Fernando “el profe” Signorini fue bendecido por partida doble. Primero estuvo muy cerca de Maradona y después estuvo muy cerca de Messi. Por fortuna, pero también por preparación, esfuerzo e inteligencia, desde hace medio siglo calibra su mirada crítica sobre el deporte que ama y lo escandaliza en una postura personal que destila política por todos los costados. Un problema en la vista le valió, desde hace décadas, el apodo de ciego. Aunque de ciego no tiene nada porque ve lo que nadie más quiere ver: en cada oportunidad denuncia la mercantilización del fútbol.

Cuando camina, cada paso parece pedirle permiso al anterior y anticipar el siguiente. Es sencillo, generoso y buen narrador: elegante en su tranco y en sus palabras. Se toma su tiempo para pensar y, lo que vale oro, también para escuchar y escribir. Publicó Fútbol, un llamado a la rebelión y Diego, desde adentro. “Diego hizo lo que quiso con su vida. Algunos piensan que podría haber vivido 30 años más; yo pienso que solo hubiera 'durado' 30 años más, porque quien vive intensamente y se opone al poder como lo hizo él no llega a los 90. Mirá al Che Guevara, García Lorca y tantos más. Imposible si vivís una vida que quema tanto”, dice el preparador físico que intercala puteadas y citas precisas a Jean Paul Sartre, Walter Benjamin y Jorge Luis Borges.

-¿Qué hacía Fernando Signorini antes de conocer a Diego Maradona?

-Me recibí de profesor de Educación Física y ya venía trabajando desde hacía unos diez años en el fútbol de Lincoln. Venía con bastante experiencia en poco tiempo y para mayo de 1983 decidimos con mi novia que era un buen momento para ir a Europa. Ella daba clases de tenis así que también podía hacerlo en otro lugar sin problemas. Nos fuimos a Madrid con 1100 dólares en el bolsillo y sin boleto de vuelta. La verdad es que fuimos a probar suerte y lo primero con que nos encontramos fue una marcha de desocupados, así que solo hicimos una pequeña escala en Madrid.

-Su objetivo era charlar con Menotti, por entonces técnico del Barcelona.

-Sí, quería conocer al tipo que más me había seducido. No solo por su propuesta de juego, me había encantado escuchar algunas frases como “El fútbol tiene que ser una maravillosa excusa para ser feliz”, o bien, que “Ganar es importante pero mucho más son los medios que se utilizan para lograrlo”. Venía trabajando con chicos, siempre me pareció que la tarea formativa era clave. De ahí que sospechaba que entrenar es, antes que nada, educar. De los miles que empiezan en inferiores, a lo mejor no llega ninguno, y eso muchas veces no se tiene tan en claro. Durante tres semanas fui al portón del Camp Nou tratando de ingresar a ver el entrenamiento del Barcelona, pero era imposible, había muchísima gente de todo el mundo. Un día salió una persona y le dijo a Benito, el tipo de seguridad, que yo estaba ahí desde hacía varios días esperando, que era argentino y que quería conocer “al Menotti”. Así que de un momento a otro me encontré bajando una escalera y la voz inconfundible del Flaco.

Foto: Verónica Bellomo.

-¿Y qué le dijo?

-Le conté en dos minutos lo que venía haciendo y que había llegado a España para tener mi primera experiencia en el fútbol europeo. Me dijo que volviera al día siguiente a presenciar el entrenamiento, que me iba a facilitar el acceso, así que dejé mi nombre y me fui. A partir de ahí empecé a ir todos los días: de las diez de la noche a las diez de la mañana había conseguido un trabajo como sereno, y a la mañana rajaba para el club. Dormía tres o cuatro horas por día. Lo hice durante bastante tiempo hasta que el 28 de junio, en medio de un calor de locos, viví uno de los días más importantes de mi vida.

-¿Diego?

