Gabino Jacinto Ezeiza nació el 19 de febrero de 1858 en el barrio de San Telmo, en la calle Chacabuco 242. Su madre fue Joaquina García y su padre, Joaquín Ezeiza, había servido a la familia Ezeiza y de ahí su apellido. La vida de Gabino Ezeiza fue testigo de un período de profundas transformaciones en la vida nacional, la transición entre las guerras civiles y la definitiva consolidación de la República, Buenos Aires encaminada a ser una gran metrópoli, el surgimiento de los primeros partidos políticos modernos y el aluvión blanqueador en que se convirtieran las oleadas migratorias europeas patrocinadas por la Constitución Nacional. Nina Simone dijo que para ella “es obligación del artista reflejar los tiempos en los que vivimos”. Gabino fue, sin lugar a dudas, un intérprete de su tiempo. Como todo gran artista popular de su tiempo, no pudo permanecer ajeno a su entorno político y social. Consciente de su negritud, trabajar por su comunidad fue una prioridad para él. Con tan sólo 17 años, colaboraba en el periódico afroporteño “La Juventud”, que en su número de presentación señalaba “... Contribuyamos una vez por todas, para que nuestra unión social sea un hecho, y habrá llegado el momento en que deba hacerse práctica nuestra deseada libertad política…”. Ezeiza formaba parte de la redacción de dicho periódico y dirigía su sección literaria donde firmaba con el seudónimo “Liberato”. Este seudónimo era una clara alusión a su compromiso con su origen étnico ya que liberato era un sinónimo de la época del término liberto, nombre con el que se designaba a un esclavizado que había obtenido su libertad.

En La Juventud dió sus primeros pasos en el campo de las letras, y también en la política. Como activo miembro de la comunidad afroporteña, participó de los más acalorados debates al interior de la comunidad, por ejemplo, acerca de la integración a la cultura europeizante de la época o la preservación de nuestra cultura y valores en tanto negros, acerca de la discriminación en las escuelas, etc. Las reflexiones suscitadas invitaron a algunos miembros de la comunidad afroporteña a plantearse la necesidad de impulsar la creación de una escuela para niños de color. Entre ellos se encontraba el maestro Gabino, quien lo plasmaba así: “...ya que por emergencias de la vida, en virtud del linaje, no podemos acudir a donde se cultiva la inteligencia”.

Esa inclinación a las causas justas y las luchas populares lo encontraron empuñando un fusil en más de una ocasión. Bajo el ideario revolucionario de Leandro N. Alem y su Unión Cívica Radical, Gabino se involucró en la lucha armada. Luego del famoso contrapunto de Montevideo con el gran Juan Nava, el 23 de julio de 1884, declarado en la actualidad como Día Nacional del Payador, Gabino era reconocido en ambas márgenes del Río de la Plata como el más grande e imbatible de los payadores. Y con su carrera artística en la cima, no dudó un segundo en poner su reputación al servicio de la causa revolucionaria. En 1893, al momento de estallar una de las revoluciones radicales, se encontraba en la ciudad de Santa Fe con la compañía artística de su propiedad “Pabellón Argentino” (popularmente conocido como “Circo Gabino Ezeiza”), y la utilizó como plataforma de uno de los focos insurgentes. Aquellas maniobras militares fracasaron y Ezeiza, luego de permanecer fugitivo un tiempo, fue apresado en la cárcel de la Aduana de Rosario junto a sus compañeros de armas. Un periodista realizó una crónica titulada “Un payador metido a revolucionario” donde escribía: “... Gabino Ezeiza había trocado su guitarra por el fusil radical. Ya no es un misterio que entre los cachivaches de su circo vinieron armas para los revolucionarios de Santa Fe y que los anuncios de su llegada y estreno fueron una contraseña revolucionaria”. Sus enemigos, en represalia, incendiaron su circo. Hasta sus últimos años Gabino perseveró en la causa Radical, que luchaba por acabar con el régimen oligárquico, fraudulento y elitista. Murió poco tiempo después de su última presentación pública, en su casa del barrio de Flores, el 12 de octubre de 1916, día en que finalmente asumía Hipólito Yrigoyen.

