El 7 de diciembre de 2009, casi 32 años después del secuestro de su padre, Raúl Federico Bustos tuvo la oportunidad de hablar extensamente de este hecho, cometido el 2 de febrero de 1978, en la ciudad de Tartagal. Y pudo señalar una vez más a uno de los secuestradores, el entonces coronel Carlos Alberto Arias, al que venía acusando desde el 6 de febrero de ese mismo año. “Está sentado acá a mi derecha”, respondió con contundencia cuando en el juicio por la desaparición, realizado en 2009 y 2010, le preguntaron si reconocía y podía señalar a este hombre.
Raúl Bustos fue uno de los principales testigos en el juicio por el secuestro de su padre. Es que, con 16 años de edad, había presenciado el secuestro. “La noche del 2 de febrero de 1978 sonó el timbre. Bajé a atender, pregunté quién es: ‘Gendarmería’, dijeron y mi padre dijo que abriera. Abrí y una persona me encañona, me toma de los pelos, hace que me arrodille. Viene mi papá, lo encañonan, lo ponen contra la pared opuesta a donde estaba yo, le hacen levantar las manos, le ponen para atrás las manos y lo atan. Lo encapuchan pero antes dice: ‘Son del Ejército, son del Ejército’, y se lo llevaron en calzoncillos y camiseta malla”, relató en el juicio que se realizó ante el Tribunal Oral en lo Federal de Salta, el primero realizado en la provincia por delitos de lesa humanidad.
En ese debate también fue juzgado el coronel retirado Luis Ángel Gaspar Zírpolo, que estaba a cargo Regimiento de Monte 28 cuando fue secuestrado Bustos. Ambos militares terminaron condenados a prisión perpetua.
La desaparición de Aldo Melitón Bustos conmocionó el norte salteño. El escribano era muy conocido. Se había iniciado en la militancia estudiantil, militó en el radicalismo y en el socialismo y fue también gremialista, y era docente de nivel secundario. Esa militancia lo hizo objeto de persecución política y de amenazas, que lo motivaron a exiliarse en Bolivia, pero regresó porque extrañaba a su familia, recibió advertencias sobre el peligro que corría y finalmente se instaló en Tartagal con su hijo mayor y su compañera, Eva Carrillo.
En el juicio se supo que en esta nueva instancia recibía todo tipo de amenazas. Su hijo contó que le dejaban notas en el parabrisas del automóvil, recibía llamadas advirtiéndole que lo iban a matar y hasta había sido amenazado en persona por el entonces teniente primero Arnaldo Luis Bruno (f). La familia había tomado ciertos recaudos: levantaron otra puerta en la entrada de la casa; dormían con la ropa lista para huir por los techos si se presentaba el Ejército, tenían palos y piedras, con la idea de repeler a posibles atacantes. Pero esa preocupación terminó cuando Melitón fue a hablar con el jefe del Regimiento de Infantería de Monte 28, Héctor Ríos Ereñú, que al parecer le había dado garantías de seguridad.
Ahora se sabe que esa promesa fue una pantomima y que los represores ya habían decidido su destino. El 2 de febrero de 1978 Arias y otro hombre que no pudo ser identificado lo arrancaron de su casa, mientras un tercero esperaba en un automóvil Dodge 1500 amarillo, el mismo que usaban habitualmente los hijos de Ríos Ereñú y que solía estar estacionado en el mismo Regimiento.
En esa situación desesperante, Raúl Bustos y Eva Carrillo siguieron al Dodge en el vehículo de la familia, un Torino rural; vieron que a la altura de la entrada del Regimiento 28 aminoró la marcha pero siguió de largo, tomó la ruta nacional 34 en dirección sur, ya en el tramo entre las localidades de General Mosconi y Coronel Cornejo (ambas cercanas a Tartagal) los secuestradores doblaron en u y volvieron hacia ellos. Entonces regresaron a Tartagal, Carrillo quedó en la Comisaría y Raúl volvió a la casa y llamó a su tío Heraldo Bustos, que residía en Salta capital.
Raúl Bustos vio por primera vez a Arias aquella madrugada del secuestro. Estaba a cara descubierta; su aspecto lo destacaba, era alto, rubio y tenía bigotes. Sin embargo, el adolescente no dijo que lo había visto ni que su padre había afirmado que los secuestradores eran del Ejército cuando la Policía lo buscó para que declarara sobre el secuestro, cuando ya toda la ciudad no hablaba de otra cosa. Lo calló por temor, se explicó 32 años después, aunque ya el 6 de febrero de 1978, en un habeas corpus presentado en la Justicia Federal, la familia indicó que el hijo estaba en condiciones de identificar a uno de los secuestradores.
