Todo se inició en Troya, donde mandar fruta en la receta del caballo, logró conquistar la mejor fórmula para entrarle.
Es así, que de la historia siempre nacen leyendas de distintas regiones. Este es el caso del Mediterráneo, donde surge un menjunje de sabores y sinsabores.
De ahí, la variada receta de todo lo que lleva y trae la costa que irradia romanticismo con solo nombrarla.
Aunque no tiene nada que ver, la memoria me trae el recuerdo de una salida con amigos de Caseros. Nos escondimos, al mejor estilo “caballo troyano”, para colarnos en una traumática fiesta de 15. Esto sucedió mientras volaban los chips de jamón y queso, momento en el que se escuchó la voz de un pajarito que conquistó la atención de todos. Lo curioso fue que nos quedamos hablando entre labios como ventrílocuos, intentando no ser descubiertos. Esa fue una hora clave para volver a describir esa noche, una y otra vez, exagerando todo para igualarnos con cualquier batalla ganada de la épica de los mares. Tendrá que ver con ese berretin de contar la mejor historia y ser la silla mediterránea de un asado. Será que esas emociones surgen de la inspiración que despierta el mar ubicado entre Europa, África y Asia. Caudal que el humilde, pero invaluable, estrecho de Gibraltar logra unir con el océano pacifico.
Su belleza se refleja en coplas y mitos que lo nombran. Recuerdo, por ejemplo, al catalán Joan Manuel Serrat cuando canta “a fuerza de desventuras tu alma es profunda y oscura”.
La investigación puede sumergirnos en la batalla final del Mar Mediterráneo, en el año 1522 aproximadamente, donde el sultán Solimán conquista la isla Rodas y cambia para siempre la historia.
Pero la actualidad propone la ensalada como algo liviano, pese a la guerra que ofreció un escenario difícil. Contienda que tuvo gusto a traiciones, muerte y sufrimientos insoportables.
Dicen que el arte de la gastronomía es cocinar lo que uno tiene a mano. En ese sentido puede haber gusto a catapulta entre queso, jamón, tomates, aceitunas negras y albahaca.
Pero la verdadera ensalada mediterránea, que nace en el 600 A.C; cobra vida con aceite de oliva, sal, pimienta, y jugo de limón, aliado incondicional para completar la magia.
De mezclar se trata esta reflexión, y de encontrarle un nuevo sentido al clima de aburrimiento estival, para los que no nos vamos de vacaciones en enero. Por eso emergió un recuerdo. Se trata de una historia de amor, que alguna vez el audaz director de cine italiano quiso crear. El romance entre el perro caliente y la ensalada mediterránea.
No pudo prosperar esa unidad gourmet para las salsas, aunque la idea era ingeniosa por lo asimétrico y armónico. Pienso que aquella danza de los sabores de hambre y buen gusto, es tentadora. Se me ocurre que podría ser una analogía del sketch “El groncho y la dama” en la órbita culinaria, que ilustraba la tira “Matrimonios y algo más” en los años 80.
Si bien ya es sabido que en alguna mesa, durante la guerra del Peloponeso, se anticipaba una receta que se las traía, hay quienes aseguran ser ancestros de aquellos que tiraron cualquier verdura. Justamente esa es la idea; ver cómo influye en la mesa argentina la ensalada que tiene algo más que vegetales.
Los ingredientes en forma de dados definen destinos de amaneceres azules y atardeceres rojos. Quizás sea para animarnos a seguir jugando en sus playas, llevar su luz donde sea, rescatando amor, juegos y penas.