 especies de mariposas registradas y van desde las más fáciles de ver en las flores como las monarcas (Danaus erippus) y espejitos (Agraulis vanilae) y sus orugas sobre los mburucuyás, hasta las más difíciles como la llamativa bandera argentina (Morpho epistrophus argentinus). “También son muy interesantes para observar las libélulas, que siempre están en cercanías del agua, revoloteando buscando presas y parejas”, explica Gastón Zubarán, entomólogo autodidacta, “y las avispas como las camoatí (Polybia scutellaris), volando entre las plantas y buscando orugas de lepidópteros para alimentarse ellas y a sus larvas que esperan en el nido”.
También se pueden ver a la chinche tricolor o chinche de la malva (Dysdercus albofasciatus), que con llamativos colores nos advierte su presencia sobre estas plantas, y escarabajos toritos (Diloboderus abderus) que atraviesan los senderos caminando y buscando hembras para poder continuar con su especie. Por eso es fundamental circular con cuidado y estar atento si se anda en bicicleta porque siempre hay “alguien” que se cruza en los caminos de las reservas.
“Para poder observar insectos hay que tener paciencia y lo más importante: cambiar la mirada desde lo macro a lo micro”, enfatiza Zubarán. “En flores se ven insectos polinizadores, entre las ramas y hojas de plantas o arbustos, chinches alimentándose u otros insectos buscando refugio y, en troncos de árboles, desde caminos de hormigas hasta escarabajos ocultos en las cortezas”. Hay que prestar atención a las hojas “comidas” ya que pueden indicar presencia de orugas de mariposas, langostas o algunos escarabajos.
DESDE CHICOS Más allá de una jornada puntual de visita a un área protegida, ¿cómo puede un niño porteño tomar contacto con la vida silvestre, viviendo en un laberinto de cemento, vidrio y acero?
Según Gustavo Aparicio, director de Conservación de la Fundación Hábitat&Desarrollo, lo mejor es empezar visitando las reservas naturales cercanas de forma continua y asistiendo a clubes de pequeños naturalistas, cuidadores o pescadores, como los que se realizan en la reserva Ribera Norte y el Club de Pescadores ubicado en la Costanera.
“Luego habrá que comenzar a estudiar ya que la naturaleza y el arte se parecen en ese aspecto: a medida que uno va reconociendo aves, peces autóctonos, plantas nativas o mariposas, el disfrute es mayor y lleva menos tiempo hallar elementos de interés, igual que una persona que se entrena para apreciar las complejidades de la música, el cine o la pintura y cada vez disfruta más del arte que la rodea”, explica mientras da algunos datos para introducirse en el mundo natural: hay que acercarse a museos, jardines botánicos y centros de investigación donde se encuentran importantes colecciones de especies y hay investigadores de gran trayectoria, que muchas veces necesitan ayuda voluntaria para organizar campañas, clasificar material u ordenar bibliografía. Lo mismo ocurre con las reservas naturales y las organizaciones ambientalistas: en general reciben voluntarios que, con el tiempo, se vuelven investigadores, guardaparques, guías de naturaleza o conservacionistas que viajan a todos los rincones del país y a países vecinos. “Ciudades como Buenos Aires y los partidos bonaerenses son fundamentales para implementar una estrategia de conservación de la biodiversidad a nivel nacional”, reflexiona Aparicio. “Aquí vive casi la mitad de la población y es donde los habitantes deben tomar contacto positivo y afectivo con la naturaleza silvestre desde las edades más tempranas, ya que luego se convertirán en los profesionales que pueden ayudar a proteger la vida silvestre... o a destruirla”.