Raúl volvió a ver a Arias apenas horas después del secuestro, cuando acompañó a su tío Heraldo al Regimiento de Monte 28. Lo reconoció inmediatamente, a pesar de que ya no llevaba bigotes, pero recién días después supo su identidad, cuando volvió a cruzarse con él en la terminal de ómnibus de Tartagal y su tío le dijo que era el entonces teniente Arias. No volvió a verlo por años, hasta que en la iniciación de la investigación de la desaparición de su padre, en 2007, mientras esperaba en los tribunales federales de la ciudad de Salta, lo vio caminar en dirección el Juzgado Federal Nº 2 y lo reconoció de inmediato.
El testimonio de Raúl Bustos se complementa con el de Juan Domingo "Cacho" Javier, que la madrugada del 2 de febrero de 1978 estaba cruzando la calle San Martín a unos 30 o 40 metros de donde vivía Melitón Bustos, y vió que dos hombres lo llevaban casi en andas y en calzoncillos hacia un automóvil. Javier reconoció al teniente Arias, al que conocía de la confitería bailable Maracatú, donde el testigo trabajaba de mozo.
Aunque el Ejército pretendió negar responsabilidad en el secuestro y desaparición, el ex jefe de Regimiento 28, Roberto Felipe Domínguez, declaró que cuando asumió el cargo, 13 días después del hecho, Zírpolo le proveyó la información para que él a su vez informara a su superioridad que Bustos había sido detenido por miembros del Regimiento el 2 de febrero de 1978 y que lo habían puesto a disposición del Destacamento de Inteligencia 143, con asiento en la ciudad de Salta.
Terror de época
El proceso judicial por el secuestro y desaparición de Melitón Bustos trajo al presente el terror provocado por la represión estatal ilegal. Hubo varios momentos que lo exhibieron con claridad.
En el juicio oral el presidente del Tribunal, Roberto Frías (f), interrogó con dureza a Rául Bustos casi cuestionándole que no hubiera mencionado al Ejército en su primera declaración en la Policía. “Aldo Melitón Bustos no estaba criando un hijo bobo. Si yo entro en ese momento a la Comisaría y digo que los que se llevaron a mi padre eran del Ejército y los puedo reconocer, en este momento no estoy sentado aquí, soy el desaparecido 30.001”, afirmó. Incluso recordó que fue solo a declarar: “Me metí de nuevo en la boca del lobo”. Sin embargo, el juez concluyó que “no había por qué desconfiar” de la Policía, una fuerza distinta a la del Ejército, y le preguntó por qué no fue a la Gendarmería. El abogado David Leiva, que junto a Tania Kiriaco representaron la querella de la familia de la víctima, interrumpió el interrogatorio recordando que durante la dictadura militar iniciada en 1976 las policías y la Gendarmería dependían del Ejército. Precisamente, la casa de Melitón Bustos había sido allanada varias veces por miembros de la Policía Federal y la Policía de la provincia.
El abogado Roberto Avellaneda Alfonsín recordó que la desaparición del escribano provocó "una conmoción". “Había una tensión, se comentaba que qué había hecho, en las casas nos decían que nos cuidáramos que tuviéramos en cuenta lo que le había pasado al escribano Bustos”, memoró.
El docente y escritor Juan de la Cruz Cabot, que era director de la Escuela de Comercio Alejandro Aguado, donde Bustos era profesor, confirmó que el secuestro de Melitón Bustos constituyó “un hecho público, la gente suponía que lo había llevado el Ejército”.
Cabot fue quien debió informar a Bustos de su cesantía como docente, dispuesta en 1977 por el gobierno de facto del capitán de navío Roberto Augusto Ulloa. Ese mismo año Ulloa también le negó la titularidad del registro notarial N° 32, donde trabajaba, fundándose en un informe de inteligencia que no lo consideraba de confianza para este cargo. En este trámite participó, negándole el registro, el entonces secretario de Gobierno, Jorge Folloni.
En el juicio los abogados de la querella afirmaron que la desaparición de Bustos fue parte de un plan que buscó generar pavor en la población y que hubo una conexión directa entre el despido del colegio secundario, la negación de la titularidad en el registro notarial y su posterior secuestro y desaparición. "Para hacerlo desaparecer hacía falta expulsarlo previamente del Estado y también de la sociedad de Tartagal", sostuvo Leiva.
Ulloa nunca fue acusado en relación al secuestro de Melitón Bustos. Lo máximo que le requirió la justicia fue que declarara como testigo. El marino se limitó a alegar desconocimiento. Dijo que recién en 1984 se enteró del secuestro del escribano, y que en 1978, a pesar de que usurpaba la primera magistratura de la provincia, no supo de este hecho ni por los diarios.