Siempre estamos volviendo a los lugares de los que nunca nos hemos ido. Reconocemos los mejores tiempos solo cuando los dejamos atrás. Aquellos lugares donde todavía es posible concebir una utopía del espíritu. Somos seres esculpidos de tiempo, de lenguaje y de memoria. Este fin de semana se va a inaugurar una fiesta luminosa, penetrante. “LA VOZ” (con mayúsculas) regresa a la AM 750 con todo el fútbol de la Liga Profesional argentina desde la plataforma Relatorxs. Víctor Hugo se empecinó en recuperar a Voltaire: “el fútbol (la vida) está donde esté yo”, para diseñar un espacio de fútbol oloroso, penetrante, con un relato electrizante, pegadito al pie, exigiendo la pelota, cuidándola, protegiéndola; presionando la salida, recuperando los espacios, triangulando. Todo ello desde el universo de la radio. Es la forma de beberse el fútbol argentino a borbotones: “algo que me permite seguir despuntando el vicio, acompañando a los muchachos”, declaró. Un sol cálido luminoso que se empecina, una vez más, en acariciarte las pasiones del alma.

Víctor Hugo fluye, cala, se filtra, frasea. Una “Voz” que nos habla de un lugar tan íntimo que nos pertenece a todos. En estos tiempos de tanta realidad desafinada, donde destaca la primacía del relato sobre la argumentación, vivir significa mirar, decir, paladear, palpar, olfatear el mundo; algo que Víctor Hugo hace con súbita eficacia. Se entrelaza fabricando tapices de palabras que anudan los hilos del lenguaje como un espigador poético que colecciona retazos de experiencias humanas. Heredó esa forma de mirar el mundo pasando del nudo en la garganta a la palabra desnuda. Nos abre los ojos de todo lo que nos sobra, y viene de lejos exclamando que el mundo está mal hecho. Esa epifanía que lo subyace, sustenta y penetra. Esa manera tan personal de leer el mundo, el suyo y el nuestro.

Desde hace tiempo vive en la orilla difícil y combativa de la comunicación. Lo querían desterrado, caminando por el averno con su cabeza decapitada bajo el brazo. Aún quedan cicatrices de aquel ahogo. A la madre de todas las furias que es el odio, solo le queda la rabia. Continúa ahí, firme, intacto, luminoso, buscando soles de vida en las esquinas. En este aquí y ahora que fluye caudaloso con la realidad política de la mañana, la televisión de la tarde, y, ahora, todo el fútbol desatado del fin de semana: "Han sido siete años de gran felicidad personal y profesional (en AM 750). Ahora la noticia me provoca doble emoción, por que tiene que ver con el fútbol”, matizó.

En ocasiones mira hacia atrás, con algo de vértigo y una cierta melancolía. La intensa felicidad de su niñez palpita en la dulce mirada de su abuela y en el olor profundo del boniato cociéndose a fuego lento. Los recuerdos siempre lo han esperado: el rumor del río, la sombra de una parra, el sereno bruñido del hastío, un viaje inesperado, una copa con los amigos, el cobijo de la familia, el negro bosque brumoso y el camino. Durante algún tiempo quiso irse lejos, irse del todo y de verdad, para liberar esa profunda poesía que lo habita. Esa poesía que está fuera del mercado, tan inocente y pura, como esas nieves tempranas que se posan luminosas con un silencio de algodón sobre los tejados.

(*) Ex jugador de Vélez, campeón del Mundo 1979.