Días atrás, el centro médico Elmhurst Memorial de Chicago (EEUU) fue noticia al incorporar dos robots-enfermeros. Ante la crisis de personal (bajas por covid que nunca se recuperaron y pocos egresados), la institución decidió “contratar” a los moxie con el objetivo de ayudar a los profesionales humanos a repartir medicamentos y diversos suministros por las instalaciones. La noticia fue comunicada con gracia y ternura. De hecho, se exhibe la alegría de otros trabajadores del centro porque con los ingresos, los agentes de carne y hueso podrían superar el colapso que significa atender cinco o seis urgencias en simultáneo.
Los robots poseen pantallas digitales y brazos robóticos con identificaciones que les permiten abrir puertas. Según comentan quienes impulsaron esta iniciativa, los moxie han realizado 1.800 entregas mensuales, ahorrándole al personal humano más de dos millones de pasos recorridos y 3.100 horas de trabajo. ¿Las ventajas para los empleadores? Trabajan 24 horas sin parar (salvo un breve descanso para recargar la batería) con gran eficacia, lo que equivale al menos el esfuerzo de cuatro personas. Además, no se quejan, no piden por mejores condiciones laborales y no se sindicalizan.
Aunque aún no interactúan con los pacientes, pronto será posible y su participación será más corriente durante los próximos años. En este marco, cabe la pregunta: ¿qué ocurrirá cuando, en el futuro cercano, no solo desarrollen tareas automatizadas sino que realicen otras que demanden un mayor refinamiento cognitivo? ¿Qué sucedería si, incluso, por medio de la inteligencia artificial, fueran programados para comunicar mensajes o brindar respuestas según el estado emotivo de sus interlocutores?
¿Humanos inempleables?
En 1996, Deep Blue marcó un auténtico punto de inflexión. El sistema informático de IBM por fin le había ganado una partida de ajedrez al campeón ruso Gary Kaspárov. Desde ese hito, sin embargo, ha pasado mucho tiempo y los avances en el paisaje de la inteligencia artificial se han solapado a un ritmo vertiginoso. En el presente, existen máquinas que intervienen quirúrgicamente con precisión única, telepeajes que prescinden de las personas que antes cobraban y conmutadores que vuelve innecesaria la asistencia humana del otro lado. Conductores, operarios de fábricas, cajeros de banco, costureros, carteros figuran entre los primeros que encabezan la lista negra de los empleos reemplazables. Pero hay mucho más.
En 2011, Watson, un sistema de inteligencia artificial de IBM ganó un concurso de TV denominado Jeopardy! tras derrotar a médicos humanos. Concebía la posibilidad de contener bancos de datos con información acerca de todas las enfermedades y medicamentos habidos y por haber, podía actualizarse con la última evidencia científica disponible, tenía la chance de familiarizarse con el genoma de sus pacientes y también vincularlo con su historial médico (y relacionarlo con el de sus familiares).
A mediados de enero de este año, la empresa de medios estadounidense BuzzFeed anunció el recorte de su plantilla, despidió a 180 empleados y comunicó que recurriría al Chat GPT de inteligencia artificial en su reemplazo. La creación de contenidos estará a cargo de estos sistemas, capaces de mantener conversaciones, que se ejercitan en el aprendizaje automático cada vez con mayor fidelidad.
En Homo Deus, el historiador y best seller Yuval Harari sintetiza: “Las mismas tecnologías que pueden transformar a los humanos en dioses podrían hacer que acabaran siendo irrelevantes. Por ejemplo, es probable que ordenadores lo bastante potentes para entender y superar los mecanismos de la vejez y la muerte lo sean también para reemplazar a los humanos en cualquier tarea”. Y luego avanza sobre algunos ejemplos ilustrativos: “En la esfera económica, la capacidad de sostener un martillo o de pulsar un botón se está volviendo menos valiosa. En el pasado eran muchas las cosas que solo los humanos podían hacer. Pero ahora robots y ordenadores nos están dando alcance, y puede que pronto nos avancen en la mayoría de las tareas”.
