Durante los años en que las feministas nos transformamos en la famosa marea verde, hubo un libro que se hizo muy conocido, “El cuento de la criada”. Una historia de ficción que también fue llevada al formato serie y ahí se hizo más masiva aun, con un traje característico para las mujeres, de vestido largo rojo y cofia blanca que incluso se vio replicado en nuestras marchas callejeras.
En ese momento, su autora, la canadiense Margaret Atwood, contó en una entrevista: "La división entre los derechos de la mujer y los derechos humanos es una falsa dicotomía. Una de mis fuentes fue la Argentina bajo el gobierno de los Generales. Tantas mujeres asesinadas y sus hijos robados", precisó. Entrelazando el concepto de la ausencia de democracia con el avasallamiento de los derechos logrados.
Es a este punto al que voy a referirme. Al vínculo intrínseco de los feminismos y las diversidades con el desarrollo de un sistema democrático y también a nuestra actualidad, frente al desafío de un 2023 que recién se inicia.
El ejemplo de “El cuento de la criada” aplica a esta idea porque el relato que se narra no ocurre en un tiempo pasado sino en un futuro cercano, o lo que hoy diríamos un futuro distópico. Un espacio de tiempo en el que gran parte de una sociedad moderna va siendo testigo de cómo un discurso totalitario avanza y se hace del poder, cercenando luego las libertades de la mayoría de sus habitantes. En el libro, eso es lo que ocurre en un lugar llamado la República de Gilead y da inicio a una etapa terrorífica.
En la vida real, al tiempo que muchas de nosotras levantamos nuestras banderas y salimos a la calle con una fuerza incuestionable, también observamos crecer los discursos de odio. Y producto de estos discursos, vimos hechos como la radicalización de grupos de extrema derecha en Europa, el asesinato de la dirigente Marielle Franco en el Brasil de Bolsonaro e incluso el retroceso legal sobre las leyes reproductivas en los Estados Unidos.
Fronteras adentro, el intento de magnicidio a Cristina nos dejó helada la sangre frente a la imagen televisiva de un arma apuntando a centímetros de su cabeza. Un hecho político gravísimo que nos demostró que lo que pensábamos que ya no iba a suceder, puede pasar. Y que frente a nuestras narices estábamos asistiendo a un proceso de fragilización de nuestra vida en democracia.
Como mujer política y feminista, me preocupa observar que hemos ido naturalizando que hay fuerzas políticas cuyas intervenciones parlamentarias, campañas electorales y declaraciones a los medios están enfocadas en generar una confrontación constante, sistemática y destructiva.
Esta estrategia, con la ayuda de voceros mediáticos y de las redes sociales, alimenta día a día el discurso de odio en la calle. Me refiero a esta nueva derecha que se asume sin complejos y que da una batalla cultural antiprogresista en todos los espacios.
"Un fenómeno que, más allá de la existencia de organizadores, financiadores y responsables (que siempre los hay), captura a segmentos de la población (inclusive algunos en contra de sus propios intereses económicos) para jaquear la democracia", analizó Cristina en relación el ataque golpista de los militantes bolsonaristas días pasados en Río de Janeiro.
Está estudiado que los actos verbales de odio son contagiosos y emocionalmente muy efectivos. E incluso más, son poderosamente aglutinadores a la hora de conseguir seguidores. Y así como son de convocantes, también generan acciones en consecuencia.
Entonces, creo que aquí está nuestro mayor desafío 2023 como militantes del feminismo. En sostener, bajo todo tipo de inclemencias, las banderas de la democracia.
Por supuesto que hay luchas concretas a nivel parlamentario y de políticas públicas que aún nos esperan porque la erradicación de la violencia de género, la equiparación en las tareas de cuidado y la equidad económica son la meta, y porque bien sabemos que sin inclusión social y sin crecimiento no hay igualdad de género.
Pero siendo este que se inicia un año electoral y en perspectiva de todo lo que sucede a nuestro alrededor, quise ocupar este espacio hablando de lo más básico, pero también lo más central en cualquiera de nuestras batallas: sin democracia no hay posibilidad de logro ninguno para el feminismo, ni para ningún colectivo que pelee por sus derechos.
Argentina no es Gilead, dijo Margaret Atwood cuando vio las imágenes de nuestras mareas verdes. Hagamos juntas que nunca lo sea.
*Diputada Nacional por el Frente de Todxs