El caos, mitología de lo cotidiano. Mientras que para muchos artistas la música es una reacción a ese estado o sirve para sortear semejante diagonal, en la segunda mitad del siglo XX dos músicos estadounidenses se atrevieron a adentrarse en sus fauces. Y sendas experiencias no pudieron ser menos que fascinantes e influyentes. Al tiempo que se transformaron en un espacio de consulta y peregrinación para parias, desadaptados y místicos. Después de que Phaorah Sanders plasmara su interpretación de la vorágine en “The Creator Has A Master Plan”, devenida en obra maestra del jazz, el cantautor Tom Verlaine se animó a hacer lo mismo ocho años más tarde en otra obra maestra… pero del rock: “Marquee Moon”, tema que titula el disco debut de su banda Television. Es cierto que el grupo inglés King Crimson tuvo esa intención en “21st Century Schizoid Man”. Sin embargo, más que respuesta, la canción amplifica la locura.
A mediados de los setenta, Nueva York era algo parecido a la Ciudad Gótica de Batman. La mafia, la corrupción política, las drogas y la prostitución se habían adueñado de la megalópolis, con la música disco como banda de sonido. Entonces, antes que representarla musicalmente, Verlaine decidió controlar esa confusión urbana. Lo hizo a través del minimalismo, a manera de mantra. Cada uno de los tres versos de “Marquee Moon” comienza con un bucle construido por su guitarra, donde el instrumento pareciera desdoblarse. Sostenido por una base rítmica tan simple como avispada, y un solo de viola que da pie para suponer que el tema explotará. Aunque nunca sucede. Y esa tensión se mantiene hasta el final. Si a “The Creator Has A Master Plan” y al aria de Television las distancia la duración (la primera ronda los 33 minutos y la segunda los 11), las aproxima el legado de John Coltrane.
A tal instancia de que esa escala mixolidia que el precursor del hard bop y el free jazz inmortalizó en piezas de la categoría de “Giant Steps”, terminó sirviendo de base para los tres acordes que caracterizaron al punk. Al estilo neoyorquino, por supuesto. Lo que transforma a Verlaine en uno de los pioneros del género. O más bien lo convirtió, porque el músico estadunidense falleció el pasado sábado. La noticia la dio a conocer Jesse Paris Smith. El nacido en Denville (Nueva Jersey) partió de este mundo a los 73 años de edad, después de padecer una “breve enfermedad”, según le contó su vástago al diario The New York Times. No se precisaron las causas de su muerte. En lo único que se hizo hincapié fue en que “murió en paz en la ciudad de Nueva York, rodeado de amigos cercanos”.
En su cuenta personal de Instagram, Jesse Paris Smith se explayó en dos posteos, acompañados por fotos de su infancia e incluso compartiendo escenario. En el más extenso, sobresale: “Nunca hubo otro como vos y nunca lo habrá. Qué bendición y regalo me dieron para compartir mi tiempo en la tierra con ustedes. Te estaré agradecida hasta el final de mi vida, y te volveremos a ver más allá, encontrándote allí donde sea que hayas ido. Gracias por abrir el camino”. A propósito de esto último, aunque se le considera un icono del rock, Verlaine siempre desestimó esa apreciación. “No me pregunté cómo era ser un músico de rock, porque nunca me consideré un artista de ese palo”, le reveló a este redactor antes del primer show que dio en Buenos Aires con Television, en 2013. “Me inventaron una imagen de músico de culto o algo así con la que no estoy de acuerdo. Sólo soy un laburante”.
Dee Dee Ramone, quien audicionó para Television antes de cofundar Ramones, describió a Tom Verlaine como “una persona calculadora, adulta y decidida”. Hasta llegó a decir de él que era un “beatnik”. Lo cierto es que Thomas Miller, que se transformó en Tom Verlaine a partir de su admiración por el poeta simbolista francés Paul Verlaine, entró en la música de la mano de Coltrane, Erick Dolphy, Albert Ayler y Miles Davis. Pero la vida le cambió radicalmente en 1966, cuando descubrió a los Rolling Stones gracias a su hit “19th Nervous Breakdown”. Dos años más tarde, junto a su amigo y bajista Richard Hell, se instalaron en el este de Nueva York. Si bien todavía soñaban con ser poetas, tras ver un recital de los New York Dolls se animaron a probarse en el rock. Primero formaron The Neon Boys, proyecto al que sumó el baterista Billy Fica. Y luego, con el ingreso del violero Richard Lloyd, nació Television.
