RECORDÁNDOTE

Hoy fui a comprar y en la calle vi caminando a un señor de muchos años. Caminaba solo y con un bastón que usaba decorativamente más que por necesidad.

Lo miré un rato y caminé detrás de él. Me recordó a mi padre y entonces no me resistí y me acerqué a él y le pregunté a quemarropa "¿cuántos años tiene usted?".

Mientras le preguntaba me sentí una impertinente. Él paró de caminar, me miró y con un gesto de "qué es esto si estamos en pandemia. Nadie le debe hablar a nadie". 

Me miró impactado por estar atreviéndome a hablarle con mascarilla. Me miró de nuevo y aceptó la pregunta y me dijo: qué edad me echa usted. Y pude ver una semisonrisa en sus ojos. Me dijo: "Écheme cuántos tengo". Le dije: "Ochenta y cinco". Me tiré al vacío. Me dijo: "Tengo noventa y tres". Le dije: "Mi papá llegó a los ciento tres". Me dijo: "¿Y está vivo?", con cara de contento.

No, se murió.

No supe cómo decirle que había sido hace ya tres años y no por coronavirus. Porque cuando le dije "murió" mostró una cara de "no me gustó el cuento".

Después, para salir yo de la incomodidad que a lo mejor le había producido, le dije "lo felicito, usted está muy bien". Me miró con una cara de plenitud. Yo quería quedarme conversando, pero éramos dos desconocidos en una calle con mascarillas.

GUITARRAS SONANDO

Cuando la casa se llenaba de guitarras quería decir que habían llegado los tíos. Dele que dele las guitarras sonando. "Chao, papá. Nos vamos al colegio". "¿Para dónde va usted, Colombinita?". "Al colegio". "No, no, no, no, no. ¿Al colegio? ¡Pero si este es el verdadero colegio! Déjese de pamplinas: este es el verdadero colegio". 

VARGAS LLOSA Y LAS LÁMPARAS BRILLANTES

Cada vez que venía alguien importante, previo a la visita comenzaba una operación de limpieza acompañada de un estrés ridículo. Le sacábamos brillo hasta a las lámparas de bronce. Abríamos un armario donde había un producto que se llama Brasso y con unos trapitos naranjos empezábamos la tarea. Había que limpiar todo como con una alegría desmedida. Como si fuera a ocurrir un acontecimiento que nos llevara a la gloria. Esta vez se trataba de Mario Vargas Llosa. El nombre se repitió unas tres veces durante el día y la forma en como se pronunciaba lo decía todo. Las telarañas salían. Los libros se ordenaban y todo tomaba un aspecto encantador. Durante la tarde, cuando se acercaba el momento de su llegada, hubo cierta presión sobre nosotros mezclada con un poco de aflicción. Nos mandaron a comprar los manjares: aceitunas, salame, queso, pan y vino.

Cuando llegaban los invitados, nosotros pasábamos a ser invisibles a las luces y los flashes, y sólo escuchábamos risas y más risas que se prolongaban hasta la noche. Nos acostábamos con mi hermano y nos quedábamos dormidos en esa placenta sonora de ruidos agradables. Habíamos comido cosas ricas y habíamos jugado a que venía a vernos un señor muy importante. 

Al día siguiente todo era de una normalidad difícil y el frío ni siquiera nos hacía recordar el momento divertido pasado. 

Hace poco leí la historia que se cuenta de la visita de Vargas Llosa a Borges en donde este último lo define como un corredor de propiedades.  

Estos textos pertenecen al libro Otro tipo de música de Colombina Parra que acaba de editar Random House. Hija de Nicanor Parra, Colombina es artista y compositora musical.