Lo raro brilla como un relámpago en la oscuridad. Clístenes, en el 508 a.C, utilizó piezas rotas de alfarería para votar. Esta ocurrencia revolucionaria fue el punto de partida de la democracia. Un hombre llamado Kong Qiu, que nació en el 551 a.C. en el noreste de China, tras los sacrificios rituales, jamás permitía que la carne que le correspondía pasara la noche sin ser consumida, pues sostenía que de hacerlo se disiparía su efecto espiritual. Una leve omisión en la entrega de la carne ritual que en justicia le correspondía después de cierto sacrificio lo llevó a dejar su empleo como funcionario público para lanzarse a una vida itinerante de reflexión. “A la hora que no lo desfalcan con unos cuantos churrascos, tal vez nunca hubiéramos oído hablar de Confucio”, cuenta el chileno Joaquín Barañao en el primer volumen de Historia universal freak (Planeta). En el segundo volumen hay más curiosidades para disfrutar. Las comidas enlatadas que se venden en el mundo entero descienden del aporte de Napoleón. “Un ejército marcha en sus estómagos”, sentenciaba el militar francés. Su preocupación era encontrar un método para hacer durar la comida que llevaba junto a sus tropas. Para solucionar el problema organizó un concurso con un premio de 12 mil francos, que lo ganó Nicolas Appert, el creador de la comida enlatada. Hay guerras demasiado breves que socavan la credulidad. Cuando Zanzíbar, parte de la actual Tanzania, ignoró un ultimátum y le declaró la guerra al Imperio británico a las 9:02 a.m. del 27 de agosto de 1896, se vieron forzados a elevar la bandera de rendición… 38 minutos más tarde.
“Lo freak tiene que cumplir con las condiciones de ser sorprendente, demostrablemente cierto e inesperado”, explica Barañao en la entrevista con PáginaI12. El primer volumen de Historia universal freak va desde el Big Bang hasta la guillotina, un relato histórico a través de 762 curiosidades. El segundo, en cambio, empieza con Napoleón y llega hasta nuestros días con 763 curiosidades. El autor, que estudió durante seis años ingeniería civil, revela que el principio de este trabajo –que sistematizó en 2003 a través de www.datosfreak.org– viene de la infancia. “Desde muy chico memorizaba este tipo de datos. En el colegio me pedían que contara datos freaks y una cuñada me decía ‘datín’. A los veintiún años decidí aprender a hacer páginas web y el pretexto para generar contenidos fueron estos datos freaks –recuerda–. Después de once años, cuando junté 3.200 datos en el sitio web, me dije: ‘voy a transformar esto en un libro’. Pensé que iba a ser un solo libro y después iba a volver a un empleo tradicional, pero lo disfruté tanto que tuve mi pequeña epifanía escuchando a David Bowie”.
–¿Qué estaba escuchando de Bowie?
–No me acuerdo, pero me acuerdo el lugar y la hora. Fue el 28 de julio de 2014, en Nueva York; estaba caminando hacia la universidad de Columbia. Iba a comer a la casa de un amigo, me quedaba un mes y medio para volver a Chile. ¿Para qué voy a buscar empleo, si no tengo hijos y no tengo muchos gastos, y lo he pasado tan bien haciendo el libro? En ese libro me habían quedado muchos datos de los Beatles, que para poder contarlos tendría que haber creado un capítulo de música contemporánea, pero me salía demasiado de la historia universal. Entonces terminé el libro y empecé uno de música.
–O sea que la perspectiva freak puede ser inagotable, ¿no?
–Sí, hice un libro de música, uno de fútbol y ahora estoy haciendo uno de cine. En la sociedad hay gente que tiene sed de todo tipo de temas. Al final se transforma más que en una pieza específica, en un pequeño género, un método. Ese método se puede aplicar a cualquier cosa.
–¿Cuáles son las historias que lo sorprendieron más en los dos volúmenes de Historia universal freak?
