"Enviar material ofensivo y tener aviones y tanques con tripulación y pilotos americanos significaría la Tercera Guerra Mundial", aseguraba en marzo de 2022 el presidente estadounidense, Joe Biden. Diez meses después, la guerra en Ucrania y la respuesta de Occidente entran en nueva fase y se adentra en terreno desconocido con el envío de los primeros tanques de combate. Un movimiento que Rusia interpreta como una participación directa de EEUU y la UE en la contienda.
El 24 de febrero, madrugada en la que Rusia inició la invasión de su vecino, Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, aseguró que la UE era un proyecto de paz cuando le preguntaron por un posible envío de armas a Ucrania como respuesta inicial. Los Tratados comunitarios prohíben destinar dinero europeo a financiar material bélico.
Pocos días después, el español ya dibujaba el giro tectónico que la guerra en Ucrania iba a dejar en la arquitectura de seguridad europea. "Enviaremos las mejores armas", aseguró. Esta misma semana, el Fondo Europeo de la Paz, que canaliza y coordina el traslado de armamento desde la UE a territorio ucraniano, ha sido ampliado por séptima vez. Se trata de un instrumento externo a los presupuestos que ya contabiliza 3.700 millones de euros.
La ayuda militar del eje transatlántico a Ucrania ha sido progresiva. Las líneas rojas y los tabúes han ido cayendo en paralelo a la intensificación de los combates sobre el terreno. El traslado de armamento siempre se ha llevado con mucha discreción. Pero lo que comenzó siendo material defensivo discreto y combustible pronto dio paso a entregas de munición, artillería o lanzamisiles Himars. A finales del año pasado, la prioridad del bando que apoya a Ucrania se centró en blindar el cielo ucraniano y se conjuró para otorgar a los de Volodimir Zelenski las defensas anti–aéreas que pedía para proteger sus ciudades de los bombardeos rusos y de los drones iraníes.
Pero ha sido el anuncio y el compromiso de enviar una centena de tanques de combate lo que ha derribado la gran línea roja marcada hasta la fecha por el tándem UE–EEUU: evitar el envío de material ofensivo. La Alemania de Olaf Scholz, reacia y escéptica a dar este paso, no ha podido aguantar la presión interna y externa y ha terminado accediendo a autorizar la reexportación de los Leopard II, los mejores blindados que se fabrican en el Occidente. El canciller había escondido la cabeza en los últimos días aludiendo a que solo lo haría en coordinación con los aliados. Así, no ha dejado otra opción a la Casa Blanca que comprometerse también a enviar a Ucrania sus Abrams.
Los primeros acorazados no pisarán suelo ucraniano hasta finales de marzo. Su aterrizaje en el conflicto será significativo sobre el terreno: se mueven y adaptan con agilidad, tienen precisión y cuentan con rango de largo alcance. Pero su traslado, reparación, manipulación o desabastecimiento entraña no pocos obstáculos. Los analistas advierten de que no serán decisivos para determinar el curso de la guerra, pero sí para recuperar territorio en control ruso.
El mensaje de todo ello es también político. Bruselas y Washington caminan por una línea delgada y envían al Kremlin la señal de que van a apoyar a Kiev de forma ilimitada e incondicional. El auge belicista ha ido incrementando de la mano de las victorias de Kiev en el terreno. Al comienzo de la guerra, las esperanzas de que el Ejército ucraniano aguantase el pulso ante la mejor armada del continente no eran muy altas.
Pero con los tropiezos de un Putin cada vez más aislado, en la Alianza Transatlántica ya solo conciben un escenario: el de una victoria total de Ucrania. Y están apoyando al país en todos los frentes con este fin. La UE y sus 27 Estados miembros han invertido en once meses 49.000 millones de euros para sostener a Ucrania económica y militarmente.
¿Qué viene después?
Occidente da el paso de los Leopard II porque tiene la convicción de que Rusia no lo va a interpretar como una agresión directa. El Kremlin ha advertido de que este movimiento agudiza la confrontación, escala el conflicto y supone una "implicación directa" en el conflicto. Pero Moscú lleva tiempo responsabilizando a la OTAN de ser un actor más sin atreverse a atacar a alguno de sus países por ello.
Es cierto que el envío por primera vez de material ofensivo no ayuda a la vía diplomática, a la desescalada o a mantener los canales de comunicación con Moscú. Pero en Washington y Bruselas lo venden como una ayuda a Kiev con objetivo defensivo ante lo que aseguran que será una gran ofensiva de Rusia en los próximos meses. Una vez en manos ucranianas, son sus mandos los que deciden cómo emplearlo.
A pesar de que las líneas rojas han caído como piezas de dominó hay una que es muy difícil de concebir. Casi sacrosanta: poner pies en el terreno. La muerte en combate de un soldado perteneciente a la Alianza Atlántica desataría la Tercera Guerra Mundial, y siempre se ha asegurado que no se dará este escenario.
Hasta la fecha se había eludido el envío de carros o de cazas de combate porque significaría destinar a soldados occidentales para que entrenasen a los uniformados ucranianos. Pero esta laguna se ha solventado con la aprobación de las primeras misiones de entrenamiento al Ejército ucraniano, que se desarrollarán en Alemania o Polonia.
Tampoco se percibe previsible que se decrete una zona de exclusión aérea. Algo que los ucranianos piden desde el inicio de la guerra, pero que Occidente rechaza de forma rotunda porque significaría la obligatoriedad de derribar aviones rusos. EEUU y la UE hacen así, funambulismo, para no disparar un misil o un rifle o y no poner pies sobre el terreno, sino para instruir a los ucranianos desde la distancia.
Los dos frentes que se abren en esta nueva etapa de la guerra son la potencial entrega de misiles de largo alcance que tengan capacidad de llegar a suelo ruso y de cazas de combate como los F–16. Dos de los grandes tabúes de estos once meses están dejando de serlo. Y Países Bajos ya se abre a proveer cazas. Dentro de un mes, la guerra en Ucrania cumplirá su primer aniversario. Y en medio de la incertidumbre de cómo y cuándo acabará, la realidad apunta a que lo peor todavía puede estar por llegar.