En 2014, cuando Daft Punk arrasó en los Grammy de ese año, el máximo galardón que entrega la industria musical fue una llamada de atención acerca de que el mundo se encontraba atravesando un punto de inflexión. Si se pensó que era un mero capricho generacional o un arrebato de las nuevas tendencias sonoras, la pandemia se encargó de recordar que la transformación era inminente. Por lo que la edición que se celebró el domingo último en el Cryptocom Arena (antiguamente conocido como Staples Center) de Los Ángeles dejó en evidencia que que ese cambió finalmente llegó para quedarse. Harry Styles se alzó con la estatuilla al “Album del año”, por ejemplo, en tanto que Beyoncé se convirtió en la máxima ganadora histórica del premio al recibir las estatuillas que tornó en mainstream el dúo francés casi una década atrás: “Mejor álbum de música dance/ electrónica y dance” y “Mejor grabación de dance/ electrónica”.
Sin embargo, un rato antes, tras obtener el gramófono a la “Mejor interpretación de R&B tradicional”, la cantante encendió las alarmas sobre las posibilidades que tenía esa noche de superar el récord que ostentaba el director Geor Solti, quien ganó 31. En esa instancia del galardón, pese a que aún no había hecho acto de presencia, había dejado atrás el récord que la igualaba con Michael Jackson y Paul McCartney. Al momento del anuncio de su premio 32 (otra marca que instaló es la de 88 nominaciones), ya se encontraba en el predio. Una vez que subió al escenario, la artista que aspiraba a nueve galardones por su disco Renaissance espetó entre lágrimas: “Estoy tratando de no emocionarme. Gracias a Dios por cuidarme, a mi tía que ya no está conmigo, a mis padres por quererme y animarme, a mi bello marido (el rapero Jay-Z y a mis tres hijos. Por supuesto, también a la comunidad queer por apoyarme tanto”.
Mientras en Los Ángeles se celebraba el hito establecido por Queen Bey, en la Argentina ardían las redes sociales a partir de que el conductor de los Grammy, el comediante sudafricano Trevor Noah, dijera luego de que se consumara el suceso: “Dios no es Messi, es Beyoncé”. Fito Páez, otro rosarino ilustre, seguramente se sorprendió por la desafortunada comparación. Un rato antes del pasaje televisado de los Grammy, en la que se entregaron 13 de las 91 categorías que se repartieron en esta ocasión, el cantautor argentino había asistido a su nominación por “Mejor álbum alternativo o rock latino”. Ya la había obtenido en 2021 por La consquista del espacio, y esta vez reincidió con Los años salvajes. Formó parte de una terna reñida en la que también copetían Jorge Drexler y Rosalía, quien terminó llevándose el gramófono. Y sí: el año pasado la rompió con Motomami.
Gustavo Cerati se lamentó alguna vez de que los músicos argentinos solamente fueran tomados en consideración para esa categoría. Bueno, en la sextagésima quinta versión de los Grammy el pianista santafesino Leo Genovese se convirtió en la excepción a la regla. Ganó en el rubro “Mejor solo de jazz improvisado” por su interpretación en Endangered Species, disco del que igualmente fueron parte figuras del género del calibre de Wayne Shorter, Esperanza Spalding y Terry Line Carrington. El que sonó en esta edición fue Charly García. La orquesta que amenizó la gala previa a la televisada invocó un pasaje de “No voy en tren” tras el anuncio de que Rubén Blades había conseguido con su disco Pasieros el premio al “Mejor álbum de pop latino”. Al igual que el panameño o Rosalía, Marc Anthony, que obtuvo el “Mejor álbum latino tropical”, tampoco asistió al evento.
A pesar de que Carlos Vives rivalizó con el salsero en esa terna, no volvió a Colombia con las manos vacías. Y es que se llevó la ovación del Cryptocom Arena después de protagonizar una fabulosa performance cargada de hits que tenía muy expectante incluso al conductor de la antesala, el también comediante Randy Raimbow. El otro que puso a bailar al Grammy, pero un par de horas luego, fue Bad Bunny. Ni siquiera Taylor Swift, quien se encontraba entre los asistentes, pudo resistirse a su cadencia. Aunque el boricua es uno de los iconos de la música urbana no sólo en America latina sino en el mundo anglosajón, dio muestras de su versatilidad al cerrar su actuación con un merengue. Si antes había vitoreado a la música latina, cuando recibió el premio al “Mejor álbum de música urbana” (uno de los tres para el que estaba nominado) le dedicó el premio a Puerto Rico y a la nueva generación de reggaetoneros.
