La frase del candidato Esteban Bullrich acerca de que los desocupados bonaerenses podrían dedicarse a sus propios proyectos, tales como el desarrollo de cervecerías artesanales, invita a una mirada ideológica que intente superar el asombro, la indignación o el mero señalamiento de ser, al fin y al cabo, un dicho propio de los que viven en una cápsula.
No se trata, además, de un desvarío solitario de quien ya había sugerido, hace pocas semanas, que pilotear drones es una alternativa a observar con mayor esmero en estos tiempos de problemas laborales. Algunos compañeros de ruta macrista no tienen la sensibilidad de Bullrich sobre el mundo del trabajo y centran sus opiniones en torno del ahorro popular. Es el caso del presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, autor de aquel inolvidable sincericidio sobre la locura de sectores bajos y medios que durante el kirchnerismo se creyeron con derecho a cambiar el celular, la moto, el auto o viajar unos días por el exterior. Ahora dijo que las familias eligen hoy no tener ni celular ni zapatillas, sino guardar dólares para comprar una casa. Lo de González Fraga ingresa a un plano que tanto puede juzgarse surrealista como natural a un patrón de estancia. Pero lo de Bullrich tiene un marco de convicción que es común y fundante en ciertas derechas del actual estadio capitalista, que respecto del PRO en particular es el sello del origen formativo de sus cuadros y que expresa una ideología profundamente individualista a la vez que global (si es enfermiza o auténtica, o ambas cosas, no importa tanto como la disposición masiva a comprarla). Bullrich reconoció que quien había entrado a la clase media siente ahora que dio un par de pasos atrás; pero lo notable no es ese mea culpa, siempre disimulado por el cinismo de la herencia recibida, sino la propuesta de que el futuro bienaventurado llegará por obra y gracia de un esfuerzo creativo que el desocupado de La Matanza tiene tan al alcance de su mano como cualquiera de los millennials comprensivos de por dónde va la cosa.
Ezequiel Adamovsky, el investigador que publicó Historia de la clase media argentina y cuyo último libro aborda las causas de la derrota kirchnerista (El cambio y la impostura), resumió el nodo de esta cuestión en la entrevista que a comienzos de mes publicó PáginaI12 (“La identidad republicana ha sido capturada por la derecha”, lunes 10 de julio). Adamovsky remite al PRO como una fuerza “que plantea una idea de comunidad muy laxa, organizada por el mercado a través de la figura del emprendedor. (...) El emprendedor es la persona que arma equipo (...) que crece por su propio esfuerzo; pero su propio esfuerzo se vuelca en innovaciones tecnológicas que benefician a toda la comunidad (...) Esa imagen ofrece a todas las personas, independientemente de su condición social, una identidad que puede compartir tanto un vendedor de ropa con un puesto callejero como un gran empresario. En algunos países ya se abrió el cambio como identidad social. En Perú, por ejemplo. Y eso es uno de los grandes cambios culturales que viene a proponer el PRO: intervenir en el sistema de valores, orientarlos más hacia el mercado, quitarle el componente igualitarista y más solidario que tiene la cultura argentina”. Así se entiende también el ataque a la memoria, sostiene Adamovsky; y refuerza, situado en la mentalidad PRO, con que todos debemos partir de un lugar más o menos parecido para arribar al sitio al que cada uno pueda o quiera llegar de acuerdo con sus propios esfuerzos. “El punto de llegada puede ser que alguien sea multimillonario y alguien sea muy pobre; eso no es un problema si tiene que ver con su propio mérito y talento, y es una falsa idea meritocrática porque, por supuesto, no hay igualdad en el punto de partida. Alcanza con ver la propia trayectoria de vida de los funcionarios de este Gobierno, (porque) muy pocos han partido de un lugar que no sea el de ser herederos de familias ricas”.
