La primera reacción es emocional. Imposible que no lo sea. Después de todo, un adolescente fue asesinado a patadas. Después de todo, ocho adolescentes terminaron con condenas, cinco de ellos con las mayores de la escala del Código Penal, y otros tres, con penas que ni siquiera dejan para el alivio.
El clamor, desde la inmensa mayoría de la sociedad fue de justicia. Clamor gritado, nada de silencios. Qué significa justicia en ese grito es otra cuestión, que también es imaginable que así ocurra. Cuando se cruza el dolor que desgarra, lo que estalla a través de la herida no suele dejar demasiado espacio a la reflexión. Nadie puede pedir que en el sentido más humano quien sufra semejante desgarro se mida y contenga el grito.
También hubo desgarro y dolor del otro lado, del lado más vituperado por esa misma sociedad, el de los ocho adolescentes ahora condenados. El propio grito de una madre desesperada al ver a su hijo, que no pudo soportar escuchar la condena y se desvaneció, da cuenta de que el dolor no tiene dueño.
Pero ya pasó la sentencia. Ya pasó el tiempo de la sanción penal cuya resolución pasa ahora al plano indiviual. No hay recetas para transitar el dolor de estos tiempos. Cada quien hace como puede.
Ahora es tiempo como sociedad de pensar cómo resolver el problema. ¿Acaso alguien que haya reclamado justicia, ahora, después de la condena, pueda pensar que hacia adelante no habrá otro Fernando? ¿Acaso alguien que reclamó justicia cree interiormente que la justicia penal todo lo resuelve, cuando lo único que puede hacer -las veces en que pretende hacer bien su trabajo-, es sentenciar las penas?
La justicia, estas sentencias, son absolutamente necesarias, porque el que no intervenga la justicia penal aporta a la suposición -muy real- de que la justicia no es para todos. No se trata de una crítica al fallo, sino una revisión de por qué el reclamo de calmar el dolor se carga sobre una institución, el tribunal penal, que solo interviene cuando la cosa está hecha. La justicia solo puede devolver cierto bálsamo a los familiares de la víctima, alguna aislada sensación de logro donde todo es pérdida, y el sufrimiento de una condena en una institución preparada para funcionar en contra de su supuesto.
Es tiempo de empezar a pensar seriamente, ahora que ya la sentencia abandonó la especulación mediática, es tiempo de empezar a preguntarse por qué los reclamos próximos, los reclamos sobre lo que todavía no son casos penales, no se producen antes de que ocurran. Habiendo tantas instituciones levantadas para incidir sobre la formación de los hábitos, me refiero a la educación, a la cultura, qué clase de esquizofrenia arrastra a las sociedades a esperar a que intervenga, tarde, la justicia porque ya no puede resolverlo.
El Código Penal es necesario que exista, claro. Porque por más fallas que tenga, el agobio que provoca su vacío se llena con otros argumentos. En el medio de esta pregunta debieran caer los medios, las y los periodistas en términos generales, como productores de información muchas veces militante y las más de las veces maniqueísta, porque los buenos siempre fueron los nuestros. Las y los jueces, en términos generales, como sostenedores de una justicia simbólica en la que pocos creen porque esa estatua que levanta la balanza tiene la venda levantada y es de mármol, que es frío y, todos saben, como dice la canción, está en los cementerios. Los políticos, en términos generales, como esquivos representantes de la gente, más propensos e interesados en echar leña a los medios, que en resolver porque saben que la mejora lleva tiempo. La sociedad misma, todas y todos los integrantes de la sociedad, en sus roles y sus lugares propios y comunes, individuales y en redes, aislados y solidarios, que para reclamar, reclamemos maestras y maestros bien pagos, para que puedan formarse dignamente para así formar y educar a las niñas y niños en que sí tenemos muchas diferencias. Diferencias de géneros, de roles, de lugares, de trabajos, de costumbres, y que esas diferencias no sean impedimentos, que es bueno que estén, que sean, y que no deben resolverse sino reconocerse.
Está visto que es lo más difícil y que lleva tiempo pero hay que aprenderlo.
No es cuestión de esperar las patadas y sus resultados, que lo estamos comprobando, provocan dolor en todos lados. Está en claro que la justicia penal no lo resuelve antes y después... después ya no está resuelto.