En enero se cumplieron dos años del fallecimiento de Rodolfo Alonso. Nacido en 1934, poeta, traductor, ensayista y ex editor, dejó seis largas décadas de infatigables labores, plasmadas en libros, revistas, y en toda clase de textos, lecturas e intervenciones públicas. Benjamín del grupo que hizo, a lo largo de la década de 1950, la revista Poesía Buenos Aires, su vida estuvo entrelazada y enriquecida por lo que fueron las dos principales corrientes poéticas vanguardistas del período, surgidas la década previa: el invencionismo de Edgar Bayley –ligado al arte concreto– y el surrealismo de Aldo Pellegrini.
“Había que haber vivido en Buenos Aires a comienzos de la década de los cincuenta”, escribió Alonso, “para visualizar cómo, sin habérselo propuesto, desde una publicación absolutamente independiente y dedicada en forma exclusiva a la poesía, que sólo tiraba quinientos ejemplares, de carácter prácticamente artesanal, y que cumplió al pie de la letra su propósito de ‘no devenir institución’, se cambiaron los modos de escribir y de vivir la poesía en la Argentina”. Es en “Antes y después de Poesía Buenos Aires”, un texto publicado en la Historia crítica de la literatura argentina de Noé Jitrik, en el volumen VII, “Rupturas” (2009), dirigido por Celina Manzoni, donde el poeta evoca un momento particular de la ciudad y de la cultura –con el tango, omnipresente–, sopesando el devenir de la revista y el de sus integrantes.
El joven Alonso ya había descubierto por su cuenta a César Vallejo y Roberto Arlt, en una experiencia de lectura que describirá luego como “doble iluminación”. Así contó cómo llegó a Raúl Gustavo Aguirre y al resto del grupo de Poesía Buenos Aires: “el contacto con los jóvenes reunidos alrededor de la ahora legendaria revista me inició en una amistad fundamental y en una aventura resplandeciente. Con dieciséis años, y todavía en el colegio secundario, recorriendo las galerías de arte y librerías de la calle Florida, en una mesita baja de Viau, encontré varios ejemplares del número 5. Sentí como un descubrimiento, como un llamado, intuí una afinidad instintiva y, a pesar de la timidez, les mandé una carta aduciendo que formaba parte de un grupo. Con su respuesta me invitaron a un encuentro en el Palacio do Café, era el 3 de octubre de 1951 y ahí estaban Aguirre, Nicolás Espiro, Wolf Roitman, que esa noche se iba a París, y Daniel Saidón; conservo el libro que me regaló esa noche Aguirre con su dedicatoria: ‘A Rodolfo Alonso y su barra’. Al día siguiente yo cumplía diecisiete años. Y ellos iban a ser mi verdadera barra aunque eran unos siete u ocho años mayores que yo”. Concluía sobre “lo que para mí sigue siendo Poesía Buenos Aires: una mezcla de fraternidad y de exigencia”; “el movimiento dio la posibilidad de conocer a seres humanos de calidad excepcional: poetas, escritores o amigos de los poetas (entrañables compañeros que sin necesidad de escribirla encarnaban, eran la poesía), a músicos, artistas plásticos, a Juan L. Ortiz y a Oliverio Girondo”.
Además de la revista, la traducción ha sido otra forma de la poesía para Alonso. Fue Aldo Pellegrini -pionero del surrealismo en América Latina, poeta y crítico de arte, ensayista, editor y promotor de revistas- quien le propuso sus primeros desafíos: “Fue él quien me propuso traducir autores en versiones que luego resultaron memorables: la primera traducción latinoamericana de Pessoa, anticipada en el último número de la revista (y donde aparecían por primera vez en castellano todos los heterónimos), y una amplia antología de Ungaretti”. Un poema-homenaje de Alonso, “Aldo, el peregrino”, lo recuerda resumidamente: “¿Y no le debo yo a Pessoa? / ¿Y todos a Lautréamont? / ¿Cuántos pintores hizo ver? / ¿Cuántas veces / apostó por el sueño / que nunca se termina?”.
