Pasado y futuro. Ficción y realidad. Memoria individual y colectiva. Mundos diversos se cruzan en Los Nacimientos, la nueva puesta del Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815) que subirá al escenario de la Sala María Guerrero este jueves, por únicas 8 funciones, de jueves a domingos a las 20. A través de la mirada heterogénea de un elenco femenino, la propuesta echa luz sobre los aspectos menos conocidos de la Villa 31, resignificada en el último tiempo como barrio Padre Carlos Mugica.

¿Cuáles son los conflictos y potencias que pueden surgir del encuentro entre dos caras de la ciudad que no suelen mirarse? De ese interrogante parte la obra que cuenta con la dramaturgia de Marco Canale, y la dirección conjunta de Canale y Javier Swedzky, y que se realizó gracias al apoyo del Instituto Francés de Argentina, la Embajada de Francia y Veolia Argentina.

Once mujeres de entre 55 y 85 años, nacidas en la Argentina, Bolivia, Perú y Paraguay, son las protagonistas de este espectáculo. Ellas son Ramona Escalante, Adelaida Franco, Marta Giménez, Marta Huarachi, Candelaria Ospina, Roberta Reloj, María Rojas, Paula Severi, Flora Solano, Beatriz Spitta y Francisca Vedia. La mayoría habitan el barrio 31, y comparten en escena fragmentos de sus biografías mixturados con la poética del arte teatral.

Los Nacimientos es la vida de ellas -con sus conflictos, canciones y lenguas-, el amor por las casas que construyeron, el encuentro con sus muertos a través de la tradición ancestral del pan de los difuntos, y su descubrimiento del teatro y el cine. Pero también es la reconstrucción de la historia de la 31, desde su origen en 1930, pasando por las demoliciones masivas de la última dictadura militar, y hasta una actualidad atravesada por la problemática del consumo de drogas y el complejo proceso de urbanización. Una radiografía de luces y sombras.

Es una historia que la mayor parte de la población desconoce. Y estas mujeres son parte de eso”, anticipan Canale y Swedzky en diálogo con Página/12. “Todas son trabajadoras que lograron salir adelante y que consiguieron que sus hijos sean profesionales. Hoy se sienten muy orgullosas de haber conquistado este logro de actuar en el Cervantes y cobrar por su trabajo artístico. Se toman muy en serio este oficio, y su compromiso es muy grande. Nosotros queremos que Los Nacimientos sea una gran obra, y ellas también”.

-¿De qué manera surgió este proyecto?

Marco Canale: -Surgió hace siete años, en una capilla de los curas villeros de la 31, donde arranqué a hacer un taller de teatro que después se transformó en una obra a la que llamamos La velocidad de la luz y que se estrenó en el FIBA hace 5 años. La historia transcurría dentro del barrio, y tenía una parte documental y otra ficcional. Tras ese proceso, hace 4 años, armamos una segunda obra, con un formato similar, y ahí se sumó Javier como codirector. Pero el estreno se pospuso por la pandemia. Los Nacimientos, entonces, cuenta lo que fue todo ese proceso de trabajo colectivo.

-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con este grupo de mujeres?

Javier Swedzky: -Trabajar con estas mujeres es algo que me hizo cuestionar muchas de las ideas establecidas que tenía sobre lo teatral. Ir al encuentro de trayectorias de vida diferentes, y además poder establecer puentes entre formas de vivir que conviven en la misma ciudad, pero que a veces tienen fuertes contrastes, son cuestiones que enriquecieron esta propuesta artística. No es la primera vez que trabajo en proyectos vinculados a barrios populares, pero en esas ocasiones lo hice desde mi lugar de docente, y en este caso tuve que asumir un rol más asociado a lo creativo. Experiencias como estas te llevan a replantearte qué es el teatro y cómo hacerlo.

M.C.: -Ellas son increíbles. Tienen mucha fuerza. Te rompen todos los moldes. A esta altura trabajamos como si fuéramos una compañía. En este caso se siente el paso del tiempo en algunas de ellas, pero la forma de trabajo tiene que ver con buscar una poética propia que parta de esas realidades y de esos cuerpos. No pretendemos que ellas actúen igual que una actriz profesional. No buscamos la perfección sino la potencia.

-¿Cómo se configura actualmente en el imaginario el barrio 31? ¿Sigue existiendo un estigma o eso empezó a cambiar?

M.C.: -Creo que hay cosas de lo que se vive ahí que mucha gente no imagina. La villa es un lugar donde viven familias. Si uno va a las ocho de la mañana, está lleno de chicos con guardapolvos yendo al colegio en colectivos escolares. Por supuesto que también hay problemas. Yo me he cruzado a un pibe de siete años consumiendo paco más de una vez, y cuando hay inseguridad quienes más la sufren son quienes viven ahí, al revés de lo que se suele creer. Por eso, creo que la idealización y la romantización que a veces se hace desde una mirada progresista son otras formas de racismo, porque el conflicto existe. Y a nosotros nos interesaba compartir historias que tienen que ver con la parte más dura, pero también con la parte más luminosa que es la que se oculta. La idea es mostrar una visión compleja y que después el público vea qué hace con todo eso.

J. S.: -Yo puedo hablar de mi proceso personal. Mi mirada cambió. Hay cosas que desconocía. En el barrio hay identidad, pertenencia e historia, y mucha solidaridad entre vecinos. Es un barrio vivo que se transforma constantemente en su arquitectura, que crece y se expande. Yo terminaba de hacer un ensayo con ellas ahí y después me iba a cursar un posgrado en la UNA. Pasar de un lugar al otro fue un ejercicio que me permitió reubicarme.

-Normalmente, cuando desde la ficción se aborda la vida en los barrios populares, no se hace a través de actores y actrices que habitan esos lugares. Pero este proyecto, en cambio, sí recupera esas voces.

J. S.: -Sí. Y fue hermoso y súper fuerte ver cómo fueron de a poco tomando la palabra, apropiándose del espacio del teatro nacional y desarrollando una presencia escénica. Verlas entrar al depósito de vestuario del Cervantes y a la sala María Guerrero fue muy impresionante.

M. C.: -Lo que rescato de este trabajo es que no solamente comunica lo que ellas cuentan sino también sus lenguas, sus maneras de expresarse y de bailar, y su sentido del humor. Hay algo que tiene que ver con la creación que estas mujeres realizan en escena, y no sólo con una narración biodramática o documental. Eso le da al espectáculo una fuerza inesperada. Nos interesaba mostrar los colores que habitan dentro de la 31, con todos sus claroscuros. Porque ellas no son paternalistas, y hablan de los problemas que hay ahí, de una manera muy cruda. Y nos interesa rescatar, además del valor testimonial de lo que cuentan, su carácter creador. Lo interesante en este caso es que se trata de mujeres mayores, un perfil que en general está invisibilizado. Y en ese sentido, ellas iluminan una cara de la villa que no se suele ver.