“Yo hablando mal de Shakira, la persona más famosa del planeta ¡Qué loca!”, se ríe Andrea Echeverri, que responde el teléfono desde Jericó, una pequeña ciudad montañosa y de casas bajas al sur de Colombia, donde viajó para tocar en un festival local con su proyecto solista. El asunto es que Shakira, su hoy tan descorazonada como exitosa compatriota, es autora de un disco más o menos nuevo, más o menos reggaetonero, llamado El Dorado, o sea, el mismo título que ella le puso al disco cumbre de su propia banda hace más de veinticinco años. Sobre ese tema se bromea a menudo en su entorno, sin embargo, esta vez Echeverri saca a su colega al baile simplemente para recordar una anécdota sobre Aterciopelados, su banda, la dupla rockera que conforma hace treinta años con Héctor Buitrago, su compañero y ex novio. La cosa es así: en la entrevista que dieron hace pocos años para la serie documental Rompan todo, sobre la historia del rock latinoamericano, Héctor celebra a Shakira como una de las voces del rock en español. Una aseveración como mínimo imprevisible, que Echeverri –indignada, el pelo rapado, el outfit insólito, la actitud altiva– recibe rolando los ojos y retrucando en cámara: “¡Bueno, es que a ti te gusta todo!”. Ambos se ríen. La escena quedó en el documental y es memorable simplemente porque bien podría resumir la relación de la dupla: un vínculo chispeante, divertido y complejo que los convirtió en una de las bandas históricas del rock latinoamericano. “Bueno, yo nunca he sido como los rockeros, yo nunca he escuchado mucho rock, ni me he vestido de cuero negro. Lo que he sentido toda mi vida es que hacer rock es defender lo que tu eres. Y creo que nuestro show de ahora viene bien rockerito, no por una cualidad específica del sonido, sino más bien por defender un espacio que en este momento no tiene nada que ver con lo masivo”, dice adelantando la pequeña gira que trae a Aterciopelados a Buenos Aires, donde presentarán su último disco hoy mismo, en el escenario de Groove.
La cosa ya es conocida, pero se puede resumir así: la historia de Aterciopelados, la de su música, la de sus canciones, es también la historia de un amor. Al menos, un testimonio de sus infinitas posibilidades. Aunque fueron novios apenas un año, en el imaginario colectivo Héctor y Andrea son una pareja perpetua. A través de sus discos se los ha escuchado quererse y separarse, amar a otros, tener hijos con otros, ser amigos, ser familia. Ambos se conocieron en los 80 en Bogotá: él punk, ella artista. Él, un músico callado y talentoso, ella una frontwoman bestial. Él, fan de las tachas, ella de los boleros y las rancheras. “Él vegetariano, yo casi vampira”, canta Echeverri en una de sus últimos discos. Tal para cual. Con esa impronta, con sus pelos rapados y teñidos, con su estética kitsch importada y con sus sonidos y sus preocupaciones bien locales –desde la ecología a la violencia de género–, construyeron una identidad poderosa que los tuvo como líderes de una escena alternativa en los 90 en Colombia, y luego, como voces trascendentales del rock en español.
Obviando los cuatro años en que estuvieron separados –indignados, ni siquiera se hablaron– durante tres décadas Aterciopelados nunca ha dejado de tocar y producir. Por eso, las recientes celebraciones de su trabajo –que incluyen documentales internacionales que los homenajean, giras celebratorias, conciertos de estadio por aniversarios– los encuentran en un momento liminal del que no siempre pueden gozar todas las bandas de largo aliento. Es decir, están al mismo tiempo lanzando material nuevo y festejando esas canciones antiguas que marcaron generaciones con sendos reconocimientos. “Nosotros hemos estado en todos los momentos de la industria, tuvimos discos con gran presupuesto que involucraban el viaje de toda la banda a Inglaterra, por ejemplo, y esos momentos se disfrutaron, pero después nos tocó hacer todo en nuestras casas porque nuestra disquera se fue de Colombia. Desde ese momento empezamos a aprender a grabar y hacer las cosas nosotros mismos. La pandemia ahora nos cogió muy preparados para eso. Del presente no me gusta la cantidad apabullante de novedades, mi cerebro no puede con tanto, pero me gusta que puedas hacer música con poco presupuesto. Es una manera de continuar tu relación con la música sin necesidad de pasar por un momento mega exitoso económicamente”, explica Echeverri.
Acá en Buenos Aires, se espera que Aterciopelados recuerde algunos de sus hits: “Florecita rockera”, “Baracunatana”, “De tripas corazón” o “Bolero falaz”, porque para los 25 años de El Dorado, ese disco que los encumbró, están preparando una celebración con un gran concierto que estrenará en el Palacio de los Deportes de Bogotá este abril. El tour que los trae por estos lados, sin embargo, fue pensado para presentar el disco que grabaron en aislamiento y lanzaron en plena pandemia: Tropiplop (2021), un disco que resume el desconcierto de esos días feroces, y que también incluye una versión nueva –con video incluído y filmado en Buenos Aires– de “En la ciudad de la furia”, la canción de Soda Stereo que en los noventas cantaron en conjunto y consolidó su amistad con los locales. “A mi con estas cosas del pasado me dan sentimientos mezclados, yo creo que uno como artista defiende su presente, uno está tratando de jalar para que la gente escuche las canciones nuevas, pero no hay que negar tampoco el poder que tienen estas canciones. Ahora hemos estado preparando lo de El Dorado, la idea es mirar para atrás y decir ‘se han hecho cosas importantes, bonitas y que la gente recuerda’. Me gusta el efecto máquina del tiempo, que cada canción lleva a la gente a cuando estaba en el colegio, en la universidad o diferentes momentos de su vida, ese disco es importante para varias personas”.
