Vale partir de este nombre para descifrar los símbolos que se abren a la interpretación del mensaje poético que conllevan. El símbolo establece una identidad entre el nombre y lo nombrado. En este caso se trata de una referencia bíblica. Con siete panes y unos pocos peces Jesús dio de comer a cinco mil hombres, mujeres y niños. Sació su hambre y su sed. Esto en sí es el símbolo de una búsqueda de espiritualidad que Pía Cabral propone e impone con su bella poesía.
El libro se abre con un epígrafe de Luis Franco: “Dirigimos al mundo como los peces al río”. Y con un poema propio que dice: “Los peces, el pan, el viento./ Vírgenes sin cabezas o existencias que arden./Un espacio que se fue construyendo/ sin que esta propia existencia fuera necesaria”. Y aquí están las claves para analizar esta obra.
El pan, como alimento primordial, tiene una vasta simbología. En Egipto se ofrendaba pan y ceniza a los muertos como alimento en el más allá. Con un sentido de hermandad, “partir el pan” en el Antiguo Oriente equivalía a compartir la comida. En el Antiguo Testamento aparece el pan con un valor espiritual: los doce panes de la Proposición simbolizan el pan de vida.
En cuanto a los peces, digamos que el pez, como la mariposa, es un símbolo del movimiento psíquico: representa el contenido vivo de las capas profundas de la personalidad en el agua. Por su relación con el mar, muchos pueblos antiguos no los comían por considerarlo sagrado, relacionado con deidades del amor y la fertilidad. Para otros pueblos era un símbolo fálico. Entre los babilonios, fenicios, asirios y chinos el pez, por la abundancia de sus huevos es sinónimo de fecundidad. Para los habitantes de la Antigua China el pez era portador de buena suerte y de fortuna: junto al agua, era metáfora de alegrías sexuales.
Desde otra óptica, el pez es un ser psíquico, un movimiento penetrante dotado del poder ascensional en lo inferior, es decir en lo inconsciente. Según Schneider el pez es el barco místico de la vida, ya ballena o ave, pez volador o normal, “pero siempre huso que hila el cielo de la vida siguiendo el zodíaco lunar”.
El libro, cuidadosamente editado por El suri porfiado, se sostiene en cinco apartados que la autora ha dado en llamar “inversiones”, referidos al río, al viento, al cuerpo, la escena y la culpa.
Abrimos la primera puerta y aparece el río, las “inversiones del río”. Dice:
“Un río
derrama peces.
Acaso lo real no son los peces ni el río.
Donde el agua corre confusa.
Nada es lo que es.
Los peces existen
solo en el recuerdo del río.”
Aquí, junto al río el agua, y en ella soledad y vacío, porque los peces - diríamos el amor- solo están en el recuerdo, en ese río que es la vida misma. En este apartado, como principio y fin de todas las cosas terrenales, Pía Cabral refleja su preocupación existencial a través de un símbolo raíz que no es otro que el agua, de donde surge como de la madre, todo lo viviente. Lo hace a través de una imagen heraclitana, que es el río:
“Busco mi cuerpo en la corriente
de un río que no está.
Mi cuerpo es el que corre.
No el río.”
En estos versos advertimos una transferencia entre el río y el cuerpo. Vemos cómo la poeta contrapone al agua -que es el origen, la vida- la imagen del río, el sentimiento de la muerte, del tiempo que se va sin regreso. Dice Pía:
“Quién estará a mi lado
sentado en una piedra
cuando el agua deje de correr
Quién pasará
las horas conmigo
cuando el río no me alcance
Quién seré yo
cuando la quietud
sea la única fuga posible.
Dónde dejaré que el tiempo se estanque
su reflejo en mi sombra.”
Entonces nos damos cuenta de que los ríos, como los hombres, tienen gestos de dolor y de cansancio. Se cumple un ciclo donde el río es vida, es tiempo, fluye, se desgasta, siente dolor y nostalgia.
Se advierte en esta lectura que los ríos se van como la vida y solo queda el “pedrerío” del que habla Pía en el poema. La poeta es una duda existencial, porque se pregunta:
“Quién estará a mi lado
Sentado en esta piedra
Cuando el agua deje de correr.”
El agua, el río es la vida que escapa como el tiempo que no podemos detener, Pía vive la atemporalidad del tiempo que se le escapa y lo refleja.
En el mismo poema en contraposición al agua, al río que es la vida, aparece la piedra. La piedra es un símbolo del ser. Su dureza y duración impresionaron a los hombres desde siempre, quienes vieron en la piedra lo contrario a lo biológico, sometido a las leyes del cambio, la decrepitud y la muerte. La piedra entera simbolizó la unidad y la fuerza. La piedra rota, el desmembramiento, el “pedrerío” del que nos habla Pía.
En la segunda “inversión” aparece el viento. Dice Pía Cabral en el poema
Viento en el Valle
“La clave es no dejar que se vuelen las miserias
Tenemos platos llenos y vasos vacíos
Afuera
un revuelo de vergüenzas
Adentro
la mesa está tendida.”
Vemos aquí también lo inverso. Lo que está pasando afuera y en la casa.
En el tercer apartado habla de esas dos mujeres que se contraponen en un mismo cuerpo. Fundamentalmente hay una mujer conmovida que nos estremece cuando dice: “Cuántos cuerpos/ caben en una mujer que sangra./ La niña en el umbral/ estrena su vergüenza,/ De los pezones/ cuelga/ una pequeña boca suplicante”. Esta es una gran alegoría de la desnudez y el abandono que suelen sufrir las mujeres en este mundo prejuicioso y muchas veces cruel. La de Pía, en este sentido, es una voz comprometida que desde la desazón muestra el infortunio de mujeres violentadas.
En el capítulo cuarto -(Inversiones) de la escena- el título se referencia con el destinatario de la dedicatoria, Idangel Betancourt, hombre de teatro, director, dramaturgo. Esto abre un escenario al amor, a la pasión, a la belleza de un paisaje que se arma “de a soplos” y donde “Nos acomodamos al tiempo que marcan los pájaros…”, dice la autora.
Y cierra el libro también con referencias bíblicas como nos anunciara desde la tapa. Juega con la culpa, con el pecado de “matar” y poéticamente alude al genocidio, femicidio, parricidio, fraticidio, infanticidio y suicidio y escribe una desgarradora despedida en prosa.
En síntesis, digamos que podríamos seguir hablando de este libro, de su simbología, de sus “inversiones”, como les llama la poeta, pero en honor a la brevedad digamos que estas son composiciones de pura poesía que emerge del gozo y la desazón del vivir en una transparencia que nos roza el alma.