Las redes digitales, en las que tenemos interacción activa, tienen elementos en común: la importancia de las imágenes, las emociones y la superficialidad.
Tus vacaciones se convierten no solo en tiempo para descansar, sino para mostrarles a otros y otras tu felicidad inmediata. A la caza de “me gusta”, corazones y visualizaciones actualizamos minuto a minuto las redes de las plataformas digitales.
Según el filósofo y ensayista surcoreano, Byung-Chul Han,” el imperativo neoliberal ‘sé feliz’, que esconde una exigencia de rendimiento, intenta evitar cualquier estado doloroso y nos empuja a un estado de anestesia permanente”.
Pero ¿por qué lo hacemos? ¿queremos compartir nuestros momentos de felicidad o mostrarles a otros que somos felices y así lograr una aprobación social? ¿es el miedo al aislamiento lo que nos lleva a replicar esta práctica constante?
El mandato de la felicidad permanente y de un modelo de belleza excluyente se nos impone, lo reproducimos y terminamos reafirmándolo. “La creciente atomización y narcisificación de la sociedad nos hace sordos a la voz del otro. También conduce a la pérdida de la empatía. Hoy todo el mundo se entrega al culto del Yo. Todos los individuos se representan y se producen a sí mismos”, sostiene Chul Han.
Atravesada por la inmediatez de las redes, venerando las imágenes y navegando en la superficialidad digital, la prisión virtual se construye sobre los cimientos de nuestro narcisismo e inseguridades.
Pero no todo es la imagen de felicidad y vanidad. Según el Mapa Nacional de la Discriminación 2019 del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), el ámbito de las plataformas digitales e Internet, se percibe como el principal ámbito de discriminación: “la circulación del discurso del odio en el ámbito de Internet y específicamente en las redes sociales (digitales), añaden una serie de características que parece necesario no desatender. La comunicación es masiva y descentralizada, las redes tienen un enorme potencial multiplicador, los contenidos permanecen indefinidamente si no son borrados y pueden saltar de una plataforma otra”.
Pareciera que, en nuestra desesperada búsqueda por pertenecer y responder a las miradas dominantes, fortalecemos y reproducimos discursos discriminatorios y de odio. Según el trabajo citado del INADI hay una percepción social que discrimina específicamente a personas con sobrepeso, trans, con aspecto racializado, con discapacidad y en situación de pobreza.
Son caras de la misma moneda, una supuesta felicidad permanente expuesta a partir de imágenes que responden a un modelo de belleza hegemónica y la circulación de discursos discriminatorios hacia aquello que no es lo impuesto.
Las formas de comunicarnos, las imágenes que producimos y los mensajes que circulamos inciden, en mayor o en menor medida, en los discursos presentes en nuestra sociedad. Dejar de pensar desde la superficialidad y la inmediatez, fortalecer las miradas críticas y recuperar la empatía son pasos imprescindibles en el camino de la construcción de una sociedad menos violenta y más equitativa.
* Docente de la UNRN y licenciado en Comunicación Social, especialista en Comunicación y Culturas
** Integrante de la cátedra Delito y Medios de Comunicación (UNRN) y especialista en análisis e investigación de homicidios