Había una vez una chica sureña (del sur de los Estados Unidos), hija de inmigrantes llegados de Alemania, atrapada en la telaraña de una existencia dura y asfixiante en la granja familiar. El año es 1918 y las dolencias son muchas y poderosas. Recién casada, su marido ha partido hacia las trincheras europeas de la Gran Guerra. Las cartas hace tiempo que no llegan y la vida cotidiana junto a una rígida madre y a un padre postrado luego de un achaque cerebral se le hace insoportable. A la falta de dinero, reflejada todas las noches en los platos de la cena, casi sin excepciones conformado por una sopa y un choclo hervido, se le acaba de sumar la pandemia de gripe española, que obliga a cuidarse con barbijos y distanciamiento social. Alimentar a los pocos animales del corral, barrer, limpiar y hacer algunas pocas compras son las actividades repetidas hasta el hartazgo, día tras día. El único solaz de la joven Pearl, que así se llama la chica en cuestión, es escapar sin que su madre se entere y escabullirse en la oscuridad del cine más cercano, donde últimamente están exhibiendo Cleopatra, con la primera vampiresa de Hollywood, Theda Bara. Allí, además, para el placer del espectador suelen ofrecerse vistas de coristas en plena danza coreografiada. La fantasía que sostiene a Pearl, lo único que parece sonreírle desde un imaginario futuro como estrella de los escenarios y la pantalla dorada, es el baile.
Extraña descripción para una película que, a todas luces, es promocionada y entendida como “una de terror”. Es que el último largometraje del realizador Ti West no es simplemente un film lleno de sustos, sangre y horrores. O sí, porque de estos dos últimos condimentos hay, y en buenas dosis, pero siempre sostenidos por una columna vertebral que reconoce la era gloriosa del gótico sureño, tamizado visualmente por el melodrama hollywoodense de los años 50 (en particular el de Douglas Sirk). Pearl, que sorpresivamente tendrá un estreno en salas de cine el próximo jueves 23 de febrero, exclusivamente en la cadena Cinépolis, forma parte de un trilogía de largometrajes dirigidos por West y protagonizados por Mia Goth. La saga comenzó hace algunos meses con X (disponible en la plataforma Prime Video de Amazon) y continuará este año con la aún inédita MaXXXine. Hasta el momento, Pearl es la joya de la corona, un tour de force actoral de Goth que, como corresponde al siempre subvalorado género del terror cinematográfico, no ha sido lo suficientemente apreciada.
Todo tiene su origen en X, cuya historia transcurre en 1979. Maxine (Goth), una stripper a punto de dar el salto al entretenimiento audiovisual para adultos, el porno, viaja al interior de Texas, a una granja venida a menos, para filmar clandestinamente una película triple X junto a su amante y socio, una pareja de actores, un joven estudiante de cine y su asistente. El viaje en la pequeña van, el accidente en la ruta y la breve detención en una estación de servicio señalan inconfundiblemente hacia los caminos de El loco de la motosierra, uno de los clásicos más influyentes del horror setentoso. La referencia no es sólo circunstancial: Ti West intenta reconstruir digitalmente la textura del 16mm del film de Tobe Hooper e incluso pone primera con un plano que se va abriendo al exterior desde un formato de pantalla casi cuadrado al rectángulo estándar. En X, el rodaje del film amateur dentro del film se verá interrumpido de manera sangrienta por el accionar de la señora de la casa, una anciana de más de ochenta años celosamente protegida por su marido. Una mujer –también interpretada por Goth, aunque bajo varias y complejas capas de maquillaje– que otrora supo cobijar deseos de fama y fortuna, y cuyas ansias de transformarse en bailarina se vieron abortadas muchas décadas atrás. Desde luego, la anciana homicida de X no es otra que Pearl.
Sin embargo, Pearl, la película, no es simplemente una precuela en los términos en los cuales se suele utilizar ese término y, más allá de tratarse de un “relato de origen”, puede ser vista de manera independiente. Lo de West no es tanto la recreación de un multiverso fílmico a la moda, sino un juego formal que tiene al cine como medio narrativo en el centro de los relatos. No es casual que la escena de X en la cual la anciana se asoma sin ser vista a la filmación de una escena de sexo remita directamente a otra de Pearl, cuando la joven protagonista asiste por primera vez a la proyección de un stag film (los cortos porno producidos ilegalmente en Europa durante la década de 1920), proveído por su nuevo amigo, el proyectorista de la sala del pueblo. El baile como espacio liberador del cuerpo y el espíritu va de la mano del deseo sexual, que Pearl mantiene incólume desde sus años mozos hasta la ancianidad. Y para Pearl, desde que era una muchacha rozagante, si no se coge, se mata.
“Quería que Pearl tuviera una estética radicalmente diferente a la de X”. Las palabras de Ti West en una entrevista con The New York Times reafirman lo que es evidente a los ojos. Producidos por la compañía A24, que en poco tiempo se transformó en un jugador de peso dentro del firmamento de productoras independientes, los dos largometrajes fueron rodados casi en simultáneo en Nueva Zelanda durante los peores meses de la pandemia de covid-19. “En ese país no había una pandemia por la sencilla razón de que habían cerrado las fronteras. Luego de dos semanas de cuarentena obligatoria, teníamos al equipo técnico listo para construir los sets en el medio de la nada, y sabíamos que después del rodaje deberíamos tirarlos abajo. ¿Por qué no aprovecharlos y hacer dos películas al mismo tiempo?”. El director de películas como The House of the Devil y Cabin Fever 2, que durante los últimos años se había dedicado a dirigir capítulos de series, como las muy buenas Them y Tales from the Loop, confirma que los guiones fueron escritos en muy poco tiempo, en el caso de Pearl junto a la propia protagonista, Mia Goth.
