El 29 de enero de 1918 llegó al mundo un hombre que supo dejar su huella en la cultura provincial: Arturo León Dávalos. Poeta, compositor. Hijo mayor del escritor Juan Carlos Dávalos y Celecia Elena, hermano mayor de Jaime y tío de Julia Elena. A lo largo de su vida, se desempeñó como letrista popular y pergeñó versos del género satírico-festivo, preponderante en su producción.
Hoy, a 105 años de su natalicio, recorremos parte del legado de aquel que, en palabras de José Juan Botelli, “será siempre un enigma para aquel que intente investigarlo”. El “Coco” indicó alguna vez: “A mí, que fui su amigo, me resulta una de esas maravillas que se dan en la naturaleza por ahí, de vez en cuando, como un fenómeno sobrenatural -valga la paradoja- que equivale a algo como el rayo, la luz, una flor, un cachorro en toda su belleza”.
Oriundo de la ciudad de Salta, vivió durante muchos años en la famosa casa de la calle 20 de Febrero 647, donde hoy funciona la actual Casa de la Música y la Poesía Juan Carlos Dávalos, donde ensaya la Orquesta Sinfónica Infantil Juvenil de Salta. Pocos días antes de celebrar sus 31 años, el 11 de enero de 1949 se unió en matrimonio con la destacada poeta de La Carpa Sara San Martín y luego de la boda se trasladaron a Cerrillos. Fue empleado público y hacedor de una atractiva geografía poética y musical. Después de casado, recopiló sus obras y estudió música para comprender más acabadamente el oficio de los pentagramas. Lo honró con títulos como Agüita de acequia, Cántaro azul, Corazón de palo, Del silencio, Hondera de los trigales, La salamanca, No llores más, Te llevaré al silencio, Vidala palomarqueña, Zamba del crespín y Zamba del tiempo verde, entre otras.
Para celebrar su herencia de palabras y guitarra, Viviana Dávalos, hija de Rodrigo y nieta de Arturo, lo evoca a partir de un entramado de historias familiares. “Sé por mi abuela, que mi abuelo componía y escribía sus canciones y poesías bajo el viejo algarrobo que aún cobija con su sombra la galería de la casa. Este algarrobo es testigo de las trasnochadas con sus amigos, con vinos de por medio, entonando sus cancioneros, como así también de sus momentos solitarios escribiendo y componiendo”.
Viviana, que vive en la propiedad de Cerrillos que antaño pisaron Arturo y Sara, comenta risueña que su abuela, “ya cansada de estas trasnochadas, echaba a todos los amigos enfurecida. ¡No te encabres Ancha!, le decía mi abuelo. Pero, en los momentos de soledad, tocaba su guitarra y le decía a mi abuela: 'Ancha, esto ¿cómo se puede llamar?', y ella le daba ideas, hasta que él definía el nombre de sus canciones”.
Según Viviana, Sara se refería a su compañero como un hombre libre, con mucho humor. "Utilizaba ese recurso para para burlarse de la política, de los estereotipos. Por eso, el estilo satírico de sus escritos”. Por otra parte, Arturo “Era un gran lector de clásicos como Dostoievsky, Tolstoi, Wilde. Es por esta razón que, principalmente mi papá y mi tía, desde muy chicos, a sus 5 y 7 años, ya habían leído La Ilíada y La Odisea, entre otros. Estos libros aún forman parte de la biblioteca de casa”.
Viviana cuenta también que Arturo era un admirador de Giordano Bruno, un monje del siglo XVI, que muere durante la inquisición “en la hoguera, por plantear que Dios está en el paisaje, y es por eso que escribe un soneto llamado Dios”: "Yo escucho a Dios en la callada umbría /lo veo en el milagro de la hoja, /está en la savia y en mi sangre roja /y en el vino y el pan de cada día (…) Como los hombres lo han escarnecido, /siendo Dios, inventó una estratagema /y se ocultó por siempre en el paisaje".