Un día antes de la nota citada con Adamovsky, en el suplemento Cash, el economista Claudio Scaletta escribió justamente sobre “El trabajador neoliberal” partiendo de dos preguntas. La primera atiende al cómo pudo ser de amplios sectores del empresariado, vinculados al mercado interno, que apoyaron programas económicos (como el del macrismo) destinados a contraer la actividad. Pero la segunda pregunta es más inquietante, advierte Scaletta y no hay forma de no darle la razón: ¿cómo pudo (puede) ser que una porción extendida de los trabajadores apoye programas que aumentan la desigualdad social? A ese reto que nos interroga sobre la cantidad de gente dispuesta a votar contra sí misma, el autor da una respuesta “técnica”, de historiografía económica, quizá más solvente o elaborada que las respuestas sociológicas habituales sobre construcción de subjetividad. Explica cómo las grandes empresas tendieron a fragmentarse, mediante procesos de tercerización. “Numerosas actividades antes encuadradas en la administración de una misma compañía, como transporte de mercaderías, seguridad de establecimientos, contabilidad, marketing, publicidad, asesoría jurídica, sistemas de software, limpieza, investigación y desarrollo, y un sinnúmero de partes y componentes, son suministrados en la actualidad por sociedades y contratistas, multiplicando el número de firmas y ‘emprendedores’ formalmente autónomos. El sistema sigue operando en base a grandes escalas pero con mayor flexibilidad, capacidad de adaptación y, fundamentalmente, menores costos y riesgos (...) El efecto de este conjunto de transformaciones en la estructura productiva fue la segmentación del mundo del trabajo. Los trabajadores dejaron de estar sujetos a un comando jerárquico y se transformaron, por ejemplo, en pequeños empresarios independientes o en vendedores de servicios a empresas también independientes (...) El nuevo trabajador suele operar en grupos pequeños, o incluso aisladamente. Los cambios en el entorno alteraron su visión del mundo. El progreso dejó de ser social para convertirse en individual. El Estado, mayormente percibido como corrupto, pasó a ser quien lo obliga a pagar impuestos a cambio de servicios públicos deteriorados. Las huelgas y movilizaciones se transformaron en interferencias de tránsito. A ese trabajador le parece lógico que su éxito o fracaso sea individual. Su credo son las virtudes del ‘emprendedorismo’ (...) La sociedad, para este nuevo sujeto, se resume en su familia y allegados próximos. Es el individuo solitario que se identifica a sí mismo como ‘clase media’ y se siente ajeno a cualquier actor de naturaleza colectiva (...) En la práctica, cree no deberle nada al Estado ni a nadie. Imagina que su sustento sólo emana de su esfuerzo personal. La acción colectiva se le antoja arbitraria y sujeta a reglas donde imperan la inoperancia y el ocio. La asistencia social le parece injusta. Si él se esfuerza para obtener lo suyo, lo mismo debería esperarse de los otros. Su ideología refleja su rutina cotidiana”.
Volvemos entonces a las propuestas del candidato Bullrich sobre las grandes posibilidades que se les abren a excluidos, desocupados, estudiantes y, en fin, todos aquellos que deseen sumarse a la epopeya del cambio, para entender que si no se “reconvierten” habrán de desaparecer y que sin ir más lejos tienen de cerca producir cerveza artesanal y pilotear drones. Y volvamos a ratificar que no importa si esta gente cree realmente en lo que pregona o si tiene una vocación ideológica enfermiza. Lo importante es que no les viene yendo muy mal que digamos con eso de convencer o resignar a quienes están jodiendo profundamente, o al menos a un vasto segmento de ellos. Nada diferencia al candidato Bullrich de las frases escolares del presidente Macri, ni nada a éste de cualquier pastor de alguna de esas sectas monumentales del tú puedes, ni nada a éstas del recitado gubernamental sobre la lucha contra el demonio de las drogas, la corrupción y el desvencije individual. De mientras, acaban con todo rasgo de soberanía científica liquidando el Arsat-3 como proyecto de un Estado presente en el desarrollo tecnológico; o cuelan los negociados de la educación privada como meritocracia eficientista; o avanzan con pornografías punitivas alrededor de pibes preadolescentes a los que el aparato mediático exhibe como demoníacos; o tienen una presa política, antes por india y constructora reivindicativa de los marginados que por corrupta; o incluso, avisan que de ganar en agosto y octubre habrá más ajuste, y más palos, y más gases o algo peor, en nombre de resguardar a la ciudadanía decente, emprendedora, de sus verdaderos enemigos.
Enfrentarse a ese discurso de odio y frivolidad individualista, con igual o superior creatividad que la del macrismo, es el mayor desafío de la única oposición existente con chances de ganar.