Epígrafe: “Es una serie visceral”, asegura su protagonista.
“Dios no existe”. Con esas tres palabras inicia su primer sermón el protagonista de Santo maldito (estreno del próximo miércoles por Star+). Dispuesto a sacudir a los fieles de una iglesia evangélica, Reinaldo (Felipe Camargo) predica con artillería pesada desde el púlpito mientras suena el “Hallelujah” de Leonard Cohen (en algún otro momento lo hará “You Want It Darker” del cantautor canadiense). En ese juego de ambivalencias morales, donde lo divino se cuenta en reales, un ateo aguerrido que se convierte en un líder religioso luego de haber realizado un supuesto milagro. La serie brasileña, alejada de todo pintorequismo for export, apuesta en sus ocho episodios por un drama existencial, algo de suspenso y un neorrealismo de los márgenes.
“La sinfonía del fracaso es la música de nuestras vidas. Porque nada tiene sentido es que precisamos del sentido. En la desesperación del caos necesitamos creer en cualquier cosa, incluso en Dios”. Esas son las convicciones de este profesor universitario devenido en apóstata a la inversa, falso profeta y/o lo que asegura el título. ¿El motivo? Su esposa despierta de un coma justo cuando él intentaba acabar con su sufrimiento. La eutanasia fallida queda registrada en un celular que llegará hasta Samuel (Augusto Madeira), un pastor de un humilde centro evangélico que, convencido de estar frente a un sanador, coloca a Reinaldo entre la espada y la pared. Puede predicar para su iglesia y ganar dinero, o lo denuncia y va a la cárcel. Es una teología que no nace de la liberación sino del chantaje. “No trata tanto sobre religión sino sobre varios tipos de fe: en Dios, en la razón, en la nada. Esas dicotomías están siempre presentes y las trabajamos de manera bastante visceral”, explica Felipe Camargo en entrevista con Página/12. Reinaldo no solo debe lidiar con un antagonista impensado, sino que dentro de su familia también le cuestionan su conversión radical.
“Diría que Dios está en los objetivos de ambos y el Diablo está en el camino para conseguir esos objetivos”, amplía el coprotagonista de Santo maldito. Samuel es la otra cara de esta trama, el hombre de fe que razona muchísimo, empotrado a una silla de ruedas, sabe cómo discutir con Reinaldo. “Puede que vos no creas en el Señor, pero el Señor cree en vos. Es hora de invertir en la fe”, le dice el religioso al protagonista mientras le pasa un bolso lleno de billetes. En ese juego de espejos, el intelectual descubre que sus palabras tienen más llegada en los creyentes que en un aula universitaria. Reinaldo, en definitiva, se considera “santificado y demonizado”. “El conflicto que tiene es el de ser ético con lo que piensa y ha vivido, empieza a ver que puede generar un culto humanista”, describe el intérprete carioca.
Como escenario de contrastes, Santo maldito también advierte sobre la grieta que sacude al país vecino. No es el Brasil de las villas miserias, ni el del carnaval, el de la opulencia paulista pero la polarización, la inseguridad en las calles y el largo brazo de la agenda evangélica están allí. “Somos varios países en uno. Y este Brasil es el de la existencia. De los ciudadanos y de las preferencias de cada uno y de sus problemas”, explica Camargo. “Una familia tradicional de nuestro país vive en las afueras de la gran ciudad, no está ni en Copacabana ni en una favela. En ese sentido, la serie es bastante fiel a lo que es Brasil hoy y sobre el que no se conoce tanto”, cierra Madeira.