Sus conquistas y aportes artísticos son bien conocidos, pero vale la pena destacar las palabras de uno de sus más famosos contrincantes, Nemesio Trejo, para destacar sus aportes a la cultura musical y popular argentina y el respeto que cosechó. Trejo expresaba: “En 1884 era mi primera topada con Gabino Ezeiza, el más célebre de los bardos argentinos, y esa payada sirvió para hacer escuela. Por aquella época se cantaba por cifra, pero Gabino introdujo la milonga en esa oportunidad, en el tono Do Mayor” y seguía: “es pueblera (del ambiente ciudadano) ya que es hija del Candombe africano, y golpeando con los índices en el borde de la mesa empezó a tararear “tunga… tatunga… tunga...” para demostrar, fonéticamente, la vinculación de este ritmo con el Candombe.

En Gabino se fusionaban dos épocas, dos mundos: la voz de una Buenos Aires aldeana y rural, con la gran ciudad en que se convertiría poco después; en su pase de la payada a la milonga, base del primer tango de la vieja guardia, Ezeiza fundió la voz del interior rural con la música urbana argentina del siglo XX. Una vez más, es un afroargentino el que marca a fuego nuestra matriz cultural argentina.

Publicación de

Poema “El esclavo”

Yo vi una vez un esclavo,

Lamentar su ingrata suerte;

Pedir a gritos la muerte

Y ella no querer venir;

Entre cortados sollozos

Balbucear algunas frases

Que todas ellas capaces

Del hombre insensible herir.

¡Oh Sol! llorando decía,

Los bardos siempre te cantan

El universo te levanta

Eterno himno a tu loór;

Los lampos de luz que arrojas,

Al amanecer la aurora

De mi agonía es la hora

Sin alba de mi dolor.


Es la hora que las aves

Pregonan en la enramada,

Esa libertad soñada

Que no tengo para mí;

Hora que a veces el llanto

Surcando por mi mejilla

Ante otros hombres me humilla

Esclavo como nací.


No hay para mí! noche eterna

De desventura! una estrella,

Ni encuentro la luna bella

Ni tiene lampos el sol;

No hallo esencia en las flores,

Ni siento gemir la palma

Solo hay este grito en mi alma:

Esclavo eres de un señor.


De dos hijos que tenía,

Los dos esclavos nacieron

Y mis amos los vendieron

¿Dónde los encontraré?

En qué podré protegerlos

Si adolescentes apenas

Van arrastrando cadenas

Como yo las llevo al pie.


¡Yo lo he visto y en los ojos

Llena un mundo de tristeza!

Inclinada la cabeza

Con profunda languidez,

Luego que alguna sentencia

La pronunciaban sus lábios

Decir porque digo agrávios

Y revolcarlos despues.


Horas tristes meditadas

Por una mente azarosa

Que le és la existencia odiosa

Sin gloria ni porvenir;

Alma errante que navega

En un piélago profundo

Sin tener nadie en el mundo

Que algo le pueda decir.


Qué cuando ha surgido al mundo,

Cual si de otro mundo fuera,

Le miran con saña fiera

Apartándose de él

Porque presagiando apenas

Tan funestas decepciones

Quedan sus aspiraciones

Ahogadas en nueva hiel.


Reducido á tan vil centro

Que le ahoga, le sofoca;

Que cuando su mano toca

De hiel le contaminó;

Y no habiendo dirijido

Jamás ofensas ni agrábios

Sedientos se hallan sus lábios

Qué agua el mundo le negó.


Es la hora que el esclavo

Lanza su primer jemido,

Y del látigo el chasquido

Y de la cadena el son;

Hora de que el Sol alumbra

El universo con calma

Y hay en las noches de su alma

El más terrible aquilon.


Quien sienta podrá sentirle

Quien llore podrá llorarle

Mientras otros en cara hecharle

Su mísera condición;

Y la soberbia, la envidia

La ingratitud, el ultraje

A tocarle con coraje

Sin tenerle compasión.

Extraído de “Cantares Criollos”, de Gabino Ezeiza publicado en 1886.

Nota publicada originalmente en el periódico “El Afroargentino”, año 1, n°2, junio de 2015.