Las traducciones que hizo Alonso del francés, italiano, portugués y gallego son célebres, y fueron a lo largo de las décadas requeridas y publicadas por editoriales nacionales y extranjeras, desde los trabajos para Fabril Editora, pasando por la cordobesa Alción, Argonauta, Duino, y Eduvim, para la colección que dirigió, “La Gran Poesía”. El poeta y escritor brasileño Lêdo Ivo lo llamó “Príncipe de los Traductores”. Dijo sobre Alonso: “promovió la travesía lingüística de tantos nombres contundentes o eméritos, participa, como co-autor o co-creador, de un proceso en que el trasplante de poemas extranjeros a su lengua natal corresponde a una verdadera recreación. En su faena de traductor, él les confiere una nueva respiración; un nuevo secreto; incluso un nuevo espanto. Les transfiere esa respiración viva y alentadora que sustenta sus propios versos”. Por su parte, Juan Gelman le dijo a Alonso –según recordó este en varias oportunidades– no estar seguro de haber podido escribir de la forma en que lo hizo sin la existencia de Poesía Buenos Aires, así como Ricardo Piglia reivindicó –en Crítica y ficción– la lectura de la revista (contra la “ecléctica” Sur, por ejemplo) en sus “años de formación”. Y Juan José Saer escribió en sus notas publicadas póstumamente como Trabajos: “En los años cincuenta, había varias revistas literarias que circulaban bastante, pero dos sobresalían entre todas ellas por razones diferencias, y hasta podría decirse antagónicas: Contorno y Poesía Buenos Aires. La primera, dirigida por David Viñas, practicaba una revisión crítica de la literatura argentina, con un enfoque fuertemente político y sociológico, pero con un innegable rigor académico. Dos de sus colaboradores se cuentan todavía entre mis mejores amigos –Adolfo Prieto y Noé Jitrik–, pero mis preferencias literarias iban hacia la vereda de enfrente. Poesía Buenos Aires, aparte de haber contribuido más que ninguna otra publicación a la difusión de las principales corrientes poéticas del siglo XX, reveló sobre todo una nueva generación de poetas argentinos y una nueva manera de concebir el trabajo poético. Edgar Bayley, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Leónidas Lamborghini, Hugo Gola, Francisco Urondo, Rodolfo Alonso, colaboraban con frecuencia en la revista, que publicó también, en algunos casos, los primeros libros de algunos de ellos. Raúl Gustavo Aguirre, su director, es probablemente el poeta argentino más intensamente implicado en la difusión y en la reflexión sobre los nuevos caminos de la poesía mundial en la segunda mitad del siglo XX”.
Durante varios lustros, “Rodolfo Alonso Editor”, a tono con el “espíritu de la época”, sesentaiochista, llegó a publicar más de doscientos cincuenta títulos: traducciones de libros, revistas y ensayos de teóricos de la talla de Herbert Marcuse y Ernest Mandel, de Henri Lefebvre y León Trotsky.
Salud o nada, publicado en 1954, es el primer poemario de Rodolfo Alonso, al que le seguirán más de una treintena de libros, incluyendo la incursión en el ensayo y la narrativa, además de Cheiro de choiva, un poemario en idioma gallego (el de su madre y su padre).
Ampliamente premiada y traducida, la obra poética de Alonso –acompañada en muchos casos por las ilustraciones de grandes artistas como Testa, Hlito, Grela, Macció, Polesello, Roux, Ocampo, Robirosa– fue reunida y publicada por la Editorial Universitaria de Villa María, en tres volúmenes fundamentales: Lengua viva, El uso de la palabra y Ser sed. Juntos, superan el millar de páginas: un rotundo vivir con/en/para la poesía, desde los años 1965 a 2018.