Antes de que la relación de amor y odio que empezaron a cultivar Verlaine y Hell concluyera en la partida de este último de la banda, ambos descubrieron el CBGB’s, hogar del punk antes de que el género se llamara así. Buscaban un bar donde no pasara nada y que no tuviera nada que perder, para tocar ahí una vez a la semana. Hilly Kristal, su dueño, les dio tres domingos de prueba. Comenzaron a ir Patti Smith, Ramones, y Blondie. “Fue un campo de entrenamiento, era genial. Allí podías mostrar tus errores frente a la audiencia”, evocó. “Cuando empezamos a tocar ahí, sabíamos que era un sitio horrible. Estuvimos alrededor de tres años actuando hasta que de pronto Richard Hell decidió abandonarnos, lo que me pareció estupendo. Pudimos reemplazarlo con un músico afín a lo que deseaba hacer: Fred Smith (entonces integrante de Blondie). Eso nos pulió”.
Si en algo coincidían quienes lo admiraban y los que lo despreciaban era en que quería ser el Bob Dylan de su época. También en que tenía muy mal carácter. Lo cierto es que líricamente, con esas canciones reflexivas y poéticas (para muestra está su primer hit, “Little Johnny Jewel”, en el que Verlaine versa: “Él sólo está tratando de contar una visión. Algunos pensaron que esto era triste, y otros pensaron que era una locura. Ellos sólo rascan la superficie”), supo definir el estado de ánimo de la Gran Manzana. Algo similar sucedió con su guitarra, con la que puso a interactuar al punk con el jazz. “Cuando toca la viola, pareciera que un millar de pájaros azules estuviesen gritando”, describió Patti Smith, con la que participó en sus dos primeros discos y firmó el libro de poesía The Night. De eso dan fe Marquee Moon (1977) y el segundo álbum de Television: Adventure (1978). Al igual que su obra solista.
Si bien en 2021 salió Letter from Turin (2021), que registra en vivo un show de 1987 en la ciudad italiana, el último álbum que hizo en el estudio data de 2006 y se titula Around, donde se reencuentra con sus colegas Billy Ficca y Fred Smith. “Panorámico”, “pastoral” y “atmosférico” fueron algunos de los adjetivos de un repertorio configurado por un músico que es sinónimo de vanguardia. Admirado además por figuras del calibre de David Bowie. A tal punto de que hizo una versión de su tema “Kingdom Come”, incluido originalmente en el debut solista de Tom Verlaine (titulado igual que este), en su disco Scary Monsters & Super Freaks (1980). Aunque su primer éxito en solitario se produjo en su siguiente trabajo, Dreamtime (1981), al que le secundó una prolífica obra unipersonal (próxima al post punk) hasta comienzos de los noventa. Esto coincidió con la vuelta de Televisión, patentada en un álbum homónimo lanzado en 1992.
A partir de ese momento, pese a que no volvieron a sacar material nuevo, se presentaron en vivo ocasionalmente. Y bajo esa modalidad desembarcaron en Buenos Aires en dos ocasiones (la última sucedió en 2016) y actuaron en festivales como All Tomorrow’s Parties, lo que les permitió renovar su impacto en la nuevas generaciones de público y artistas. Si ya contaban entre sus seguidores a los músicos de Violent Femmes, Sonic Youth, Red Hot Chili Peppers y Wilco, cuyos integrantes se despidieron de Verlaine mediante las redes sociales, ahora grupos como The Strokes formaban parte de su linaje. “Fue un chiste cuando dije que todas esas bandas que se sienten influidas por nosotros deberían pagarnos una porción de sus regalías”, aclaró el cantautor que inspiró en 2022 la novela The Thin Gods, del escritor sueco Aris Fioretos. “No sé dónde se nota nuestra importancia en otros”.