“Guevara, un Joven Raidista, Cumplirá una Extensa Gira”, así titulaba el diario Trópico, de Tucumán, el paso de aquel joven soñador por tierras santiagueñas, en un recorrido fundacional para Ernesto Guevara, ya que será la primera de muchas incursiones en el corazón profundo de América Latina. Una historia que comenzaba en los albores de 1950...
Corría el primero de enero y el joven estudiante de medicina emprendería desde Buenos Aires una solitaria recorrida por diferentes latitudes de la Argentina en una bicimoto. La travesía en el humilde rodado representaba un gran desafío, tal como él mismo lo relató en sus anotaciones: “iba lleno de dudas sobre la potencialidad de la máquina que llevaba”.
Aquella bitácora que dejará testimonio del iniciático viaje, será editada por su padre alrededor de la década del 80, en base a anotaciones encontradas en la casa familiar. Este cúmulo de escrituras tomará forma de libro y llevará el nombre “Mi hijo el Che”.
La travesía
El periplo tendrá como primer objetivo visitar a su amigo Alberto Granado en la ciudad de San Francisco del Chañar, en la provincia de Córdoba, un destino con paradas intermedias en la provincia de Buenos Aires y Santa Fe, obligadas, básicamente, por la autonomía del rodado.
En la bicimoto marca Micrón culminará su primer destino al llegar a tierras cordobesas, donde luego de algunos días de visitas programadas en casas de amigos, continuará viaje hacia el norte de la Argentina, entrelazando su destino aventurero con la realidad social del norte profundo, la cual comenzaba a conocer de cerca.
Llegando a Santiago del Estero las anotaciones del joven Guevara dirán: “A las 4 de la tarde, con un sol un poco bajo, salimos con rumbo a Ojo de Agua (...) el viaje, lleno de peripecias, fue cubierto en 4 horas debido a las continuas pinchaduras que sufrí. En Ojo de Agua me recomendaron al director de un hospital menor y allí conocí al administrador, un señor Mazza, hermano del senador cordobés en cuya mesa comí. Muy cordial la familia me recibieron magníficamente a pesar de no tener la más mínima idea de mi procedencia y simpatizó mucho con la idea del raid”.
“Después de haber dormido unas 8 horas y previa una buena alimentación emprendí mi viaje hacia las famosas Salinas Grandes, el Sahara argentino. Las unánimes declaraciones de mis oficiosos informantes afirmaban que con el medio litro de agua que llevaba me sería imposible cruzar las Salinas, pero la mezcla bien batida de irlandés y gallego que corre por mis venas hizo que me empeñara en esa cantidad y con ella partí”, comenta el joven notoriamente atrapado por las inmensidades del salitral santiagueño, y haciendo alarde de las cualidades de resistencia vinculadas a su ascendencia.
La descripción de aquella árida geografía será recurrente en sus anotaciones, sobresaliendo constantemente la gran sorpresa por aquel territorio que nunca antes había pisado. “A los costados del camino se levantan enormes cactus de los 6 metros, que parecen enormes candelabros verdes. La vegetación es abundante y se ven señales de fertilidad, pero poco a poco el panorama va variando (…) el sol cae a plomo sobre mi cabeza y rebotando contra el suelo me envuelve en una ola de calor. Elijo una frondosa sombra de un algarrobo, y me tiro durante una hora a dormir; luego me levanto, tomo unos mates y sigo viaje. Sobre el camino el mojón del kilómetro 1000 de la ruta 9 me da un saludo de bienvenida”.
Aquel algarrobo fue testigo del descanso del otrora revolucionario, quien dejó al mismo tiempo en su cuaderno marcado una referencia puntual sobre la ruta 9. En este sentido el docente e historiador santiagueño René Galván relata: “En cercanías al kilómetro 1000, más específicamente en el kilómetro 1006, se levanta un monolito en medio de las Salinas, realizado para homenajear a víctimas de un fatal accidente de tránsito ocurrido en 1941”, situación que invita a pensar que Guevara vió aquella señalización y, al llamarle la atención, luego la destacó en su bitácora.
Luego de atravesar el gran salitral santiagueño, Guevara comenta que, entrada la noche, arriba al pueblo de Loreto donde, buscando pernoctar, intercambia algunas consideraciones con el oficial de policía del lugar, vinculadas a la realidad de aquella localidad de incipiente crecimiento.
La entrevista
“Temprano emprendí el viaje (...) llegué a Santiago donde fui muy bien recibido por una familia amiga (…) Allí se me hizo el primer reportaje de mi vida, para un diario de Tucumán, y el autor fue un señor Santillán, que me conoció en la primera parada que hice en la ciudad”, comenta con orgullo y sorpresa el joven estudiante de medicina.
Aquel periodista, impresionado por el ímpetu de Guevara en una sencilla bicimoto, difícilmente podría imaginarse la trascendencia que su entrevistado luego tendría para la historia política del siglo XX después de que, apenas nueve años después de aquel intercambio, ingrese a La Habana al frente de una Revolución triunfante.
El periódico en el que fue publicada la nota llevaba por nombre Trópico, diario de singular origen fundado gracias a una disruptiva experiencia nacida en la Universidad Nacional de Tucumán, siguiendo la idea de una casa de estudios en expansión. Así nació Trópico en 1947 y, aunque la experiencia duró apenas cuatro años, fue una propuesta innovadora que dejó marca en periodismo tucumano y de gran parte del norte del país.
