a Oscar Grillo

Es un drama conseguir pileta. Hay que desplazarse, hacerse socio de un club, tener amigos con pileta. Los que tienen pileta están cansados de nadar. Quince minutos y ya se salen. Y lo miran a uno ahí, chapaleando como chicos. John Berger dibujó unas nubes, cirrus blancos como fragmentos de hielo en el silencio azul del cielo que vio mientras nadaba de espaldas. Antes, cuando lo hacía de frente, vio un árbol a través de la ventana del natatorio y lo dibujó después, con su hoja perfecta, su sinécdoque.

Me hubiera gustado dibujar, escribir con caligrafía pareja, rebuscármelas con dibujitos auxiliares para mis textos. Una novela como un puzzle o una estrella arriba, al comienzo de la página en blanco “alumbrando el campo operatorio”. Perec y Cortázar, respectivamente. Pero ni siquiera sé nadar, apenas cantar, y el verano no es para las zambas. Solo el momento en que cae el sol. El verano es una estación para perder el tiempo, y uno se va quedando sin tiempo. Los proyectos llevan pereza (¿salir con este calor?) Rimbaud odiaba el verano. El amor no se lleva bien con los ventiladores y un amor con aire acondicionado es un poco superfluo.

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Yo quería escribir sobre escritores que dibujan. En el sentido inverso al libro de Matías Serra Bradford: Trece Pintores lectores. Lo hice y una vez acabado el texto, revisando en la web, advertí que es un tema bastante solicitado. La lista es más o menos la misma: Hesse, Kipling, Goethe, Lewis Carroll, Tolstoi, Pushkin, Blake, Rimbaud, Artaud, Hoffman, Henri Michaux (“¡Abajo las palabras!”), Saint- Exupéry, George Sand, Max Jacob, con algunos cambios según se escriba desde acá o desde allá, me refiero a Europa. Hay quien pone a Borges en lista, pero la pintora era la hermana. Estela Canto aborrecía los dibujos de Norah, decía que eran todos iguales: jovencitas aniñadas y cándidas como su alma. Para pintores, Sábato. Cosa rara: cuando perdió la vista se dedicó a pintar. Mismos temas, mismos escenarios, lo nocturno.

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Me había prometido no seguir con los escritores que pintan o dibujan. Los envidio secretamente. Me quedé sin pileta, fui al bar con 37 grados. Me quedé sin cuadernos. Tengo uno al que le sobran algunas hojas. Hice un dibujo allí. Me dio una vergüenza espantosa, lo rompí; la mujer que dibujé, su rostro, era un espectro. Surrealista, pero en grado sumo. No hay caso, mi madre me hizo saber temprano que dibujaba mal. Y eso fue un condicionante para el niño que no pudo remediar ni la profesora que buscó para enseñarme. Me la pasaba copiando. Eso sí, las palabras me surgían sin soplar ni copiar, hasta que empecé a escribir relatos y, otra vez, la tentación de caer en la imitación, la parodia.

Por eso estoy reescribiendo este artículo, es decir, nadando hacia atrás. Lo decidí en el mismo instante en que me di cuenta de que el tema estaba muy socorrido. Y a uno no lo socorre nadie del verano.

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Consultando los artículos que ya se escribieron, veo algunos que van hasta el detalle de los dibujos en las dedicatorias. Porque pronto se quedan sin novedad. Kafka dibujaba, Victor Hugo era un gran pintor de tintas que se inspiraba en Goya, y Rafael Alberti libró su batalla interior, a los diecisiete años, entre la poesía y la pintura.

Con este calor reescribir un texto se hace cuesta arriba. Aunque no lo paso del todo mal. Reescribir podría ser algo así como usar el texto primero de boceto, y luego darle otra forma, siguiendo un ritmo libre. Dibujar, tal como Oscar Grillo, deschavó que lo hace, cuando pasó por Rosario hace unos años. Dijo Grillo: “aprendí a dibujar siguiendo el camino de los maestros que rompían el espejo para no engrupir a los otarios con elaboradas reconstrucciones de la 'realidad'”. Grillo debería ser escritor. Cuando lea esto, si es que lo lee, a lo mejor se enoja. Pero para mí es escritor y lo pongo en la lista.

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Ni el consuelo de la caligrafía le queda a uno que, aunque escribe a mano, ya le cuesta leerse. Mi letra siempre ha sido mala. Le tengo miedo a los psicólogos que, cual oráculos modernos, te miden la locura por las líneas y los dibujitos.

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¿A ver? ¿Qué queda en el tintero sobre los escritores que dibujan? Vayamos al boceto, es decir al texto que escribí en primer lugar y no quise enviar para no pasar por plagiario. Tengo la certeza, pero esto también ha sido escrito, que la palabra griega graphé no distingue entre escritura y dibujo, un único arte que supone, en la espalda encorvada sobre un papel, la totalidad indivisible de la función creativa. Y esta otra que tomé de Serra Bradford, aquel antiguo y hermoso término retórico, la écfrasis, traducción en palabras de las imágenes, artificio del crítico para singularizar la obra de arte con el aparato de la escritura.

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Sería necesario ahondar en otros problemas. ¿Un mal dibujante puede ser un buen escritor? (Pero ¿qué es ser un buen escritor?) A mí me gusta mucho Vila- Matas. Una vez vi dedicatorias suyas en la hoja de cortesía de sus libros; dibujaba un sombrero a lo Pessoa, muy bonito. Pensé que él también debería entrar en la lista de los escritores que dibujan, pero otro día le oí contar que hacía siempre el mismo dibujo, y que le costó mucho trabajo llegar a representar el sombrero.

Una coartada lleva a la otra, los trucos de la intertextualidad y la línea ajena se presentan como borrosas manchas de una teoría del arte. Como la cita falsa: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar” atribuida a Kafka en sus Diarios y que pertenece más a Vila- Matas.

Demasiado tarde para influencias. Ahora caigo que podría haberme ahorrado la reescritura. Debería encontrar un amigo con pileta. Pero me da fiaca. A todo esto, no sé qué texto enviar.

Me parece que éste.