Mujer. Artista. Poeta. Musa. Amante. Comunista. Frida Kahlo era muchas, y esa heterogeneidad es la que atraviesa la muestra inmersiva Vida y obra de Frida Kahlo que puede visitarse actualmente en Buenos Aires, en el Centro de Convenciones (Figueroa Alcorta 2099) hasta fines de marzo. Partiendo de la idea ambiciosa de mostrar a la persona detrás del personaje, el proyecto creado por la empresa española Acciona Cultura cumple con ese objetivo.
La exhibición logra introducir al visitante en la profundidad de una biografía plena de conflictos, matices y contradicciones. Si el sistema convirtió a la estética de la pintora mexicana en un mero objeto de consumo, aquí se logra reponer lo que el marketing oculta: la condición de Frida como sujeto político. En este punto, la intención es deconstruir el ícono para conocer lo que se encuentra detrás en toda su complejidad.
Precisamente por esto, el eje del recorrido es el diario que Frida escribió entre 1944 y 1954. Allí se reveló no sólo como pintora, sino también como una escritora aguda capaz de canalizar su dolor a través de las palabras con la misma eficacia que lo hacía sobre el lienzo. Así, en la primera galería se descubren fragmentos de esos escritos, realizados a mano alzada, entre los que se encuentra una de sus frases más célebres: “Pies para qué los quiero si tengo alas pa´volar” (1953).
La faceta literaria allana el camino para conocer lo que fue parte de su obra pictórica más impactante. Apenas se accede a otra de las salas, un espejo gigante ubicado sobre una gran plataforma recrea el artificio que su familia había inventado para que ella pudiera pintar recostada en su cama, inspirándose en su reflejo. De esa manera, empezó a gestarse el mito. Poco más adelante, ya pueden verse reproducciones a gran escala de algunas de sus pinturas, como Mis abuelos, mis padres y yo (1936), en la que exhibe su árbol genealógico o El venado herido (1946), un singular autorretrato donde Frida se representa como un venado atravesado por decenas de flechas, poniendo así su dolor como el centro de su creación. Y es que ella pintaba su realidad. Por eso no admitía que se calificara a su obra de surrealista.
Su obsesión por Diego Rivera es otra de las temáticas recurrentes, y por cierto ineludibles, de la muestra. En Diego y yo (1949), su rostro lleva a su marido pintado en su frente, como una suerte de tercer ojo (el cuadro original se exhibe actualmente en el Malba). Y, en este marco, aparece otra de sus dimensiones menos abordadas y donde se subraya su adhesión a las ideas comunistas. En Autorretrato dedicado a León Trotsky (1937), se la ve sosteniendo una carta dedicada al político ruso al que ella misma y Rivera dieron refugio en su exilio. Pero se observa que su oposición al sistema se replicaba en otras cuestiones, más allá de la política. Así lo demuestra el Autorretrato con pelo cortado (1940), que no pasa inadvertido en la muestra. Con mirada desafiante, una Frida andrógina, enfundada en un traje de hombre, jaquea a los convencionalismos de la época ofreciendo, ya casi en mitad del siglo XX, una perspectiva de género no binaria.
“Siempre revolucionaria, nunca muerta, nunca inútil”, escribió en su diario. Mientras la norma marcaba que la mujer fuera retratada por varones, ella tomaba la decisión de pintarse a sí misma. Y quizá ya en ese mismo gesto radicaba su revolución más importante. Ese empoderamiento atraviesa la exposición. Por eso, en la instancia de la muestra inmersiva, el foco está puesto en su fortaleza de mujer resiliente y creadora infatigable.
Si bien no hay registros de la voz de Frida, una voz en off de mujer conduce el relato narrado en primera persona. En las paredes, las obras inmóviles del cuarto anterior cobran vida, y la música instrumental, compuesta especialmente para este proyecto por el músico Arturo Cardelús, aporta los climas necesarios para terminar de atravesar al espectador. No es azarosa la elección de decidir que sea ella misma, y no un tercero, quien hable de su vida recogiendo, una vez más, fragmentos de su diario. Es, justamente, una decisión que va de la mano de la idea de recuperar una subjetividad que la industria cultural, muchas veces, soslaya.
El accidente que sufre siendo adolescente, y que supone un punto de inflexión en su vida personal y profesional, es uno de los momentos más dramáticos de la función. El otro es su relación tóxica con Diego, la misma por la cual algunas voces objetan que Frida sea una figura referente dentro del movimiento feminista. La descripción que la propia pintora hace de ese vínculo estremece e incomoda. “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida: uno en el que un autobús me tumbó al suelo. El otro es Diego. Diego fue de lejos el peor”, se la oye decir acerca del hombre al que amó y con el que se casó dos veces.
En el centro del gran salón, se alza un gran altar, con forma de pirámide azteca, decorado con velas y flores. En el extremo más alto se lee: Viva la vida, la frase que pintó en su último cuadro antes de morir con sólo 47 años. “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”, escribió también en su diario. Pero volvió. Y el mito sigue creciendo.
- La muestra puede visitarse los martes y miércoles de 16 a 21, y de jueves a domingos de 14 a 21. Las entradas pueden adquirirse en fridaexpoar.com/