Cuando comenté que iba para Gesell, un amigo me dijo “no la vas a reconocer, ¡está hecha una ciudad enorme!”.
No sé si lo dijo por idealización, por perverso o por ganas de joder nomás, porque lo cierto es que cuando el auto dobló por la 146, el perro que estaba acostado feliz en medio de la calle de arena me miró y dejó claro que si quería pasar tendría que esquivarlo. Si no fuera por la conciencia del tiempo transcurrido, hubiera jurado que era el mismo que me acompañaba a la panadería y que al volver se echaba (como corresponde) en la arena en medio de la calle 103, en aquel casi invierno de 1979.
Hoy la cafetería Torino sigue igual y su café irlandés también. La tienda Arena ya no está, pero pasear por “la 3” después de la playa es todavía la costumbre, incluso para quienes van por primera vez.
Esta Villa Gesell sigue siendo el lugar adonde jóvenes y no tan jóvenes llegan a finales de noviembre a ver si consiguen laburo por la temporada. Algunos se quedarán a vivir, otros estarán otro rato después del verano. Así fue que Gesell llegó a los casi cuarenta y cinco mil habitantes que hoy tiene. Ésa es también la causa del crecimiento a lo largo de la costa: muchos quieren vivir cerca del mar. Pero así y todo La Villa sigue siendo refugio de artistas, artesanos, músicos, escritores y todos aquellos que cultiven algún costado de la cultura.
“Lo mejor que me pasa cuando me voy, es volver”, dice este hombre de voz baja y aspecto tímido, que a los seis años fue traído por sus padres desde su natal Morón porque habían decidido poner en Villa Gesell el Almacén Barrera, allá por los años '60. Y desde ese mostrador vio crecer la ciudad fundada por Carlos Gesell en 1930. Desde ahí vio también el trabajo del pionero Carlos tratando de fijar los médanos con plantas y árboles después de haber tenido que construir una casa de cuatro puertas porque no sabía cual estaría tapada por la arena a la mañana siguiente.
Hoy, y desde el año 2014, este Barrera, Gustavo, es intendente de Villa Gesell y también se asombra de que alguien diga que es una ciudad enorme aunque “es cierto que la ciudad creció a la vera del mar, y también hacia el oeste, que es donde viven los que ya son gesellinos de más tiempo”.
A finales de los años setenta, la Villa era un zoológico mágico lleno de asombros y sorpresas. Allá había de todo, desde una alemana llamada Helga, que era tarotista, hasta un bañero uruguayo del que nunca supimos el nombre, que disimulaba bastante bien haber escapado de la dictadura de Aparicio Méndez y que preparaba un chupín de cazón con vino tan único, que nunca más probé algo igual. Vivian allí desde hippies de verdad hasta gente que se sabía que no eran pero que allí andaban, clandestinos y tranquilos así “que dejálos nomás”. La consigna era clara y mantenía el espíritu de la comarca: en Gesell si te portas bien nadie te jode. Al menos así se vivía en la superficie, porque bueno, eran los fines de los setenta.
“El espíritu de Gesell sigue siendo el mismo, pero cambiaron las necesidades a medida que el pueblo creció”, va razonando despacio Gustavo Barrera, “somos una ciudad turística, pero durante el año los geselinos existimos, así que hay que velar por ellos. Nosotros producimos miel, chocolates, artesanías y no mucho más, el resto se va en preparar cosas para la temporada. Y festivales”.
En la grilla de festivales hay para elegir: la fiesta de La Criolla, la del Chocolate, festivales de cine, de teatro, la Fiesta de las Colectividades “porque acá hay de todo, bolivianos, alemanes, peruanos, paraguayos, italianos, españoles y esa fiesta es realmente una fiesta que muestra que en Gesell se puede ser feliz sin importar de donde vengas. Cada colectividad ha aportado lo suyo a lo que somos”.
