Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo
Argentina, 2017
Dirección y guión: Juan Pablo Buscarini, Gustavo Postiglione, Néstor Zapata, Héctor Molina, Hugo Grosso, Pablo Rodríguez Jáuregui; a partir de cuentos de Roberto Fontanarrosa.
Música: Franco Fontanarrosa.
Reparto: Julieta Cardinali, Darío Grandinetti, Gastón Pauls, Dady Brieva, Luis Machín, Pablo Granados, Juan Nemirovsky, Catherine Fulop, Jean Pierre Noher, Raúl Calandra, Liliana Gioia, Kate Rodríguez.
6 (seis) puntos.
Propuesto como film coral, en donde las miradas convivan y discutan la premisa que significa Roberto Fontanarrosa, Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo propone seis aproximaciones, y en rasgos generales el asunto tiene su equilibrio. No es poco, se sabe -y el cine tiene ejemplos similares‑ que congeniar en un mismo largometraje no es tarea fácil.
Si es cuestión de elegir, son las animaciones las que se llevan la mejor tarea. Repartidas entre los títulos y las denominadas Semblanzas deportivas, los dibujos animados permiten el marco contenedor, también porque es desde el trazo gráfico cómo primero se recuerda al gran dibujante; esto es algo ya presente en los títulos, admirables (obra de Melisa Lovera), a partir de un lápiz que raya y crea desde el plano detalle. Las Semblanzas suman la tarea notable de Miguel Franchi como actor de voces, capaz de camuflarse en varios registros y de agregar una impronta propia. Así, el grupo liderado por Pablo Rodríguez Jáuregui compone una serie de piezas que adquieren autonomía, con matices diferentes, dados por las manos de los distintos dibujantes, pero en consonancia con el trazo de origen.
De los cortometrajes, hay dos que a juicio personal destacan. Uno de ellos es No sé si he sido claro, de Juan Pablo Buscarini, porque posee una puesta en escena clásica, dividida en dos tiempos que narran de modo paralelo -uno en pasado, otro en presente‑, en dos velocidades -el pasado en un rallenti coreografiado‑, hasta alcanzar el punto de encuentro y la sorpresa, a la manera de un gag demorado, finamente ejecutado. Es la tarea -y la voz, puntualmente‑ de Dady Brieva la que sobresale, al permitir una apropiación del texto de origen que en sus maneras y gracias se rearticula, de modo feliz. El trabajo de Gustavo Postiglione, Vidas privadas, exhibe una apropiación singular del texto fontanarroseano, llamado a convivir en la poética del realizador. La pantalla dividida inicial -repartida entre Gastón Pauls y Julieta Cardinali‑ se resumirá en una acción única cuando la cuarta pared del encuadre caiga. A partir de allí, el relato se asume como una variación inversa de La rosa púrpura de El Cairo, para que los personajes sean vistos y cuestionados por un dramaturgo (Jean Pierre Noher) y dos intérpretes. De manera dual, en equilibrio formal, si el ingreso a este drama es en una dirección, corresponde que la salida sea en otra (cine y teatro son dos caras estéticas de Postiglione). Es loable el trabajo de cámara, en donde el plano secuencia maneja no sólo un pulso claro de cara a los constantes planos y contraplanos sin corte, sino también en función de las transiciones espaciales, con cortes disimulados.
Es curioso, pero la misma situación de narración alternada aparece en todos los trabajos. Sucede con Sueño de barrio, de Néstor Zapata, en donde el relato del sueño sexual atrapa a comisario, oficiales y padres de la soñada, a través de las palabras de Juan Nemirovsky. Otro tanto en relación al hombre sin sombra que Darío Grandinetti interpreta en El asombrado, de Héctor Molina, mientras explica sus vicisitudes al psicólogo (Claudio Risi). Y finalmente, a través de la fantasía o relato fraccionado que Luis Machín hace consigo mismo en Elige tu propia aventura, con su voz transpuesta en la de Quique Pesoa como alterego omnisciente. Estos tres cortos tienen sus virtudes, desde ya, como la atracción misma que suscita la falta de sombra en el trabajo de Molina, un recurso con ejemplos varios (desde el film de Verhoeven hasta la obra pionera expresionista, El estudiante de Praga, aunque allí se perdía el reflejo). Además, Molina incorpora las sombras chinescas como recurso metalingüístico, y con este recurso rememora estéticamente el flipbook de su largometraje Ilusión de movimiento. En cuanto al trabajo de Zapata, se inscribe en un costumbrismo que pudo apreciarse de manera reciente en Bienvenido, León de Francia! Tal vez exista cierta dilación en la acción, demasiado sujeta a la primacía de la escena, con modismos gestuales que recuerdan la televisión de décadas pasadas, en un rasgo que acentúan las participaciones de Pablo Granados y Chiqui Abecasis. Hugo Grosso, por su parte, se permite jugar con la desorientación temporal y los falsos raccords en Elige tu propia aventura, hasta dar pie a un desenlace que vuelve sobre sí, como ambigüedad final, a través del primer plano de Luis Machín, capaz de ser él mismo el soporte de todo el relato.