La nota decía en su titulo, “Guevara, un Joven Raidista, Cumplirá una Extensa Gira”, y continuaría relatando, “SANTIAGO DEL ESTERO, Hoy llegó a esta ciudad, el joven ciclista Ernesto Guevara de 21 años, estudiante, que se propone cumplir un extenso raid de ciclismo. Inició su gira en Buenos Aires, pasando por Santa Fe y Córdoba. Ahora se dirige a Tucumán, de donde seguirá a Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza y San Luis, donde emprenderá el regreso a Buenos Aires”.
Aquella simple pero certera entrevista, dejará una huella hoy histórica a la luz de lo que sería luego la figura de Guevara, al tiempo que servirá para marcar lo osado que resultaba, para propios y extraños, el raid en bicimoto que llevaba adelante atravesando gran parte del país.
En la ciudad de Santiago y camino a Tucumán
Luego de aquella histórica entrevista el recorrido continuará hacia el norte, donde la descripción del paisaje será una constante en sus lineas, “Ese día conocí la ciudad de Santiago (…) cuyo calor infernal espanta a sus moradores y los encierra en sus casas hasta bien entrada la tarde, hora en que salen a buscar la calle, forma de hacer sociedad. Más bonito me pareció el pueblo de La Banda, separado por el ancho del Río Dulce (…) Existe entre estas dos ciudades un marcado antagonismo que se vio reflejado en un partido de básquet que enfrentara a cuadros de estas vecinas localidades”.
Es llamativo el ejemplo que utiliza Guevara para citar la rivalidad a uno y otro lado del Río Dulce, conocido también como Mishky Mayu en lengua quechua. Sin embargo, el historiador santiagueño René Galván refuerza este ejemplo inclusive aggiornándolo: “La rivalidad en el básquet hoy está actualizada con el superclásico entre el Club Ciclista Olímpico La Banda y la Asociación Atlética Quimsa (Santiago del Estero). Ambos equipos son parte de la elite del básquet nacional compitiendo en la Liga Nacional”.
“A las nueve de la mañana del día siguiente continué rumbo a Tucumán adonde llegué bien entrada la noche”, sigue la bitácora del joven estudiante, agregando una anécdota que, más allá de lo pintoresca, marcaba la pertenencia de clase de uno y otro sujeto en un evidente choque cultural: “En un lugar del camino me sucedió una cosa curiosa: mientras paraba a inflar una goma, a unos mil metros de un pueblo, apareció un linyera debajo de una alcantarilla cercana y naturalmente iniciamos una conversación. Este hombre venía de la cosecha de algodón en el Chaco y pensaba, luego de vagar un poco dirigirse a San Juan, a la vendimia. Enterado de mi plan de recorrer unas cuantas provincias y luego de saber que mi hazaña era puramente deportiva, se agarró la cabeza con aire desesperado: ‘Mama mía ¿toda esa fuerza se gasta inútilmente usted?’”.
La próxima provincia que lo vería pasar será Tucumán, donde si bien apenas pernoctó una noche, dejó impresionado a Guevara avivando sensaciones que necesitó dejar plasmadas en sus anotaciones de viaje. “El camino a la salida de Tucumán es una de las cosas más bonitas del norte: sobre unos 20 kilómetros de buen pavimento se desarrolla a los costados una vegetación lujuriosa, una especie de selva tropical al alcance del turista, con multitud de arroyitos y un ambiente de humedad que le confiere el aspecto de una película de la selva amazónica. Al entrar bajo esos jardines naturales, caminando en medio de lianas, pisoteando helechos y observando como todo se ríe de nuestra escasa cultura botánica”.
Allí, en la inmensidad de la selva tucumana, surgirán reflexiones que dan cuenta del cambio que poco a poco irá operando en aquel joven al contactarse con la realidad natural, pero también con la fuerte realidad social. “Me doy cuenta entonces que ha madurado en mi algo que hacía tiempo crecía dentro del bullicio ciudadano; y es el odio a la civilización, la burda imagen de gentes moviéndose como locos al compás de ese ruido tremendo se me ocurre como la antítesis odiosa de la paz, de esa en que el roce silencioso de los hojas forma una melodiosa música de fondo”.
El viaje continuará hacia Salta y Jujuy, donde le esperará nuevamente un acelerado aprendizaje de vida que podría considerarse el primer gran golpe con la realidad de la América profunda, algo que seguirá acentuando con los sucesivos, y más conocidos, viajes en moto junto a su entrañable amigo Alberto Granado.
Lo cierto es que desde aquel primer viaje en 1950, Ernesto Guevara fue sumando experiencia a pasos agigantados que irán moldeando su personalidad. Aquellos cambios fueron producto de la imponente realidad del norte argentino, que así como maravilla con su belleza natural, abruma con su aguda realidad social.
Inmerso en ese cúmulo de sensaciones y en una bicimoto de dudosa confiabilidad, Guevara forjará horizontes y prioridades, realizando un vuelco ideológico que lo llevará a abandonar las comodidades de clase, poniéndose al servicio del pueblo. De aquello, el norte fue su fragua.