De la poesía, con análisis y vuelo, su descendiente avanza hacia la música, acaso como las dos caras de la misma moneda, y explica que Arturo no sabía música, “por eso en un comienzo les pedía a otros que hicieran los arreglos de sus creaciones”.
Entre su círculo de amistades estaban Manuel J. Castilla, César Perdiguero, Gustavo Adolfo “El Payo” Solá. Sin embargo, “fue José Juan Botelli, a quien conoció allá por 1939, aquel que le enseñó y lo orientó. Botelli lo catalogó como un muchacho impulsivo y desordenado, y del que nadie sospechaba, en sus comienzos, de su talento. Según Botelli, quien en realidad ayudó a ordenarlo y a ‘disciplinarlo’ fue mi abuela. De hecho, esto se ve reflejado en toda la documentación que ella ordenó prolijamente sobre su obra y que mantenemos en resguardo”. A partir de una profunda amistad, Botelli lo instó a seguir estudiando y a practicar lectura y escritura musical. “Esto permitió que pudiera registrar sus obras, porque antes sufría la pérdida de muchas, en manos de otros”.
Hay una historia detrás de una de las zambas más famosas, y que suele ser una inquietud para muchos, revela Viviana sobre la Zamba de La Candelaria. “Mi abuela en una de las entrevistas que le hicieron para (el diario) El Tribuno sobre el abuelo, contó la versión familiar detrás de esa pieza. Dijo que una vez Arturo se fue a La Candelaria. Ahí inventó una melodía, la de la Zamba de La Candelaria. “Pero como él no sabía escribir música, no sabía volcarla en un pentagrama, Eduardo Falú se ofreció para hacerle arreglos y armonización. Al otro día estando ya en casa, se reunieron de nuevo y Arturo le puso letra. En esos momentos llegó Jaime, su hermano, y le propuso cambiar uno o dos detalles. El caso es que poco después Falú se encargó de registrar la música en Buenos Aires a su nombre. Lo mismo ocurrió con una famosa vidala, por lo que mi abuelo decide romper su amistad con Falú. Ese escrito de mi abuelo, el de La Candelaria, lo tenemos guardado como una reliquia familiar. No nos pondremos a cuestionar hoy de autorías, para nosotras es una de las tantas anécdotas que tenemos de la familia y de los Dávalos. Sabemos, fundamentalmente, que al abuelo le importaban otras cosas, no la plata”.
Para Viviana, lo más valioso de Arturo Dávalos eran sus canciones, “letras preciosas, profundas, picarescas que reflejaban la Salta de aquellas épocas y sus reflexiones. Toda la obra inédita quedaría a cargo de mi tía María Inés para arreglos musicales, ya que ella era música y compositora, pero enfermó y luego falleció, de manera que no pudo concretarse, como mi abuela hubiera querido”.
Emocionada, su nieta asegura que el legado de su abuelo no solo fueron sus obras, sus canciones, sus sátiras, sino su amor por la naturaleza. “Es algo que llevamos en la sangre. Él les decía a sus hijos que la mayor fortuna es no desear las cosas que cuestan plata, y vivió de esta manera. También decía 'Vive, trata de ser feliz, trata de hacer belleza, porque es lo que te dará trascendencia, para que tu vida tenga sentido'".
La muerte se lo llevó joven, el 5 de diciembre de 1960, a los 42 años, por un aneurisma. “Siempre supo que moriría joven, pero se lo ocultó a mi abuela hasta el día en que murió. Hoy tenemos el legado de al menos unas 132 obras inéditas. Será entonces nuestra tarea sacarlas a la luz en algún momento para completar su historia. Quien mejor lo conoció fue mi abuela, quien pudo dejarnos sus recuerdos”.
Tras su prematura partida, Botelli indicó en la revista Folklore que “Salta perdió uno de sus músicos populares más destacados y a un poeta notable” y añadió: “murió en el momento justo en que estaba listo para realizar muchas grandes y bellas cosas además de las realizadas, porque había llegado a una madurez en que la creación podía fluirle con decantada sencillez”.