El cine de Hayao Miyazaki tiene numerosas virtudes. La más frecuentada es su sensibilidad. Es imposible no conmoverse (y maravillarse) con la calidez de sus personajes, la profundidad de las relaciones que propone y los universos encantadores que presenta. Pero la experiencia del streaming y la tv disminuye otra faceta enormemente importante, que es la estética. Aunque la belleza formal que propone el cineasta japonés es tan grande que cautiva incluso en una pequeña pantalla, lo cierto es que la experiencia de encontrar su trazo en gran tamaño es difícil de igualar. Por eso vale la pena acercarse al Ghibli Fest 2023 que propone Cinemark Hoyts y que exhibirá en sus salas cinco películas claves del Studio Ghibli, los célebres talleres (y no usinas, porque aún en su carácter industrial se conserva el amoroso toque artesanal) de Miyazaki y equipo.
No es la primera búsqueda de Cinemark Hoyts por despegarse de la cartelera que persigue la novedad. Este Ghibli Fest, como otros intentos similares, también es una búsqueda estival, acompañando y compensando la merma estacional de estrenos locales e internacionales. La mayor parte de estas búsquedas explora el mercado de la animación internacional dedicado a infancias, adolescentes y jóvenes adultos. En esta ocasión las películas que se proyectarán son Ponyo, el secreto de la sirenita (2008), que está en cartel en este momento; Mi vecino Totoro (1988), que la relevará a partir del 9 de febrero, El castillo ambulante (2004, también conocida como El increíble castillo vagabundo) a partir del 23 de febrero. El 23 de marzo la reemplazará en pantalla La princesa Mononoke (1997) y cerrará la lista a partir del 27 de abril la multipremiada El viaje de Chihiro (2001). Varios de esos títulos son por derecho propio películas esenciales del universo cinematográfico no ya de la animación, sino del cine a secas.
Por ello Miyazaki es considerado por muchos cinéfilos y la crítica especializada como uno de los grandes directores de cine animado de la historia, a la par de figuras fundamentales del medio, como Walt Disney. Su estudio de animación, Studio Ghibli, dedica años a cada film, combina elementos digitales de producción con un trabajo artesanal que mantiene las producciones en escalas humanas y de especial sensibilidad, y es uno de los más altos estándares de calidad del medio.
Su impacto en crítica y público se basa en la potente combinación de sus historias profundas, pero que apelan a un amplísimo abanico de público, una capacidad enorme para mixturar mundos reales y fantásticos (u oficiar de sutiles alegorías) y una propuesta estilística en lo gráfico sin par. Cada estudio de animación grande tiene su sello. Pero el de Ghibli y su creador destacan especialmente. Llamarlo “bello” es quedarse corto. Encontrarlo en pantalla gigante es una experiencia por la que dejarse atravesar.