Dos hombres se encuentran tras el colapso de una sociedad. Uno de ellos cae en una trampa cazabobos, escondida fuera de la frontera de alambre de púas levantada por el otro hombre en su pueblo fantasma suburbano. Está sucio de barro, hambriento. El otro hombre muestra simpatía y lo invita a una comida. Hay cierta tensión en el aire. La amenaza de violencia. Pero ocurre todo lo contrario: se enamoran. Durante cerca de dos décadas, estos hombres envejecen juntos, lejos de la plaga que ha diezmado al mundo. Eventualmente, mueren juntos.
Esta hermosa, conmovedora historia es el foco de "Long Long Time", el tercer episodio de The Last of Us. Hasta este momento, la adaptación realizada por HBO del videojuego posapocalíptico había sido una violenta pesadilla distópica. Hubo peleas brutales. Muertes traumáticas. Monstruos viceralmente inquietantes. En el corazón de todo estaban Joel (Pedro Pascal), Tess (Anna Torv) y la adolescente de 14 años Ellie (Bella Ramsey), buscando su camino a través de una sociedad devastada. Pero en "Long Long Time", la historia de Joel y Ellie quedó relegada a los márgenes. En la mayoría de este episodio de duración casi cinematográfica se sigue la gentil, vital relación entre Bill (Nick Offerman) y Frank (Murray Bartlett).
En el comienzo, Bill es un misántropo, un survivalista que descubre ser por demás adaptable a navegar la vida tras el armagedón provocado por la infección de hongos. Frank es más tierno, y más abierto, y empieza a contagiarle estas cualidades a su nuevo compañero. A medida que la historia progresa, a través de una serie de amplios saltos temporales, su tentativo romance evoluciona en un amor duradero y lleno de significado. No es precisamente lo que viene a la mente cuando se menciona la frase "terror zombie".
La idea de dar rienda suelta a una historia de amor tan tierna, tan humanista en el medio de los adornos brutales del terror posapocalíptico es ciertamente audaz, aún más audaz al aparecer tan temprano en la serie. Los romances amorosos y auténticos entre dos hombres -especialmente en hombres mayores de 40 años- son raramente explorados en los medios mainstream, ni hablar en el contexto de las convenciones masculinas de esta clase de ficciones. Para un drama de gran presupuesto que ya ha llegado a más de 20 millones de espectadores, el mero intento de presentar una historia como esta es algo nunca visto. Que lo haya manejado de manera tan brillante constituye otra maravilla.
Quizá no sorprende demasiado que semejante episodio haya sido ideado para HBO, la cadena televisiva que hace tiempo se situó a la cabeza del malón cuando se trata de retratar en pantalla relaciones entre el mismo sexo. Series como Six Feet Under, Looking y High Maintenance contienen algunas de las mejores y más creíbles descripciones de relaciones queer en la televisión. Fanáticos del superlativo videojuego Last of Us (lanzado en 2013) y su secuela de 2020 también puntualizarán que la fuente original de material también sentó un precedente en el tono. Como con la serie, los juegos fueron capaces de empalmar hábilmente estudios de personajes conmovedores y realistas con el terror de ciencia ficción más extremo; ambos juegos, particularmente la segunda parte, fueron también celebrados por sus personajes y temas queer, ricamente desarrollados.
Pero con el episodio 3, The Last of Us ha ido aún más lejos que los juegos. Fue muy inesperado. Tan conmovedor. Tan paciente en su manera de desarrollar la narrativa. La elección del elenco fue también magnífica. El personaje de Offerman parece en el comienzo la clase de tipo libertario, "hombre entre hombres", que el mismo actor convirtió en epítome desde que se hizo famoso en Parks and Recreation como Ron Swanson. Y en buena medida este es el caso, pero también hay en él una poderosa vulnerabilidad. Cuando Bill y Frank duermen juntos por primera vez -en una escena de impresionante intimidad, con una soberbia actuación-, Bill confiesa que nunca antes tuvo sexo con un hombre (parece evidente, incluso antes de que lo diga). Es lo más emocionalmente expuesto que haya estado alguna vez Offerman en pantalla.
El viaje de Frank, por otra parte, puede ser menos transformador, pero aun así Bartlett lo convierte en una performance admirable. Tras sus extraordinarias apariciones en Looking, Tales of the City y The White Lotus, se ha convertido rápidamente en uno de los más prominentes actores gay de la industria audiovisual.
A medida que el episodio se acerca a su final y Frank sufre una enfermedad incurable, las últimas escenas de la pareja son profundamente emotivas (desde que se distribuyeron los screeners de adelanto a la prensa, abundaron las historias de críticos conmovidos hasta las lágrimas). Ambos viven juntos un último día perfecto, y luego se eutanasian. Para una serie que ya se ha mostrado más que dispuesta a exhibir horribles muertes en pantalla -muertes por balazos, muertes por explosiones, muertes por palizas, muertes por un beso con tentáculos de hongo-, The Last of Us les concede a las muertes Bill y Frank una poderosa dignidad. No se ven cuerpos, solo una ventana abierta. Entre otras cosas, el episodio es una subversión del muy criticado tópico de "enterrá a tus gays". Aquí, sí, hay dos personajes gay que mueren. Pero son quizás las únicas personas en el devastado paisaje tras la infección a quienes se ve verdaderamente vivos.
Del mismo modo, es imposible no apuntar que esta línea narrativa es la primera desviación mayor de la trama con respecto a los videojuegos. El de 2013 incluye a Bill, pero solo se lo ve en el presente, como un solitario chiflado. Más tarde se revela que su amante, Frank, se ahorcó tras ser infectado, y dejó una carta explicando que de hecho Bill no le importaba en absoluto. Descartar ese giro a favor de una historia de amor para la serie televisiva representa la mejor manera en que puede trabajar una adaptación, el mejor logro. No es una mímica del original, lo expande, tanto en imaginación como en espíritu.
Más que nada, el tercer episodio de The Last of Us es un alentador recordatorio de que la televisión aún puede sorprender. De que aún hay muchas historias por contar. Pueden llegar por vía de la violencia de zombies espeluznantes, por supuesto. Pero a la vez pueden establecer algo tan diferente como emocionante.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.