Un adolescente de 18 años llamado Tom Holland –poco conocido en el drama hasta el momento y mucho más que anónimo para las películas de acción– cuenta que como buen millenial, estaba tranquilo scrolleando Instagram cuando se enteró que iba a tener poderes arácnidos. Él, que ni siquiera había nacido en Queens, Nueva York, sino en Kingston Upon Thames, Londres, y que era más experto en pasos de ballet que en escenas de combate, se despabilaba atónito sobre la cama, mientras leía un comunicado público de Marvel que lo coronaba como la esperada nueva encarnación del Hombre Araña en la película Capitán América: Civil War. En ese momento y con razón, el chico se quedó helado, sosteniendo el celular en una mano y a su perro en la otra, sin atinar siquiera a contarle a sus papás. Pero esto fue ya hace un par de años: cuando Sony –dueña de los derechos del arácnido– le dio el esperado pase para regresar a su hogar original en el Universo Marvel y unirse al entramado de historias que han estado conectando desde Iron Man. Antes de que Holland se convirtiera en la adorable estrella primeriza que es hoy, una que termina dándole spoilers a la prensa sin darse cuenta y, que en plena promoción de la película, en vez de ponerse el traje arácnido prefiere ir a los programas de TV a exhibir su verdadera pasión: el baile. Y también antes de que el director Jon Watts decidiera que Spiderman: Homecoming, la tercera encarnación del más púber de los superhéroes, tenía que ser mucho menos un despliegue de acción y grandilocuencia y mucho más, una comedia de sensibilidad adolescente al estilo de John Hughes. Una que se esmerara en explorar lo que sus antecesoras versiones tanto habían ignorado: que tener superpoderes no hace la adolescencia menos confusa. Que cuando se saca el traje, Peter Parker es apenas un chico con acné.
Sin desmerecerlo, por supuesto, Peter Parker fue el primer chico con acné que en los sesentas protagonizó su propia historieta sin ser el ayudante de un superhéroe adulto, y que con entendimiento y sensibilidad generacional, les habló directamente a sus jóvenes lectores contemporáneos. Por eso, con esa misma sensibilidad, la nueva vida de Parker transcurre muy parecida a la que acusa el mismo Holland: en la cotidianeidad de una secundaria neoyorkina de descriptiva y consciente actualidad, donde es de lo más normal que los alumnos eleven drones en el recreo y que la tecnología haga sentir que ser un superhéroe parezca efectivamente posible.
Al nuevo Peter Parker se lo conoció más íntimamente hace apenas un par de meses en una performance para la televisión norteamericana. Por la que, según él, el público lo recordará mucho más que por la película. En ella, imitando magistralmente una coreografía de Rihanna y llevando el corset casi mejor que la cantante, el joven Holland hizo gala de unos dotes para el baile por los que le hicieron bullying en la escuela mucho más que a Peter Parker. Como sucesor de Tobey Maguire y de Andrew Garfield, este londinense que ahora acusa apenas veinte años, se asoma como el más joven de los arácnidos. Uno que viene a reclamar la eterna adolescencia del superhéroe, ahora devenido en millennial, y hacer que las intervenciones de los Vengadores, en la película ya playboys y consejeros escolares full time, parezcan casi vetustas. Según cuenta, el chico era un gran fanático del arácnido desde mucho antes: “Aunque fanático es poco. Tenía el disfraz, las sábanas y el odio por Batman”, bromeó en el estreno de la película. “Peter Parker es el superhéroe con el que es más fácil identificarse, porque vive básicamente las mismas experiencias que uno. La pubertad, intentar hablar con chicas o hacer la tarea. Todo esto lo hace muy humano”. Aunque, para ser justos, la vida de Holland ya se trata bastante poco sobre todo eso, él asegura sentirse muy identificado con la ajetreada transformación de su personaje. Porque aunque metódicamente leyó todas las historietas y asistió por unos días a una secundaria para prodigios de la ciencia, su metamorfosis en héroe deviene de un mundo bien alejado de la súper acción y los dobles de riesgo: una precoz carrera nada menos que como bailarín profesional, que lo llevó a protagonizar, primero, la versión teatral de Billy Elliot a los 12 años (que, dicen, le quitó el aliento a la alta elite inglesa incluyendo al responsable de su banda sonora: Elton John) y luego, el drama español Lo imposible, donde entró por las puertas del cine a lo grande, compartiendo con Ewan McGregor y Naomi Watts. De ahí para adelante, el ritmo del ascenso fue tan vertiginoso que hasta su padre, el casi-famoso comediante Dominic Holland, publicó un libro extraño y kitsch –que se consigue por tres euros en Amazon– donde cuenta incómodamente, mitad orgullo de padre, mitad desidia de actor, cómo su hijo terminó por eclipsarlo.
Las aventuras de los superhéroes han expresado con elocuencia puntos de vista sobre la historia social y las inquietudes del mundo que habitan sus autores. No sorprende que en el que habitamos ahora, donde nunca ha existido más información y tecnología al alcance de la mano, las bombas explotan cada dos por tres y los Lex Luthors llegan a la presidencia de la vida real, un superhéroe afectado y seriote que, de cualquier forma va a salvar el día indulgentemente, parece un mal chiste. Y de hecho, las películas que se han tomado si mismas demasiado en serio, últimamente han terminado fracasando: El escuadrón suicida, o Batman vs Superman. En cambio, las que han apostado por insolentarse con sentido del humor, por explorar la humanidad de sus personajes, o por negarse a repetir estas historias contadas tantas veces y optar por revisitarlas, se han convertido en filmes memorables: Guardianes de la galaxia, la versión más lóbrega de Wolverine que propone Logan, o incluso el refrescante Lego Batman. Esta es también la línea por la que apuesta el tercer Hombre Araña, después de ser el hijo adoptivo de Sam Raimi (2002) y de Marc Webb (2012), este es el superhéroe que imita a Rihanna. El que se come un churro en Nueva York escuchando a los Ramones. El que fue co-guionado por uno de los actores estrella de las comedias de Judd Apatow y que va a seguir con la aventura sin siquiera gastarse en explicarnos la génesis de su historia otra vez. Y es un Tom Holland efectivamente adolescente ¡por fin! que además de continuar su práctica de parkour (otra de las excentricidades del chico, muy útil para su personaje) tuvo que ponerse a ver clásicos como La chica de rosa y El club de los cinco, e incluso Freaks and Geeks. Todo, porque entre telarañas y villanos, esta nueva versión del arácnido parece estar más interesada por la experiencia humana de la adolescencia –donde los asuntos más simples pueden parecer casi heroicos– que en las explosiones de armamento espacial. “Estoy muy emocionado por la forma en que se plantea esta película porque se concentra en un superhéroe mucho más joven. De todas las películas de superhéroes que vimos, pasamos por el soldado, el científico, el billonario, y ahora es el turno del simple chico” declaró Holland. “Hay algo interesante en darle poderes increíbles a un quinceañero y ver qué haría con ellos”.