“Mientras que robots e impresoras tridimensionales sustituyen a los trabajadores en tareas manuales como fabricar camisas, algoritmos muy inteligentes harán lo mismo con las ocupaciones administrativas”, completa. Incluso los abogados, que la mayor parte del tiempo revisan documentos, podrían ser reemplazados por ordenadores que realizan la tarea con muchísima eficacia. Lo mismo para los agentes de viaje, que se vuelven prescindibles cuando los propios clientes pueden adquirir sus billetes de avión; o bien, los corredores de bolsa cuyas actividades, en buena medida, ya son ejecutadas por algoritmos informáticos. Hay compañías como Mindojo que quiebran cualquier límite y diseñan “profesores digitales”, que enseñan con habilidad asignaturas diversas como matemática, historia y física.
Todos los años, el reconocido cofundador de Microsoft, Bill Gates, realiza sus proyecciones –o predicciones– y el mundo escucha con atención. Multimillonario, filántropo, pero también muy avispado, para este 2023 apuntó que el futuro del planeta estaría signado por la inteligencia artificial y, sobre todo, por el ritmo que están adquiriendo las innovaciones. “Pensándolo en el contexto de la Fundación Gates, queremos tener tutores que ayuden a los niños a aprender matemáticas y mantener su interés. Queremos ayuda médica para la gente de África que no puede acceder a un médico. Sigo trabajando con Microsoft, así que estoy siguiendo esto muy de cerca”.
¿Suplementarios o complementarios?
Aunque las distopías más oscuras describen un futuro con humanos desempleados “inempleables” (en la medida en que sus habilidades ya no responderán a las exigencias del mercado), siempre hay espacio para los matices y los grises. En 2017, Sebastián Uchitel, reconocido especialista en ciencias de la computación de la UBA y el Conicet, comentaba a este diario. “No creo que la informática quite el trabajo a las personas porque las computadoras son excelentes para realizar trabajos repetitivos y aburridos, mientras que el ser humano destaca por su creatividad”. Y luego planteaba esta relación en modo más complementario que suplementario: “Las tecnologías potencian las aptitudes de las personas, que deberán formarse y capacitarse en nuevos usos y tareas impensadas”.
El filósofo, divulgador y docente de la UBA, Esteban Ierardo, destaca lo siguiente: “A pesar de sus capacidades cada vez más avanzadas, la inteligencia artificial aún está muy lejos de replicar el poder del razonamiento o la dimensión emocional del ser humano, fuera de los datos y la información. La IA hoy no es solo capacidad técnica en evolución sino también la cristalización angustiosa de uno de los grandes temores epocales”. Después despliega con mayor detalle su razonamiento: “En la posguerra fue el temor de una destrucción nuclear masiva; hoy es el temor a una progresiva sustitución del trabajo humano por la robótica y la inteligencia artificial. Pero la posibilidad de la sustitución no es un problema técnico sino una encrucijada ética-política”.
Al respecto, el autor de “Sociedad pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia”, descubre una alternativa a la sustitución: los “cobots”. Son robots colaborativos, cuya función no es reemplazar al humano sino complementarlo en sus cualidades laborales, algo que ya está en curso en algunos países de la Unión Europea.
Ya no solo se trata, como refería Umberto Eco en los 60, de posicionarse como apocalíptico o integrado (en relación a un mayor rechazo u apertura frente al avance tecnológico), sino de aceptar que las tecnologías que los propios humanos crearon no llegaron únicamente para quedarse, sino también para protagonizar la escena de los próximos siglos. “La elección de estos dos caminos posibles, la sustitución o la colaboración, supone un debate multidisciplinar respecto a los modos cómo la robótica debe expandirse en la tecnocultura contemporánea”, refiere Ierardo.
El desfasaje entre la formación que reciben las personas y las necesidades del mercado es un hecho. Expertos y expertas alrededor del planeta sugieren la exigencia de crear nuevas profesiones. Como siempre, si solo se adaptan unos pocos: ¿qué pasará con la mayoría de las personas? ¿Qué sucederá cuando, a este ritmo, todos y todas sean prescindibles? Una vez más, será responsabilidad de los Estados combatir las desigualdades y acotar las brechas que genere el --cada vez más despiadado-- mercado.