–Hay una historia en el volumen uno que cuando la leí me pareció que era falsa. La encontré en un libro de Yale University Press. Durante la toma de Constantinopla, a finales de 1453, cuando termina de caer el Imperio Romano de Oriente, estaban las tropas de Mehmed II golpeando las murallas con catapultas y todo el mundo diciendo “este es el fin; la cristiandad se va a acabar”. En ese momento, los clérigos se juntaron y discutieron un montón de cosas para resolver antes de que se acabara la cristiandad y entre esas estaba ¿Cuál es el sexo de los ángeles? Me parece tan increíble que en ese momento se pusieran a discutir sobre el sexo de los ángeles (risas). Del volumen dos me gusta mucho una historia sobre la Guerra Fría. Una fría noche del año 62 el presidente (John F.) Kennedy le dijo a su secretario que saliera a buscar todos los habanos Petit Upmanns que pudiera conseguir. El secretario consiguió unos 1200 habanos y al día siguiente el presidente sacó un papel de su escritorio y firmó el bloqueo a Cuba. Hay muchas cosas de este tipo, sujetas a la caótica humanidad más que a la rigurosidad institucional que uno a veces imagina de la CIA o la KGB.
–¿Por qué muchas de estas historias verdaderas parecen ficción? ¿Porque ponen en jaque lo que se considera real o verosímil?
–Me parece una pregunta interesante, no lo había pensado antes. El cerebro humano no está bien preparado para los eventos extremos; estamos más acostumbrados a entender el mundo sobre la base de eventos que estadísticamente son comunes, no de eventos que estadísticamente son muy improbables. Somos 7.300 millones de personas, cada una viviendo veinticuatro horas al día; entonces van a ocurrir eventos que son uno en mil millones o uno en diez mil millones. Como el cerebro está construido para eventos normales, cuando uno escucha algo así dice: “es imposible, eso no puede ocurrir”. Es lo que (Nassim) Taleb llamaría “un cisne negro”, un suceso improbable. Todos los cisnes son blancos, pero puede haber un cisne negro en diez millones de cisnes. Un australiano tuvo un año muy difícil, se divorció y después se ganó la lotería. Un canal de televisión quiso hacer una nota. Hicieron una reconstrucción de la escena y lo llevaron al almacén donde él había comprado su boleto de lotería. Entonces compraron otro boleto y mientras lo estaban grabando, se ganó la lotería de nuevo.
–¿Cuáles son las fuentes donde encuentra estas historias?
–Llevo una vida con el radar siempre prendido. Los diarios suelen publicar noticias científicas o de este tipo. Tiene que ver con los libros que elijo leer, que tienen una sensibilidad parecida a la mía. Yo leo mucho a Bill Bryson, un autor estadounidense con el que seríamos grandes amigos, si algún día nos conociéramos. Bryson es mucho más prestigioso y conocido que yo, él tiene una predilección similar. Y luego tengo amigos que me mandan cosas. Trabajo con fuentes muy diversificadas, con libros de historia, libros científicos y de divulgación.
–¿Solo se desecha lo falso, lo que no se puede comprobar? ¿Qué va a la papelera de reciclaje?
–Depende. Cuando hay datos que se manejan popularmente, los publico como datos falsos, como por ejemplo, que la Muralla china no se ve desde la luna. Yo lo publico con una etiqueta que dice: “esto es falso”. Luego hay otros donde he llegado a la conclusión de que nunca se va a saber, que es imposible saber si es verdadero o falso, que no se puede investigar más. No es que yo, Joaquín Barañao, no pueda investigar más, sino que no es humanamente posible hacerlo. (Isaac) Newton fue miembro del parlamento en su madurez y se dice que él habló una sola vez para decir: “por favor, cierren la ventana que hace mucho frío”. En toda su carrera parlamentaria fue la única vez que habló. Yo llegué al biógrafo más connotado de Newton, Richard Westfall, que finalmente dice que no se puede saber. Yo nunca voy a saber tanto de Newton como Westfall y como él llegó a esa conclusión lo cito para afirmar que esto humanamente no se va a poder saber. Hasta acá se llega. Esta categoría especial en la página web la llamo “los datos en las tinieblas”. En el libro hay cierta flexibilidad para mencionar que es una versión que circula, pero que no tenemos cómo saber.
–Los datos en las tinieblas tienen su encanto porque son de naturaleza anfibia, ¿no?
–Te permiten especular y pensar. Uno puede divagar en torno a la imagen mental que ese dato genera.
–¿La especulación sirve para trabajar en este tipo de libros? ¿Qué función tiene?
