La trampa inicial de Testigos (lunes a las 22, por Europa Europa) es presentarse como otro producto más del policial nórdico. Ahí están el suspense, el amor por la corrosión y la omnipresencia del entorno áspero conjugándose con la trama. Pero esta serie noruega –original de 2014 y que ya tuvo una versión estadounidense– trasciende la etiqueta, y también se vincula con los cuentos folklóricos europeos para niños que nunca escatimaron en violencia y sordidez. Y este cuento empezó con Phillip (Axel Bøyum) y Henning (Odin Waage) jugando en el bosque mientras el lobo no estaba. De la motocross a las confesiones, de los arrumacos a ser testigos de un crimen múltiple. El lobo no es solo ese hitman que despachó a cuatro mafiosos como si nada. El otro gran miedo que los acecha es que todos se enteren lo que hacían esa noche en un galpón a oscuras. Y por eso decidirán guardar el secreto.  

La trama podría dedicarse exclusivamente al drama interno de dos adolescentes en plena ebullición hormonal y emocional, pero elige desplegar sus ramificaciones punzantes. Porque el asesino los vio y saben que irá a buscarlos. Porque uno de ellos está convencido de lo que siente y el otro no tanto. Porque la investigadora a cargo del caso (una excepcional Anne von der Lippe), es la madre adoptiva de Phillip. Este personaje es fundamental ya que pivotea con el otro carril de la ficción. Hay una guerra de bandas de motoqueros dedicadas a la venta de drogas y, como en un buen policial negro, la corrupción se expande por varios rincones. Que más investigadores lleguen hasta ese pueblo de las afueras de Oslo, muestra a las claras que el caso es picante. O sea, en esa apertura ya estaban presentes todos los elementos y personajes que la entrega irá ensanchando a su propio tiempo, con giros y retorcijones, pero con la solvencia que han demostrado los realizadores de esta parte del globo. 

En cuanto a la puesta en escena, se aprovecha al máximo el encanto oscuro de su geografía, como ya sucedió en otras producciones escandinavas como Forbrydelsen y en Bron/Broen, por mencionar solo dos ejemplos. En este caso, el entorno áspero (sean bosques, lagunas o fábricas abandonadas) se entronca con las sensaciones ambiguas de los personajes. Filtrados por una capa de humedad azul, esos espacios dotan a la historia de desprotección, secretismo y un riesgo permanente.

Aunque la propuesta no sea un despilfarro de originalidad, vale apuntar que los dos focos de atención entre están bien equilibrados. Aunque sin dudas gana la de Henning y Phillip, porque el riesgo de la representación del amor prohibido y virginal entre dos adolescentes era mucho mayor. La composición de los personajes principales se aleja de la posible macchietta desarrollando varias capas. En cada momento se siente cercana y real. Los dos están desbordados por la situación, por sus sentimientos y por aquello que intentan reprimir. 

Una cuestión crucial es que si salen del closet quedarían a salvo. Haber presenciado ese asesinato los lleva a escanearse para saber lo que verdaderamente son o podrían llegar ser. Por eso es que las charlas íntimas entre los dos desembocan en los mejores momentos de la serie. En apariencia Henning es el macho alfa y Phillip el alma en pena. Pero el primero solo se abre con aquel que no duda en pegarle un sopapo a una chica por hablar mal de su amigo (licencias que se toman las ficciones de esta parte del globo). Y además está el dilema moral sobre contar de lo que vieron esa noche. “Es repugnante de ver. Se ve como una persona viva pero no lo está. Solo queda la piel”, dice Phillip sobre la Parca que se cruzó en medio de su despertar emocional.