Están en los veranos argentinos desde hace mucho tiempo, pero durante este enero se exhibieron como nunca en calles y esquinas del lugar que te imagines. Los marcianos circulan entre nosotros con alegría y tentación: a 200 pesos te llevas uno, el que quieras. Puede ser de kiwi, frutilla, dulce de leche, maracuyá. Comienzan siendo un helado y terminan en jugo. Un invento fabuloso del Perú que llegó a nuestro país y ahora le compite mano a mano a cualquier otro dulce de refresco.
Los peruanos no exigen el reconocimiento de pioneros o descubridores: cada pueblo que dispuso de hielo y frutas intentó hacer dulces congelados, acaso -eso sí- la primera de las golosinas en la historia de la Humanidad. Pero lo cierto es que, de todas las variantes posibles en el planeta (aquí el Naranjú), no existe otra que se haya expandido como referencia propia, tal lo que ocurre con el marciano incaico.
En Argentina, el Naranjú representa la versión industrializada del producto, con edulcorantes, saborizantes y colorantes. Aunque antes de todos ellos ya estaban los marcianos: así llamaron al chupete de hielo que se expandió entre las clases populares del Perú a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Ante los calores insoportables y la dificultad económica para comprar golosinas bebibles o golosinas convencionales, las casas de los barrios de Lima y otras ciudades comenzaron a producir congelados de jugos de frutas. Una delicia a bajo costo que devino éxito y expansión mundial: no hay emigrante peruano que no intente hacer marcianos ni bien llega el calor. Eso es, en efecto, lo que sucede ahora en nuestro país.
Nadia sabe de dónde viene el nombre peruano de un dulce que tiene fruta y freezer. Se los llama marcianos pero no tienen nada de otro planeta, justamente. Salvo cuando el calor se hace sofocante y solo un marcianito logra sacarle aunque sea una pequeña tregua fresca y dulce. Salida galáctica.
Con el tiempo, los jugos de frutas naturales comenzaron a convivir con productos químicos, tales como soluciones azucaradas, saborizantes artificiales y colorantes. Demandas de un mercado cada vez más necesitado de grandes cantidades de marcianos en verano. En la actualidad hay tres variantes más o menos distinguibles: el marciano natural de frutas, otro a base de leche y el que luego se les sumó ya con sustratos procesados. El más tentador es el que ofrece frescura sin aditivos y se sirve no en botella, ni siquiera en lata, sino en una bolsita de forma cilíndrica que se suele anudar arriba (a diferencia del Naranjú industrial, con sus bordes sellados).
Lo curioso es que, a pesar del éxito comercial que el marciano supone desde su expansión a partir de la década del '60, nunca hubo una firma o empresa comercial que se encargara de su producción a gran escala. Como si el secreto principal fuera, justamente, mantener la confección artesanal, hecha en la cocina y en la heladera de cualquier casa. Y, de ahí, directo a las heladeritas de telgopor. De Lima, de Buenos Aires… y del mundo entero.
A mediados del año pasado, cuando el verano arreciaba en Europa con una ola de calor que mató a 15 mil personas según la OMS, algunos medios italianos relevaron como nota de color la expansión de marcianos en Roma. De manera casera, la comunidad peruana (se estiman unos cien mil en toda Italia) producía esos hermosos chupetes de hielo para los extrañados paladares de marroquíes, indios y rumanos, quienes en su vida habían escuchado hablar del helado de granadilla o chicha morada, por ejemplo. Como había sucedido en el propio Perú, los marcianitos entraron a Europa por las clases populares.
Lo curioso es que, según insisten algunos, el marciano peruano estuvo inspirado en productos similares del Lejano Oriente, aunque adaptados a las frutas de cada latitud. En Argentina destacan los de maracuyá, frutilla, uva, kiwi y limón, aunque el más poderoso resulta ser el de chicha morada, una bebida a base de maíz rojo que viene desde la época de los Incas y tiene beneficios efectos para la salud (fundamentalmente para la presión arterial). Lamentablemente, la crisis social que se está viviendo en Perú deja como consecuencia la dificultad de importar este cereal a Argentina, impidiendo el gusto más sagrado de esta golosina casera en pleno verano de expansión. Sin embargo, nada nos impedirá chupar uno de cualquier otro gusto para distraer un rato estos calorones difíciles de paliar con las golosinas convencionales.