-No había absolutamente nadie, estaba solo y por ahí vi un auto rojo que ingresaba bastante rápido y que frenó de golpe. Era Diego, que saludó a Claudia con un beso y saltó del coche como una rana. Después pasó algo gracioso porque intentó abrir una puerta que no se abría. Estaba cerrado. Maradona tenía 22 años y toda la situación me divirtió, así que le dije: “Viste Diego, después dicen que al que madruga Dios lo ayuda. La primera vez que llegás temprano y está cerrado”. Se giró, vino sonriendo y me dijo: “¡Podés creer que sea tan verde!”. Él sabía que era profe porque era la única persona que desde hacía bastante miraba los entrenamientos, y nos pusimos a charlar. Recién lo conocía y me invitó a un asado en su casa, y me preguntó si me interesaba participar de un proyecto, porque con su representante Jorge Cyterszpiler querían abrir una escuela de fútbol. También me dijo que viajaban a Granada para hacer la pretemporada y le dije que iba a viajar a verlo.

-Cuando lo vio en Granada, ¿se sorprendió?

-Recuerdo que llegó con un botín puesto y el otro en la mano porque no le había pasado los cordones. ¡Sí, se sorprendió! Me dijo que vaya a la tribuna que estaba Claudia para que tomara mate y comiera un pedazo de pastafrola. A mí me dio vergüenza, así que me puse cerca pero no tanto. No sirvió de nada porque enseguida me invitó a que la acompañara, así que me acerqué. Tuvimos una linda relación. Cuando volvimos a Barcelona, comimos un asado que hizo don Diego con toda su familia. Claudia se llevaba muy bien con mi esposa y todo siguió normal hasta que llegó el día más fatídico para él y más importante de mi carrera. El 24 de septiembre Andoni Goikoetxea le rompió el tobillo y empecé a ayudarlo en su rehabilitación.

Foto:Verónica Bellomo.


Un tobillo roto que le cambió la vida

-Es conocida la historia: a Maradona pronto dejó de interesarle entrenar con Barcelona y prefería quedarse entrenando con usted.

-Sí, fue tremendo el golpe. Una vez que hicimos la recuperación pensé que mi trabajo ya había finalizado, pero pasaron dos o tres semanas y me llamó Claudia a las 12 de la noche porque Diego quería verme. La verdad es que como no era urgente le pedí de vernos al otro día, porque el viaje era largo hasta su casa y no tenía un mango. Al otro día fui y me propuso ser su entrenador personal; era algo totalmente nuevo, no existían entrenadores personales para un deporte en equipo. Así que al principio dudé, le propuse que lo pensemos juntos y que volviéramos a encontrarnos en tres o cuatro días. A él no le gustó nada y yo no tenía nada que pensar, solo que me había agarrado por sorpresa.

-Hay que decirle que no a Maradona…

-A los días toqué la puerta de su casa y él estaba sentado en posición de buda sobre el sillón y cambiaba los canales de la tele de una manera compulsiva. No me dio mucha bola, hasta que le dije: “Diego, pensé lo que me dijiste”. Ahí apagó la tele y me miró fijo. Cuando le dije que aceptaba se puso contento y me pidió que al otro día, a primera hora, pasara por la oficina de su representante a firmar el contrato. Pero no estuve de acuerdo y el tiempo me dio la razón: teníamos una historia muy cercana, muy cálida, y él me contaba que todos los amigos que había querido ayudar después le terminaban haciendo juicio, así que solo nos dimos la mano, con la libertad de que si él no quería saber más nada conmigo en el futuro no tenía más que decírmelo y me iría. Y lo mismo al revés. Jamás tuve un problema, mirá que dije cosas jodidas...

-¿Cosas como cuáles?

-Una vez dije: “Antes que a Diego lo despersonalicen, prefería que se muriera tomando droga”. Lo dije porque me molestaba muchísimo esa idea de que a Diego había que cambiarle el entorno, sus amigos. ¿Quién sos para cambiarle el entorno y los amigos a Maradona? Diego leyó esa nota y le dijo a Coppola: “Es duro el ciego eh, pero tiene razón”. En otra oportunidad dije algo así como “Bien hizo Maradona en encontrar la cocaína, porque de lo contrario la decisión hubiera sido irreversible”. Lo que intenté decir, de hecho lo expliqué durante largo rato, es que con la tremenda exposición y vida que tuvo, se hubiera suicidado, de la misma manera que sucedió con otros jugadores que no soportaron un contexto tan jodido de presiones. Algunos periodistas interpretaron cualquier cosa, me descontextualizaron y me acusaron de hacer apología de la droga. 