Con este gramófono y su show, que sirvió para levantar el telón de la ceremonia, Bad Bunny se consagró como el artista más importante de habla hispana. De hecho, por más que su inglés es fluido (de lo que dio muestras en la película Tren bala), el discurso que brindó lo dosificó entre ese idioma y el español, sólo para reivindicar su lugar de pertenencia. Entre quienes apaludieron con fervor al artista puertorriqueño estaba la nuyoricana Jennifer López, que presentó la categoría “Mejor álbum pop vocal”. Fue la segunda de la noche para Harry Styles (salió del recinto con tres). En ese segmento rivalizó con otras dos ganadores de esta edición 65 de los Grammy: su compatriota Adele, que no podía salir de su sorpresa al enterarse de que al menos se llevaba la estatuilla a la “Mejor actuación pop individual” (tuvo siete nominaciones) y Lizzo, por “Grabación del año”.
Estos Grammy representaron una vitrina para los tiempos que corren, al darle el galardón como “Mejor artista nuevo” a la jazzista de 23 años Samara Joy. Y sobre todo al premiar por primera vez a una artista transgénero, lo que encarnó la colaboración de la alemana Kim Petras con Sam Smith en el single “Unholy”, que se alzó en el rubro “Mejor interpretación dúo/ grupo pop” (su performance fue presentada por Madonna). Sin embargo, más allá de mostrar su evolución, los premios no reaccionaron contra el pasado ni la vieja normalidad. Para muestra están los tres gramófonos de Willie Nelson, entre ellos el de “Mejor álbum de música country”. O las nominaciones de ABBA, lo que significó su regreso al evento. Tranquilamente podrían haber ganado, y merecidamente, consumando el abtacazo de esta edición. Pero ese rol le tocó a Bonnie Raitt, quien sorprendió a todos al hacerse con “Canción del año”: “Just Like That”.
La cantante de folk también intervino en la gala, cerrando el In Memorian al lado de Sheyl Crow y Mick Fleetwood. La terna tributó a Christin McVie ex cantante de Fleetwood Mac, con una sentida versión de “Songbird”. Pero fue Kacey Musgraves la primera en subir al escenario y abrir los homenajes con una versión de “Coal Miner's Daughter”, de Loretta Lynn, leyenda de la música country, que murió en octubre a los 90 años. Ese segmento recordó igualmente al argentino Marciano Cantero (frontman de Los Enanitos Verdes), al cubano Pablo Milanés, a la brasileña Gal Costa, a David Crosby, a Andry Fletcher, a Vangelis, a Lisa Marie Presley (hija de Elvis Presley), al jazzista Pharoah Sanders, a Jeff Beck y a Tom Verlaine, pionero del punk fallecido hace algunos pocos días. Notable también fue el reconocimiento al rapero Takeoff, muerto por un disparo, a los 28 años de edad, en noviembre último.
Y es que el rap tuvo un peso preponderante en este Grammy número 65. Kendrick Lamar arrasó con tres premios en las categorías de “Mejor álbum” (de la mano de Mr. Morale & the Big Steppers), “Mejor canción rap” y “Mejor interpretación melódica de rap”. También el legendario rapero y productor Dr. Dre fue reconocido con el trofeo Global Impact Award, a razón de su trayectoria. Además hubo un emocionante homenaje (tanto como lo fue el tributo a Motown a cargo de Stevie Wonder y Smokey Robinson) a los 50 años de la creación del hip hop. Si bien ninguno de los dos estuvo entre los artistas que participaron, sí lo hicieron otras figuras del género. Run DMC, Queen Latifah, Lil Wayne, Busta Rhymes, Salt-N-Pepa, Future, GloRilla, Nelly, Ice-T, Lil Baby, Public Enemy, Grandmaster Flash, Rakim, Missy Elliott, Lil Uzi Vert, Flavor Flave, De la Soul y Lil Baby rindieron tributo a una cultura que pasó de voz de los marginados a punta de lanza del arte. Un show para la historia.