Amanecer y salir temprano para la playa plantea una postal de pescadores con el agua a la cintura buscando la corvina que le dará orgullo al pescador y sentido a la parrillita del fondo. Y quizá se vea a algún amante que, dejándose llevar por las urgencias de la pasión, habrá descubierto las inconveniencias de la arena.
El muelle de pescadores de Gesell es otra cosa, es un club de todos en un país donde pescar pasó a ser parte de la lucha de clases, tanto que en la Ciudad de Buenos Aires se anularon los muelles históricos que estaban frente al Aeroparque y pusieron unos remedos de proas de veleros que no sirven para nada, solo para sacar del paisaje a los pescadores poque dan “mal aspecto”. En Gesell no. Allá se pesca, se ayuda al nuevo y se charla y se cuenta qué carnada va bien hoy y se miente como corresponde sobre la pesca del día anterior justo cuando vos no viniste y se burlan a los gritos entre todos con chistes groseros que se festejan a las carcajadas. Hombres y mujeres y niños forman esa cofradía abierta a quien quiera entrar y siempre se cuentan las dos versiones del perro Pancho: Una dice que era el perro de un hippie que se suicidó tirándose al mar desde el muelle, y la otra es que era de un pescador que se cayó al mar y murió. Las dos versiones coinciden en el final: el perro Pancho no se dio cuenta y se quedó para siempre en el muelle esperando a su dueño, querido, cuidado y alimentado por todos hasta que murió de viejo en el año 2001. Lo notable es que el muelle, que antes quedaba “¡allá! En la 129!” hoy quedó en el medio de la ciudad.
“Gesell si bien no es una gran ciudad, creció mucho y eso plantea problemas que hay que resolver” retoma Barrera, “creció como te dije, hacia el oeste, se hicieron barrios porque armamos un plan de lotes con servicios hacia allá, es un plan que se consultó con los vecinos durante tres años, un plan de ordenamiento urbano, con respeto a la biodiversidad pero que tienen papeles y servicios básicos al que los geselinos pudieron acceder y pagarlos con un porcentaje que tiene relación directa a lo que ganan. Ahora bien, una vez que haces los barrios tenés que conectarlos y eso implica hacer caminos, poner asfalto, seguridad, porque cuando crece la población crecen los problemas, poner transporte público. Es un trabajo”. Y recuerda que apenas asumido, con todos los concejales en contra, trató de ordenar el transporte atendiendo las quejas de los vecinos “y estuvimos seis meses sin colectivos. El primer día todos decían “bien que Barrera va a arreglar esto” el segundo “bien Barrera que se les plantó” el tercero “aguanta bien este muchacho, eh?” y el cuarto te dicen “¡che boludo, no tenemos colectivos!”.
Lo resolvió y hoy se ríe, pero no fue gracioso porque en esos seis meses hubo de todo, desde incendio de unidades hasta amenazas de muerte a las familias de los choferes que llegaban de otras ciudades a prestar servicio alquilando sus micros.
Así y todo, Gesell sigue siendo Gesell, con los días de mar con mate y las noches de cena, cerveza, paseo por la galería de los artesanos (donde también hay una tarotista), y donde caminar por la playa una noche de luna sirve para olvidar al resto del mundo porque a pesar de estar a tres cuadras de la ciudad, no se la siente. Es una pena que La Villa venga nombrada desde hace un tiempo por un grupo despreciable de inadaptados delincuentes que cometieron un crimen atroz alterando el paisaje nocturno de jóvenes, que en su inmensa mayoría salen a pasarla bien sin joder a nadie y con la expectativa de al fin darle pase libre a esas hormonas que andaban encendiendo las alarmas, en parte por la edad y en parte por (dicen lo que dicen que saben) el yodo del mar. Ja! “¡el yodo del mar!”.
El asunto en cuestión es que Gesell es lo que cada quien quiera y vaya a busca, como antes, como siempre. Por eso cuando alguien diga que va para Gesell, no hagan como mi amigo. A lo sumo y si les da curiosidad, solo pregunten “¿Cuál Gesell?”.