-¿Y qué dijo Maradona de esta segunda declaración?

-Dijo textual: “Si lo dijo el ciego, tiene razón”. Nos conocíamos y nos queríamos mucho: el único que vivía mañana, tarde y noche con él era yo.

-¿Y la política? Porque a usted siempre le gustó y a Diego también.

-Es que toda la vida fue un gallo de riña. Tenía 22 años y discutía mano a mano con el presidente del club. A los entrenamientos llevaba libros y Diego se acercaba y me preguntaba. Era curioso de la Revolución Cubana, veía que en muchas canchas las banderas con su cara estaban a la par de las banderas con la cara del Che Guevara, y se entusiasmaba más. En 1987, ya en Nápoles, estábamos separados por vacaciones. Yo estaba en Lincoln con mi familia y me sonó el teléfono. Era Diego, me preguntaba si quería ir con él al otro día a conocer a Fidel, que lo había invitado a la isla. Así que dejé todo y fui. Otro día conseguí que montaran una foto de él y Perón abrazados, eran siluetas en madera terciada. Quedó muy linda y se la regalé, y la puso en la mesita de luz. El único abrazo que se dio con Perón.

-Era una persona realmente impredecible...

-Es que vivía como jugaba. Un día tomábamos un mate, no sabía nada del traspaso al Napoli, y me dice: “Ah ciego, mirá que mañana viajo a Italia, vos venís pasado mañana en el avión siguiente con mi familia”. Llegaba a mi casa y era contarle a mi esposa, organizar el despelote, pero valía la pena acompañarlo. Napoli fue hermoso, una vez que llegó no quiso irse nunca, pero no arrancó tan bien.

-Estaban casi últimos, pero después el equipo levantó.

-Veníamos de un entrenamiento y le dije: “Me parece que el domingo no voy a la cancha”. Me miró fijo y seguí: “Me aburre el fútbol italiano. Para colmo, el único tipo que me divertía está hecho un boludo. Agarra la pelota, se la da a los compañeros y los compañeros se la dan a los rivales. A vos te compraron por cómo jugabas. Ahora, por cómo jugás, te van a sacar rajando. Tu mejor manera de ser solidario con ellos es ser egoísta, porque son malos tus compañeros”. A partir de ahí la rompió, de hecho, estaban en el fondo de la tabla y quedaron entre los ocho primeros. Es cierto, después salió campeón en Italia pero para mí el mejor Maradona fue ese. Fue impresionante cómo revirtió esa situación adversa, y no dejaba de ser un pibe. Por esos días de bronca hubo una reunión que organizó el club y todos los jugadores se convencieron de que, aunque estuviera marcado, había que darle la pelota a Maradona. Porque, de cualquier modo, siempre iba a estar muy marcado un jugador como él. Después la gloria del 86 y una historia ya conocida.

-Cuando Diego fue técnico de la Selección para el Mundial 2010 lo llamó para que lo acompañara en su cuerpo técnico.

-El primer partido fue en Glasgow. Los chicos estaban esperando para la entrada en calor hasta que llegó él con sus rulos mojados, una campera inmensa y todo su carisma. En esa primera charla Mascherano y Tévez terminaron lagrimeando. Y bueno, estaba Messi, que tenía 22 años y, aunque ya era un animal, le faltaba la experiencia. Por eso la mejor versión de Messi se vio en este Mundial, porque a la frescura física le agregó cabeza. Ahora sí es el líder, hasta por imposición de sus compañeros.

Messi, el Mundial, las injusticias

-A veces, en las comparaciones odiosas, cuesta entender que Maradona y Messi son personas distintas.

