El fallecimiento de Raúl Calandra significa, así como la pérdida de un actor magistral, la ausencia irreparable de alguien muy querido en la comunidad artística. Con 62 años, fallecido el viernes pasado luego de una extensa enfermedad, Calandra deja una trayectoria que lo une a la historia y esfuerzos constantes del cine y el teatro rosarinos. Su rostro, voz, caracterizaciones, lo sitúan allí de manera indeleble, a la par de obras de prestigio y valía.
Raúl Calandra era alguien cuya participación en escena elevaba la apuesta. Poseedor de rasgos faciales definidos, de esos que la pantalla agradece porque parecen esculpidos, porque hacían cierto o pensable aquello de la “fotogenia” que Delluc y Epstein estudiaran a principios de siglo pasado. En otras palabras, cuando Calandra aparecía en un film, su presencia generaba un aura diferencial, que comulgaba con la cámara. No en vano fue elegido por tantos directores audiovisuales y teatrales. A la vez, su tarea compositiva lo volvía pasible de interpretar personajes de temple rudo, hosco, así como sencillos y amables.
Las redes se llenaron de pesar, con despedidas por parte de la Delegación Rosario de la Asociación Argentina de Actores y Actrices, y del Ministerio de Cultura de Santa Fe. La Escuela Provincial de Cine y Televisión comentó: “Con gran pesar participamos la noticia de la partida física de Raúl Calandra, quien estaba unido a la historia de nuestra Escuela desde los inicios. Raúl -hermano de la vida para muchos de nosotros- participó en innumerables trabajos tanto de la EPCTV como en realizaciones particulares de varios compañeros y compañeras docentes y estudiantes”. La referencia que hace la EPCTV es sustantiva, ya que el proyecto mismo de la institución como la trayectoria seguida por muchos de los allí formados, tuvieron en la tarea del actor a uno de sus baluartes. En este sentido, destacar por ejemplo su participación en cortos y mediometrajes como Trece segundos (1995, Maximiliano González), Cosecha (1995, Claudio Perrín), Maricel y los del puente (1999, Daniel Mancini); primeros trabajos de directores con un recorrido posterior mayor. En algunos casos, Calandra volvería a trabajar con ellos, como en Cobani (1998, Perrín y Roberto Bianchi), su protagónico en Diez mil atados (2006, Daniel Mancini), o la participación en La guayaba (2012, Maximiliano González).
El realizador Héctor Molina contó con él para Ilusión de movimiento (2002), y con Gustavo Postiglione fue con quien sostuvo la mayor colaboración artística. Justamente, de los mensajes de despedida que circulan por las redes, el de Postiglione es uno de los más sentidos: “Se nos fue un amigo y un enorme actor. Demasiado pronto. Todavía nos debía unas cuantas películas y obras de teatro. Lo conocí a Raúl Calandra hace más de treinta años y en todo este tiempo compartimos más de una docena de proyectos (cine, televisión, teatro). Puedo decir sin equivocarme que era de los pocos actores que podían jugar en toda la cancha y hacerlo bien, algo que sucede muy de vez en cuando. Podía ir al arco, jugar en el mediocampo o hacer los goles como un número 9. Desde el abogado chanta de El Asadito al periodista con males de amores de El Cumple, el director perdedor de Insensatez o el actor desorientado de la versión de Macbeth que hicimos para Canal 7, como tantas obras o películas que hizo con compañeros y colegas”.
De su obra cinematográfica, hay que destacar las incursiones bajo la dirección de Néstor Zapata: Milagro de otoño (2020), “Sueño de barrio” en Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo (2017) y, sobre todo, Bienvenido León de Francia (2014), donde el actor asume el protagónico principal y da cuerpo a un personaje entrañable, de cuño radial y popular. Zapata, de hecho, ya lo había dirigido en este mismo papel en teatro (a partir del texto que Zapata comparte con Chiqui González), y en una trayectoria en las tablas que incluye Manuel, las últimas batallas; La Forestal; Homero del alma; Evita: imágenes sensibles; Tupac: Cenizas y memoria de América. El teatro también contó con él en obras como Sopapo y Milanesa –junto a Carlos García, sobre texto de Fontanarrosa–; Fontanarrosa grandes éxitos –en compañía de Roberto Agüero–; Humores compartidos –a partir de monólogos de Fontanarrosa y Luis María Fittipaldi–; Iniciación –que integró la Cocina de los Dramaturgos–, Esperando la carroza –adaptación y dirección de Leandro Maccagno–, y Proyecto Vestuarios –de Javier Daulte, con dirección de Romina Tamburello–.
La televisión (algo que parece suceder sólo en Buenos Aires) lo incluyó en programas como Tiempo final, Epitafios, Algo habrán hecho, Maltratadas, entre otros. En el cine, tuvo además un protagónico compartido con Fabio Posca en Lucho y Ramos (2010, Leonardo Calderón), y participó de los elencos de títulos como Fantasmas de la noche (2009, Santiago Oves), Sola contigo (2013, Alberto Lecchi), ¿De quién es el portaligas? (2007, Fito Páez), Olmedo, el rey de la risa (2018, Mariano Olmedo), Un crimen argentino (2022, Lucas Combina), y la producción rosarina La vida que siempre soñaste (2022, Germán Carver), que lo incluye de manera privilegiada en uno de sus segmentos. La serie web rosarina Bares, contó con Calandra para uno de sus mejores episodios, en compañía de Julián Sanzeri y con dirección de Gino Bellofatto.
En una entrevista realizada por Edgardo Pérez Castillo para Rosario/12 en 2010, Raúl Calandra expresaba: “Fundamentalmente creo que el teatro es un lugar al que muchos actores vuelven, porque es la madre, el lugar donde uno aprende a actuar (…) Hay algunas cosas de algunos directores que uno descubre y se espanta, porque desearía no tener. De otros directores uno reconoce cosas y no puede menos que trasladar lo que ha recibido. He heredado cosas de Néstor Zapata, de Félix Reinoso, dos de los directores con los que más trabajé. Después con Mario Vidoletti habíamos hecho La muerte y la doncella de Dorfman y aprendí bastantes cosas. Lo que pasa es que fue todo muy ecléctico, uno trata de sacar un poquito de cada uno".