“Vaya mi humilde homenaje
para María Terceros 'la quemadita',
'changuita' pobre de Tartagal,
traje de fuego, luz en el alma.
Dicen que en el cielo rezando está”.
La poesía de Arnoldo Martín Quiroga en honor a La Quemadita, es una de las tantas muestras que el pueblo ofrece como redención con el fin de abrazar y salvar determinadas almas que, luego de un trágico final, ubican en diferente espacio que cualquier otro difunto. Esto sucede en diversas latitudes del país y, particularmente en Tartagal, en el norte de la provincia de Salta, se encuentra el caso de Julia Tercero.
Julita, como también se la llama por su corta edad, pasó a ser denominada como La Quemadita por el trágico desenlace de su historia, y a la vez fue elegida por el pueblo tartagalense para pedir intermediación hacia otro plano de lo meramente terrenal. Los fenómenos que se le adjudican fueron sumándose a través de los años, y son cuantiosos los relatos que hablan de lo milagrosa de su figura.
Hechos y relatos
El hecho histórico se remonta al 24 de marzo de 1949, en una Tartagal muy diferente a la que hoy se conoce, temporalmente separada de su fundación por apenas 25 años. Aquel marzo se reconstruye por testigos presenciales de la época que cuentan como, en la casa de la calle Rivadavia entre Richieri y Necochea, se desataba la tragedia.
El relato más extendido cuenta que Julia Tercero, una pequeña de nueve años, era hija de un hombre que, habiendo enviudado, no podía criar a la niña por lo que la entrega al cuidado de su madrina de nombre Miguelina. Aquel día la cuidadora envía a la niña a comprar querosén, pero en el camino la niña rompe el envase desatando la ira de su madrina quien la rocía con el líquido restante provocándole una dolorosa muerte.
Darío Guerra es docente y vecino de Tartagal. Recuerda claramente los relatos que escuchó desde niño. “Mi suegra, Emelda Arias, vivía muy cerca de la casa donde se sucedieron los hechos. Según me contaban, la mandaron a comprar en esos botellones de vidrio, donde se ponía el querosén, a la estación que queda como a tres cuadras. Cuando iba para comprar, la cruza mi suegra y ve como a la chica se le cae el botellón. Al rato viene a la casa la persona que la cuidaba, va buscar a la madre de mi suegra y, como para tergiversar la escena, le dice 'venga a ver lo que hizo la nena', y cuando entró a la casa, la niña estaba como arrodillada y toda quemada. La primera persona en llegar fue mi suegra y su madre”.
Guerra agrega: “La nena no era de Tartagal, era de Bolivia, por eso con quienes se quedó eran parientes, pero era evidente que no la querían... mi suegra me contaba que la nena se trepaba al portón y se quería ir, lloraba, gritaba. Cuando sucedió todo, dicen que los vecinos corrieron hasta la casa tratando de salvar a la niña, pero nada pudieron hacer”.
Marta Juárez, antropóloga y también vecina de Tartagal, agrega al relato: “Como toda leyenda, hay diferentes versiones, yo me quedo con que fue su madrina la que cometió el hecho. Había muerto su madre y su padre, al quedar solo con la niña, la deja con su madrina que vivía en Tartagal. La niña sufría todo tipo de maltratos, abusos. Se dice que la mujer estuvo en cárcel por muchos años, no se sabe muy bien si murió allí. La leyenda popular habla de madrastra, pero yo creo que es reproduciendo el arquetipo de la madrastra, como la mala, la cruel”.
Una santa popular
Acercando un marco a este tipo de sucesos, el antropólogo de la Universidad Nacional de Salta y especializado en la temática, Pablo Cosso, comenta a propósito de la sacralización que “se establece una relación entre personas vivas y muertas, algo que en antropología se conoce como ‘intercambio simbólico’. En este caso, resumido en la idea de que durante el pedido mismo que se hace al muerto o muerta sacralizada, se confirma el acto de su condición sagrada, a diferencia de los otros muertos que no llegan a adquirir dicho status, quedando su recuerdo en un plano secular”.
Marta Juárez, también escritora del libro “Tartagal, cuentos, mitos y leyendas”, donde aparece la historia de La Quemadita, afirma que “Cuando un pueblo construye una leyenda se le van agregando datos, matices. El hecho histórico es un claro infanticidio”.
“Aunque no todos los sacralizados o santos devienen de eventos trágicos, es quizás el eje principal en que acuerdan tanto institución eclesial como laicos para entender cualquier santificación o sacralización”, agrega Cosso.
Lo cierto es que ante tamaña crueldad cometida contra la niña, el pueblo de Tartagal no podía salir de su indignación. Aquí entonces se puede ubicar el punto de inicio del proceso de “santificación”, “sacralización” o “milagrosidad”, de la pequeña sufriente Julia Tercero.
Un lugar donde adorarla
El antropólogo de la UNSa subraya que “hay distintos tipos de violencias constitutivas que se esconden detrás de cada caso de sacralización no oficial: femicidios, infanticidios, abusos policiales, accidentes infortunados, etc, y allí, en esta trágica muerte, es donde se encuentra la clave del resguardo de su alma, ubicándola en un lugar diferente a los otros difuntos".
A partir de la fecha de su asesinato, la gente comenzó a visitar a diario la tumba de Julia Tercero, en la que dejaba juguetes, golosinas y cientos de regalos. Hay quien dice que “su tumba tenía todo aquello que la niña no pudo disfrutar en su corta vida”, y quizás este sea el motor de la santificación popular.
Marta Juárez agrega: “Es una de las leyendas más conocidas de Tartagal que tiene su panteón, un espacio de devoción en la tumba del cementerio. Los promesantes le han construido una covacha muy bien hecha y donde siempre hay cantidad de ofrendas. También los estudiantes van y le dejan cuadernitos, muchas cosas. De hecho, una de las familias promesantes fue quien le construyó el lugar de resguardo donde es su tumba. Todos los tartagalenses conocen la leyenda de 'La Quemadita'; su tumba y por ende su historia no es olvidada en un rincón como si fuera cualquier otra tumba”, agrega la tartagalense completando el camino de la devoción que profesan los vecinos de la ciudad del norte provincial.
Hoy La Quemadita es una leyenda del norte provincial considerada autora de vastos milagros, con gran cantidad de promesantes que dejan en su espacio del cementerio todo tipo de ofrendas en señal de haber visto cumplidas las promesas pedidas, así como renovando su fe para con la almita milagrosa.