-Con Diego tuve una relación distinta en medio de una vida exagerada, tumultuosa. Diego le podía vender un freezer a los esquimales, a Leo le costaría vender una estufa. Pero eso no tiene nada que ver con las cualidades técnicas de uno y de otro, sino con las características personales, nada más. Hoy no podría haber un Maradona porque el poder tiene la guardia alta y en la primera que aparezca un pibito pobre que se quiera hacer el rebelde, enseguida lo acomodan. Como le pasó a Ricardo Centurión. El poder le dice a los jugadores: “Te voy a llenar de millones de dólares, pero a cambio vos tenés que ser mi esclavo”. A Maradona lo acomodaron en el Mundial del 94: ¿crees que en Estados Unidos, con su cercanía con Fidel y con las denuncias que hacía, lo iban a dejar levantar la Copa?

-Está muy presente esta idea de que, durante el Mundial de Qatar, Messi se “maradonizó”. ¿Qué le parece?

-Que forma parte de la evolución de cada persona. ¿Vos sos igual a cómo eras a los 10 o a los 20 años? Seguramente no. Bueno todos cambiamos. La diferencia con Maradona es que había vivido tanto en Fiorito que a los 19 años ya hablaba y pensaba como un tipo grande. Su oposición a las injusticias y al poder siempre estuvo muy marcada, son orígenes distintos. El gol que Diego le hace a los ingleses lo venía practicando desde pibe, cuando se afanaba alguna manzana en la estación y se escabullía entre la gente que subía al tren antes de que se dé cuenta el verdulero. Jean Paul Sartre dice que somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. Con Doña Tota yendo a la cama sin comer porque no alcanzaba para darle de cenar a todos, a Dieguito no le quedó otra que ser contestatario, rebelde.

-¿Y este Mundial que le pareció?

-Estuve en contra desde el principio. Hasta le fui a pedir a Horacio Pietragalla, el Secretario de Derechos Humanos, que impulsara una proclama para que se jugara en otro lugar que no fuera Qatar. Y también insistí en pedirle a los sindicatos que se sumaran a la movida. Los que se morían eran los obreros mientras hacían los estadios, por lo que desde mi punto de vista había que demostrar solidaridad con el gremio. Pero bueno, aunque Horacio estuvo de acuerdo, escapaba a sus posibilidades y lo entendí.

-¿No fue a Qatar entonces?

-No, ni loco iba. Me invitaron pero no puede ser que hayan hecho del fútbol este monstruo. Es cierto, somos campeones del mundo, pero tenemos 8.4 de mortalidad infantil. Somos campeones del mundo, pero hay jugadores que se suicidan como Santiago “el morro” García o pasan un momento muy duro, como Ezequiel Cirigliano y nadie ayuda. Prefiero que me tilden de “vendepatria” antes de ser oveja de ese rebaño.

-Hay un fanatismo que arrastra el fútbol y que algunas veces impide pensar.

-Hace un rato nada más tildábamos a Di María y a Messi de pecho frío. Se los acusaba de no cantar el himno, fijate que estupidez. ¿Entonces Videla, Massera y Camps deben ser reivindicados porque cantaban el himno con fuerza? Es una manera frívola de razonar que me hace estar de acuerdo con Borges: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Una exaltación del nacionalismo berreta, de cuarta. El sistema ha descubierto que el fútbol, como dice Chomsky, es una herramienta formidable para la manipulación de las masas. La mayoría de los medios tratan al fútbol de una manera insoportable. Pero pasa con todo: el tratamiento que la tele le da al caso de los rugbiers es impresionante. Parece que nos queremos comer al caníbal.

-¿Qué le da esperanza?

-Hay una frase de Walter Benjamin que me gusta mucho: “Solo por nuestro amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza”. Tengo una relación de ternura con la gente de los asentamientos, con Mónica Santino y su grupo, con Nacho Levy y el suyo. Estuve hace poco en Santiago del Estero y descubrí un país que quiero. La gente se trata con dulzura. Hay mucha relación con la naturaleza y la música. ¡Se ve el cielo! En nuestras ciudades no se puede ver ni la luna. Es totalmente injusto, y también es triste.

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