El Tribunal de Audiencia de La Pampa declaró culpables del asesinato de Lucio Dupuy a la madre, Magdalena Espósito Valenti, y a su pareja, Abigail Páez. Los detalles de la condena se darán a conocer el 13 de febrero.
El crimen de Lucio nos recuerda lo espantosamente cruel que puede ser la condición humana. Un filicidio estremece los fundamentos de sociales y culturales en torno a la maternidad. Una madre que asesina a su hijo -en complicidad con su pareja- resulta un hecho revulsivo.
Las homicidas fueron declaradas culpables y se enfrentarán a la pena máxima prevista por el Código Penal. Además del homicidio, hubo previamente tormentos de todo tipo, incluidos los sexuales, contra un niño que transitaba la primera infancia. Eso agrava aún más la situación, al ser cometido por quienes tenían la responsabilidad de cuidar su vida.
Esa acción de tamaña crueldad debe servirnos para reflexionar sobre el cuidado de las infancias en nuestra sociedad. El mismo año en que Lucio fue asesinado, 2021, 273 niñas, niños y adolescentes de entre 5 y 19 años fueron víctimas de homicidio en nuestro país. En casi todos los casos los crímenes se cometieron en sus casas y los victimarios fueron sus familiares.
Hay una condena. Que se haga justicia es fundamental, pero no alcanza. Es nuestra tarea revisar qué cadena de responsabilidades hubo por parte del Estado, del entorno familiar y barrial para que esta situación terminara en el peor de los crímenes. Lucio fue llevado en reiteradas oportunidades a centros de salud herido a causa de las agresiones y los tormentos a los que era sometido. Concurría a un jardín de infantes donde esta situación era observada por personal docente. El propio Poder Judicial, teniendo información respecto del incumplimiento del régimen de visitas y los descuidos de la madre, resolvió otorgarle los cuidados y la tenencia.
Fue una decisión de la jueza pampeana, Ana Clara Pérez Ballester, la que le otorgó la tenencia de Lucio a su madre, Magdalena Espósito, y a su pareja, Abigail Páez. “Acá hay tres asesinas”, dijo el abuelo paterno de Lucio para dimensionar la responsabilidad del Poder Judicial en la muerte de su nieto.
Fueron los estereotipos de género los que guiaron esa decisión. Partieron de la base de que siempre lo mejor para una hija o un hijo es estar con su madre. Del mismo modo que muchos jueces insisten en la revinculación de niñas y niños con progenitores abusadores o violentos. En muchos casos se toman medidas automatizadas, sin analizar en profundidad la situación concreta, singular, sin contemplar la historia de esa familia y sus conflictividades; y sin escuchar la voz de las niñas y niños. Se obvia el interés superior del niño, haciendo prevalecer lo que dicen los mandatos sociales de la maternidad. Si bien es cierto que en la inmensa mayoría de los casos son las mujeres las que se hacen cargo de los cuidados de las personas dependientes, eso no quiere decir que no haya situaciones en las que esto no ocurre. Eso justamente debe observarse con detalle, y para ello hay que despojarse de los prejuicios de género.
Resulta fundamental que el Poder Judicial sea reformado, y que incorpore una mirada con perspectiva de género que remueva los estereotipos. La misma estructura conservadora es la que muchas veces desestima denuncias de violencia realizadas por mujeres que luego terminan en femicidio. El estereotipo de género funciona en ambos sentidos.
El horroroso crimen de Lucio está siendo utilizado para cuestionar al feminismo, como si el movimiento de mujeres sostuviera algún tipo de defensa frente a este asesinato. Incluso en algún medio de comunicación vimos como señalaban que un organismo de derechos humanos defendía a las asesinas de Lucio. Absurdo y mentiroso.
El uso político de la muerte de Lucio para cuestionar al movimiento de mujeres evidencia los resabios machistas y patriarcales de quienes cuestionan a un movimiento que promueve la igualdad. El brutal asesinato está funcionando como excusa de algunos sectores para darle rienda suelta a la violencia simbólica contra las mujeres, que permanece latente en distintos ámbitos de nuestra sociedad.
Son discursos que cuestionan la creación de los ministerios con funciones específicas, organismos de primer orden para generar políticas de Estado que buscan erradicar las violencias de género hacia las mujeres y diversidades, incluyendo a las infancias. Porque generar mejores condiciones de vida para las mujeres se vincula directamente con los entornos en los que las niñas, niños y adolescentes se desarrollan.
Tenemos la oportunidad de revisar como Estado y como sociedad el cuidado de nuestras infancias. La organización comunitaria tiene respuestas para dar cuando el modelo tradicional de familia estalla por el aire.
Luego de cuatro años de políticas neoliberales, con elevados niveles de informalidad laboral y pobreza, habiendo atravesado el aislamiento traumático que significó la pandemia y sus secuelas en el entramado interpersonal y social, para la realización de un proyecto de futuro se requiere de mucha presencia del Estado, pero a la vez de fortalecer lazos de cercanía, solidarios y de vida en común, que permitan abrir posibilidades y construir de manera colectiva el cuidado del otro, de la otra, y especialmente de nuestras niñas, niños y adolescentes. Se trata de construir un compromiso por las infancias desde la solidaridad, en comunidad, para garantizar y acompañar el crecimiento de quienes están a nuestro cuidado.
Estela Díaz es ministra de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires