Cuando Freud enlaza la angustia con el acto de nacimiento nombrará «angustia tóxica» a esa que se produce en el momento de comenzar a respirar del neonato. Y dirá que será, esa primera angustia, modelo de las por venir. Esa falta de aliento reaparecerá generalmente en distintas situaciones angustiosas. Recuerda que la raíz de la palabra angustia y angosto derivan de la misma raíz latina.

Yendo a bucear en la etimología nos encontramos que angustiae spiritus en latín se traduce como dificultad de respiración.

Hay una hermosa frase en el De Oratore de Cicerón donde conjetura acerca del origen fisiológico de un placer estético en nuestra humana forma de hablar.

“Así pues, la falta de aliento y las dificultades en la respiración llevaron a las cláusulas rítmicas y a las pausas entre palabras; una vez hallado esto, resultó ser tan agradable que, si a alguien se le hubiese concedido una capacidad pulmonar ilimitada, no desearíamos que su discurso fuese sin pausas; lo cierto es que le resulta agradable a nuestro oído lo que no sólo es tolerable, sino que incluso fácil para el pulmón humano.”

Si vamos a un traductor virtual las palabras en latín de Cicerón serán traducidas de acuerdo a su sentido actual. Cuando Cicerón dice: «animae interclusio atque angustiae spiritus» nuestro robot traductor dirá: «bloqueo del alma y angustia del espíritu». Un traductor humano que conozca la transformación histórica de las palabras lo traducirá como «falta de aliento y dificultades en la respiración».

Pasaron dos mil años para que estas palabras tomen el sentido que le damos ahora. Desalojan esas palabras los sucesos en el cuerpo para convertirlas en lo que alude, precisamente, a lo más alejado de ese cuerpo: el espíritu, el alma, ese afecto de angustia casi incorporal.

Pero lo que ilumina de modo notable la conjetura de Cicerón es cómo ha convertido en un recurso estético lo que era una limitación pulmonar. Con mucha razón, ya que de allí nace una forma de hablar. No importa que el artificio de la puntuación al hablar nos ahorre sentir el peso de la respiración. Dejamos de lado el cuerpo. Nos olvidamos de él y con esas pausas hemos transformado una necesidad en una manera bella de decir. Hemos superado la dificultad y la transformamos en ornamento, en un rasgo de finura. Esa belleza extraída a una restricción se transformó en un don que se debe cultivar. El mejor orador sabrá darle forma a esas pausas, como adornos de su decir y los sabios de la retórica dirán que será esa palabra pronunciada con sosiego, ese arte de decir con calma, el que subyugará al público. La magia del lenguaje estará establecida. La magia de un lenguaje que torna bella la dificultad, construye castillos con las limitaciones y agrada a los oídos. Cicerón nos muestra en unas líneas que la magia del discurso nos separa del cuerpo de la función. Hemos olvidado que las puntuaciones son para poder respirar.

En la escritura, recién a partir del siglo VI se hará lugar a los espacios entre las palabras, para una mejor lectura. Así como vemos que los robots traductores inteligentes no lo son tanto cuando se trata de historia en las palabras, porque están cautivos en un código cerrado, se esboza que las palabras en alguna época estaban más ligadas al cuerpo que ahora. Hemos lanzado a volar un lenguaje que él mismo da vida a nuestros placeres y displaceres, a nuestras humanas cosas. ¿Estamos exiliados de ese cuerpo? ¿O hemos olvidado su presencia por todo lo que hemos construido en torno a su finitud y sus carencias?

Porque Freud habla de angustia y esta no ha dejado de existir a pesar del lenguaje. Las palabras serán una fuente de estético placer, de convincente persuasión o de amenaza. Esa angustia de vivir de la que Freud se ocupa tendrá diferentes nombres: histeria, obsesiones, fobias… Esa angustia-falta-de-aliento en el origen de su nombre —si seguimos la vía de Freud cuando la relaciona al acto de nacer— nos liga a nuestra fragilidad, a nuestro desvalimiento.

Entre las diversas manifestaciones de angustia, Freud ilustra el de la fobia a la oscuridad. El ejemplo no precisa de comentarios. Un niño frente a la angustia de la oscuridad se ilumina con las palabras de otro.

“Una vez oí, desde la habitación vecina, exclamar a un niño que se angustiaba en la oscuridad: «Tía, háblame, tengo miedo». «Pero, ¿de qué te sirve, si no puedes verme?»; y respondió el niño: «Hay más luz cuando alguien habla».

*Psicoanalista. Autora de La diversión en la crueldad; Psicoanálisis de una pasión argentina; Decir de mujeres. Escritos entre psicoanálisis, política y feminismo; Tango Arte y misterio de un baile. En el margen - Revista de Psicoanálisis.