La historia de Aterciopelados con Argentina es casi tan intensa y larga como la que comparten entre ellos dos, por eso sus ganas de iniciar las celebraciones por estos lados. Desde su admiración por Mercedes Sosa, referente de Echeverri, hasta colaboraciones más actuales como la que hicieron con la directora argentina Ana Katz para la serie colombiana Ruido capital. Pero por supuesto su vínculo principal lo forjaron con Soda Stereo, con quienes establecieron una amistad que se afianzó en los noventas: compartían disquera y Gustavo Cerati quedó impresionado con el desplante de Andrea y con “Bolero falaz”, esa canción del disco cumpleañero donde ella con esa voz poderosa, entre partida y altiva afirma que “Tu no eres mi media costilla”. La versión de “En la ciudad de la furia” que Echeverri cantó con Cerati quedó plasmada en el Unplugged de MTV, y de hecho, la última visita a Buenos Aires de ella fue para participar de los conciertos que la banda ofició en homenaje a su líder. Esa última tocada fue celebratoria y memorable, pero recuerda Echeverri que la primera vez que estuvo por estos lados, en los noventas, no se queda atrás: los Aterciopelados habían venido para telonear a Soda en un concierto gratuito por el aniversario de La Plata, donde ellos, una banda colombiana ignota y con el triunfo de Colombia contra Argentina en las clasificatorias del mundial todavía demasiado fresco, recibieron un abucheo de 150 mil personas en campo abierto. “Nos decían cosas horribles por el fútbol y también por abrirle a Soda nosotros, que no nos conocía nadie. Pero recuerdo que fue muy mágico porque empezaron a cantar ole ole ole y yo empecé a cantar con ellos, a decirles que en realidad yo también venía a ver a Soda, y de ahí en adelante el concierto fue muy bonito. Siempre que estoy en Argentina la pasó muy bien”, se ríe.
Ese momento exacto se puede ver en Bios, el capítulo de la serie documental que les dedicó National Geographic, como una de las bandas más relevantes del rock en español, y que se puede ver por Star+ junto a historias de personajes como Andrés Calamaro, Charly García y Café Tacvba. El documental ha celebrado su historia y los ha conectado también con otras generaciones más jóvenes que los han descubierto. Del presente, dice Echeverri, valora las posibilidades de encontrarse con otros pero tampoco se siente obligada a nada: “Así como me aburría Madonna en su momento, también me aburren un poco varias cosas que veo haciendo a algunas chicas ahora, y creo que una de las virtudes del presente es que hay tantas posibilidades que no estás obligado a estar ocupado en lo masivo. Yo tengo fuertes críticas porque no creo que en la sexualización de la cultura haya necesariamente una liberación”. Acá en Buenos Aires recuerda que sintió ese vínculo artístico con una generación más abajo. La última vez tocó acompañada de una banda formada por las locales María Pien, el trío Amor Elefante y Lu Martínez que festejaron sus canciones. “Incluso, tocando allá me hicieron notar que mi disco Ruiseñora estaba cumpliendo diez años. Acá en Colombia no fue nada exitoso. Pero allá, me contó María que hasta hay una banda que se llama Ruiseñora. Estaba yo muy contenta porque hice ese disco cuando me peleé con Héctor y dije: yo puedo hacer todo sola y lo hice, más o menos, pero lo hice, y no tuvo mucha trascendencia. En Colombia el movimiento feminista está menos estructurado y maduro que en Argentina, creo, y me sorprendió mucho la recepción allá”, dice Echeverri.
Cuando los Aterciopelados se separaron, ella se puso a hacer sus canciones sobre experiencias vinculadas a las mujeres, un derrotero cuyo último hito fue el evento Ovarios calvarios, ambiciosa muestra contra la violencia sexual donde expuso sus cerámicas acompañadas de temas inéditos. Él, se puso con su proyecto de música electrónica experimental en sintonía con su activismo medioambiental. Hace doce años además organiza un evento para reconectar a las personas con el agua de sus ciudades. Ambos estuvieron enfocados en sus proyectos personales y activistas, pero desde el regreso, dicen, en esa ensalada intensa, sazonada, extrema que siempre han sido, experimentan un fértil renacer. “Siento que la separación fue buenísima. Cuando peleamos y casi ni nos hablamos, cada uno se dedicó a su proyecto solista y fue buenísimo porque cuando nos volvimos a juntar, cada uno había experimentado lo del otro. Osea, ¡Hector tuvo que cantar! y se dio cuenta lo difícil que es. Y yo tuve que producir, que también. Entonces cuando nos volvimos a juntar y delegamos al otro lo que el otro sabe hacer mejor. La verdad ¡fue un alivio!”.
Aterciopelados toca esta noche en Groove, Av. Santa Fe 4389. A las 19.