Se han elucubrado muchas teorías en relación a los cambios que propiciaría la pospandemia en los seres humanos. Si bien los resultados se verán con el paso del tiempo, se decía --entre otras cosas-- que la pandemia nos iba a dejar como resultado una mayor "humanidad", que íbamos a cambiar nuestra visión del otro --semejante-- y hasta había grandes augurios de un mejoramiento en las intenciones humanas por un mundo mejor, con características de mayor solidaridad, empatía, etcétera.
La actualidad nos revela algunos datos bastante interesantes. Entre otros, podemos enumerar los siguientes:
- creciente aumento de enfermedades,
- arrasamiento del deseo en distintas aristas de la vida,
- aumento de estresores que generan mayormente ansiedad y depresión.
Hace poco tiempo conversé con una enfermera de hospital que llegó de Ucrania y comentaba que la situación era realmente desoladora. Le pregunté cómo y por qué tomó la decisión de realizar ese voluntariado y colaborar con la salud de mucha gente en estado de urgencia, a pesar de las bombas y del caos que representa una guerra. Su respuesta me asombró: "Fui a Ucrania porque cuando ya no quedan ni los que toman fotos, es ahí cuando más nos necesitan".
"Ni los que toman fotos", frase que subraya la posibilidad de que un sujeto pueda dejar a un costado algo de su narcisismo por una causa que es superior.
Posiblemente utilizamos el término narcisismo para dejarlo pegado a egocentrismo cuando queremos referirnos a personas que solo "pueden ver su propio ombligo". No está tan alejado de lo que implica y significa, sin embargo, el narcisismo es un poco más complejo que decir eso.
Hay una necesidad que es primaria y fundamental en relación al narcisismo, esto es, en los orígenes del desarrollo humano (psíquico, social y biológico) para poder hacernos un cuerpo "unificado" precisamos que la libido se concentre primero en uno mismo.
En el transcurso de la vida siempre será necesario algo de narcisismo para no perder el amor hacia uno mismo; sin embargo, en el lazo social, ese narcisismo deberá tomar otro camino, o sea: la líbido no podrá ser toda "yoica" porque para que el aparato psíquico consiga algún tipo de homeostasis (un toque de equilibrio) es necesario que la libido "vaya y venga", que la libido se vuelque hacia otros objetos del mundo: personas, ideas, pensamientos, artes y demases ingredientes del mundo exterior.
Cuando la líbido logra recorrer el afuera, volver hacia uno, volver a retirarse, distribuirse en distintos objetos, los afectos del cuerpo suelen ser más alegres, comportan una melodía más armoniosa y nos nutrimos de experiencias y vivencias que se van registrando con cierta sensación de bienestar. Si, además, ese lazo hacia el afuera se desliza en un vaivén que acaricia lo incierto como un componente más del hecho de vivir y si producimos actos (o en acto) que están conducidos por nuestro deseo, se afloja el superyó y la sensación de culpa se debilita al punto tal de sentirnos más cercanos a nosotros mismos, es como cuando decís "es por acá".
A menudo sucede que se intenta disfrazar a la culpa de otras cosas, y se acumulan una inmensidad de explicaciones para que nuestra sensación culposa se amengüe. Pero es sencillo lograrlo, es como cuando le explicamos a otros "lo hice porque vos me hiciste esto otro". No nos vamos a sentir mejor por eso, es más, lo más probable es que el superyó --que nos ordena ¡gozá!-- se potencie y nos genere mayor dolor.
La culpa, como dice la canción de Wos, "Es un dictador dentro mío / un ruido que solo sentencia / cargo una piedra conmigo / pesa mil kilos de viejas creencias" (...) "Y nada nos sale bien".
Y nada nos sale bien porque, parafraseando a Lacan, quien siente culpa ha retrocedido frente a su deseo. Es cierto que las cosas terminan "saliendo" de algún modo u otro, pero hay que resaltar ciertas diferencias entre que "salgan" de un modo autómata sin siquiera registrar nuestro acto y/o el del otro, que salgan de un modo evitativo, casi como si escupiéramos el piso haciéndole la vendetta a nuestro propio acto o que "salgan bien", pero con "bien" me refiero a sentir el bienestar, el alivio que se produce cuando nuestro deseo y nuestro acto se dan la mano en profunda amistad.
Y no porque sí lo nombro como una amistad. Comencé hablando del narcisismo y la complejidad del lazo social (vínculos familiares, amorosos, sexoafectivos, amistosos, etcétera) en los sujetos sumamente narcisistas. Hay personas a las que les "bancamos" ese narcisismo, pero en el mismo orden nos produce cierto rechazo, es allí cuando contamos con la posibilidad de dosificar el lazo, único modo de ofertar un lugar a un narcisista: armando ese lazo en "dosis".
Observamos en la actualidad una exacerbación del narcisismo, la cual no juzgo, más aun habiendo atravesado una pandemia (donde, como ya sabemos, la cuarentena complicó y obturó los lazos sociales y al menos, por ahora, no vislumbramos aquellos augurios sobre la raza humana).
Esto abre algunas preguntas ¿será esta exacerbación del narcisismo lo que dificulta tanto los vínculos actuales? ¿es posible reflexionar sobre la modalidad vincular que mantengo con otros? ¿En verdad le hago un lugar al otro? ¿Le permito a la libido que "vaya y venga"? ¿Qué sucede con los sujetos en la pospandemia y sus versiones de humanidad? ¿Alimento experiencias, vivencias, haciendo espacio para que el otro hable, cuente, actúe, etcétera?
Hoy por hoy, "bajarle el precio" al narcisismo, reconducir la libido hacia el mundo exterior, escuchar, ofertar un espacio, un cuidado, alojar a un otro, es casi un acto revolucionario.
Florencia González es psicóloga y psicoanalista. Autora de Lo incierto (Ed. Paco, 2021).