–Hay que ser muy explícito en lo que uno está haciendo. La especulación no tiene ningún rol en la afirmación de datos factuales. Yo creo que Borges era una persona que fallaba en eso, a Borges le faltaba decir “esto es cosecha mía” (risas). Es legítimo hacer conjeturas siempre y cuando uno lo explicite. Luego hay reflexiones en torno a lo que podría haber pasado y al futuro. Ahí la especulación es imprescindible y no es necesario explicitar que uno está especulando porque es evidente por el tema que uno está tratando. El epílogo de Historia universal freak es especulativo. Quienes estaban viviendo la Guerra de los Treinta Años seguramente pensaban que ese era el gran momento de la humanidad. Anda, sal a la calle y pregunta a la gente ¿qué es la Guerra de los Treinta Años? Nadie se acuerda. Yo creo que en mil años más, la Segunda Guerra Mundial, que todavía nos parece el gran evento político, va a ser considerada un pequeño vaivén más en la historia. La especulación es estructural en el discurso, pero no es necesario aclararla porque es consustancial a lo que uno está haciendo. La especulación es una herramienta legítima, necesaria, interesante, pero cuando uno la inserta en un discurso que es factual hay que explicitarlo.
–¿Las nuevas tecnologías y la circulación de la información hacen que lo “raro” se masifique más rápido y entonces pierda rareza?
–Yo discrepo. El hecho de que ahora vivamos en un mundo en el que todos tenemos una máquina filmadora en el bolsillo lo que permite es que esa sorpresa llegue cada vez con más facilidad a nuestros ojos. La ocurrencia de hechos asombrosos sigue ciertos patrones estadísticos que tienen que ver con la cantidad de población que vive, con los años que vive la gente y el tipo de actividad que hace. Si estamos todo el día tirando dados, podemos esperar que de vez en cuando nos salgan cinco ases juntos, si lo hacemos durante suficiente tiempo. La diferencia es que ahora esos eventos que siempre han ocurrido están siendo registrados con más frecuencia. Yo no creo que ese aumento de frecuencia en el registro disminuya el asombro, porque la manera en que está programado el cerebro no va a cambiar. Entonces nos va a seguir pareciendo imposible. No creo que se produzca un efecto de acostumbramiento.
–El ingeniero civil es un dato biográfico eclipsado por esta perspectiva freak. ¿Ahora se considera escritor? ¿Cómo es su relación con la escritura?
–Llevo tres años y medio dedicado a tiempo completo a la escritura. Yo creo que sí, que soy escritor. Uno es lo que uno hace. Y yo hago los libros. Ser escritor no significa ser un buen escritor, y no me considero un artista. Mucha gente me pregunta, oye, ¿de dónde sacas inspiración? Para el tipo de libro que hago no necesito inspiración.
–¿Se animaría a escribir ficción o todavía siente mucho apego al dato?
–Sería un salto gigantesco. Mis libros valen la pena ser leídos no por mi obra, sino por la información que está ahí. El valor de mis libros no es lo que emergió de mi cerebro, sino que es lo que ocurrió en el mundo independiente de mí. Yo me tomé el trabajo de pasarme muchos meses juntando y ordenando los datos, pero esto es interesante per se. En cambio en la ficción uno tiene que atreverse a decir que el texto merece ser leído por lo que salió de mi cerebro. Te recomiendo que leas mi libro por sobre (Gabriel) García Márquez o por sobre (Mario) Vargas Llosa. Tú tienes la opción de leer a los premios Nobel, pero yo te estoy invitando a que leas el mío. Y yo no me siento preparado para hacer esa invitación (risas).
–¿Qué función cumple el humor en sus libros?
–Un requisito para un buen libro es que genere placer. Uno de los grandes mecanismos para generar placer es el humor y esa es la razón por la cual están contados así. Yo quiero hacer un trabajo que me haga feliz porque uno pasa más tiempo en la vida trabajando que con su familia o amigos. Para mí es fundamental disfrutar lo que hago. Si no lo disfruto, me cambio de ocupación. Sé que en algún momento voy a querer hacer algo diferente, pero por ahora lo estoy disfrutando mucho. Quizá me vaya para la ficción. Pero tengo que vivir, y en este momento irle a competir a Vargas Llosa con ficción no creo que me permita pagar mi arriendo (risas).