“Originalmente, la idea visual para Pearl era filmarla en blanco y negro, un poco en el estilo expresionista alemán. Eso hubiera sido más barato, porque no nos hubiera obligado a pintar nada. Pero el concepto de hacerlo en el estilo del Hollywood de la era dorada nos parecía más apropiado para el personaje. Esa idea de mezclar un tono Disney con cuestiones psicológicas demenciales… nunca vi antes algo así”. El ejemplo más evidente de esa hibridación a priori inapropiada llega temprano, durante los primeros minutos de proyección. Pearl acaba de tener una de las usuales discusiones con su madre –cuando queman las papas y llega la hora de los retos, la mujer cambia el inglés con acento por el alemán– y acata la orden de ir al granero y alimentar a la única vaca que le queda a la familia. Allí, súbitamente, como un musical clásico, la fantasía vuelve a irrumpir en la monótona realidad y el baile con una simple horquilla la transporta a un mundo mejor. Un mundo perfecto. La aparición de un ganso, único espectador de la coreografía, termina en sangría, y el pobre pájaro acaba sus días en las fauces del caimán que merodea las aguas pantanosas de la zona. Más tarde, cuando la matanza de animales ha sido reemplazada por el asesinato, Pearl le confesará a su esposo por interpósita persona que “desde siempre supe que algo no andaba del todo bien conmigo”.
La gradual desintegración de Pearl hacia la psicosis homicida tiene una contraparte simbólica en ese cerdo asado que la familia política de la protagonista, de mejor posición económica, decide entregarle como ayuda. Y que Mamá Ruth rechaza de plano: en esa casa, más allá de las dificultades, no se aceptan limosnas. Unos días más tarde, cuando la audición que podría cambiar la vida de Pearl está a la vuelta de la esquina –un casting rural al cual la madre le ha prohibido terminantemente asistir, desde luego–, el chancho continúa en el mismo lugar del porche, carcomido desde el interior por los gusanos, testigo mudo del drama que ha comenzado a desarrollarse en el interior de la casa, puerta mosquitero de por medio. “Siempre creímos en el personaje y en la historia, en la verdad inherente a la actuación de Mia, que está en cada fotograma de la película”, declaró el realizador en la conferencia de prensa que tuvo lugar en el Festival de Venecia. “Si hay en el film una instancia realmente realista ese es el monólogo cerca del final; de alguna manera, todo está construido alrededor de ese momento. Es como si toda la película tuviera que ganarse el lugar para llegar a esa escena”. Es entonces, durante esa larga secuencia, que incluye un plano fijo de cinco minutos, sin cortes, clavado en el rostro de Pearl/Goth mientras atraviesa toda clase de emociones extremas, cuando se condensa la catarsis verbal de aquello que ya ha sido expresado de maneras mucho menos civilizadas.
La británica Mia Gypsy Mello da Silva Goth –el primer apellido es cortesía de su madre brasileña–, cuyo debut en la pantalla tuvo lugar a los veinte años gracias a un papel secundario en Nymphomaniac, el film de Lars von Trier, declaró hace pocos días que “se trata de algo político”, en referencia a la escasa representatividad del cine de terror en los premios Oscar. “No es algo basado por entero en la calidad de los proyectos. Creo que un cambio sería beneficioso”. Las declaraciones surgieron a partir del estreno en los Estados Unidos de Infinity Pool, el nuevo largometraje de Brandon Cronenberg, otro film de horrores fuera de lo común que también la tiene como protagonista. Pero podría haber surgido a partir de Pearl, cuyo extenso parlamento de cierre podría abreviarse sin problemas en uno de esos típicos fragmentos que todos los años engalanan la pantalla del Dolby Theatre a la hora de entregar los galardones a los mejores histriones.
De ¿Qué pasó con Baby Jane? a Psicosis y de El mago de Oz a los melodramas sirkeanos a todo color, las referencias están allí sin demasiada ostentación. En el pastiche consciente que es Pearl radica su originalidad y su potencia, que sorprende a pesar de caminar sobre caminos que resultan extrañamente familiares. El plano extendido bajo los títulos de cierre muestra a Pearl sosteniendo la sonrisa durante un tiempo que puede antojarse interminable, una idea que, según confirma el tándem de realizador y actriz, surgió de forma improvisada durante el rodaje. Una sonrisa transformada en mueca y, finalmente, en rictus horripilante, mientras las lágrimas caen como cataratas por el rostro antes del iris shot final. En esa simple pero potente imagen, Pearl baja las cortinas de manera magistral, revelando en tiempo real la transformación de Mia Goth en una estrella del cine de terror por derecho propio, y sus facciones sin máscara en la silueta de un nuevo monstruo de la pantalla. Observándola desde el infierno, Barbara Steele no podría estar más orgullosa. ¿O acaso siente miedo ante la posibilidad de ser desbancada de su trono?