La realidad es más compleja que los papeles que la explican. El asesinato de Fernando Báez Sosa fue de una brutalidad desmesurada. Lo sabemos. El informe forense reveló, “múltiples traumatismos de cráneo, pulmones congestivos, hemotórax, laceración de hígado, múltiples escoriaciones y equimosis en región maxilar y traumatismo del lado derecho de la mandíbula”. Fernando fue víctima de una violencia salvaje, desnuda, obscena. Ese odio irracional que idolatra la violencia y sus placeres coercitivos, y que se manifiesta en la necesidad de satisfacer un estímulo obsesivo de placer.

Fernando necesitaba justicia. También lo sabemos. Es tiempo de preguntarse qué clase de justicia. Una vez detenidos, encarcelados, juzgados y sentenciados los condenados, ¿dónde acaba nuestra comprensión por el otro? ¿Cuán lejanas son las fronteras físicas o imaginarias que cruzan nuestra compasión por el prójimo?

"Esto recién empieza, queremos la perpetua para todos", dijo el padre de Fernando Báez. Se lo entiende. Un hijo asesinado de esta manera te hace estar en todas las barricadas. Pero es el fantasma de la violencia y del miedo que un día se despertará de madrugada para advertirte que el abismo empieza al pie de tu cama. Ese veneno inoculado de falsa seguridad que alimenta las leyes del rebaño. Antes nos amenazaban con el infierno, ahora el infierno se imparte desde algunos “platós” de televisión partidarios de una mayor dureza del código penal. Ese desenfado informativo tan promiscuo con este mundo fusilado de noticias falsas, tan cortesano con el extremismo militante, con la inmediatez de lo fugaz, de lo irrelevante.

A Fernando no lo mató el rugby, pero el rugby estuvo ahí. Ese deporte con perfil de estereotipo de matón de “clase adinerada” que lleva tiempo enquistado de forma negativa en la imagen de la sociedad. Un universo donde en ocasiones se debilitan las formas éticas, de solidaridad y de ciudadanía; donde desaparece la reflexión, la mesura y la racionalidad. Es entonces cuando la esencia del deporte se queda huérfana. “Esto fue un accidente, peleas así se ven todos los días”, declaró Bernardo Dirges, uno de los formadores del Náutico Arsenal Zárate Rugby. Esa orfandad deliberada de los hechos consumados, de los silencios cómplices, deshabitados.

Existen algunas experiencias estéticas que te transportan a mundos abstractos donde todo fluye y se hace incomprensible. En esta breve grieta de luz donde existimos, Fernando ya no está con nosotros. Al otro lado de la tragedia, cinco rugbiers, matones, inmorales, tampoco estarán con nosotros. Son almas que ya se han ido de la vida. Pasaran 35 años en la cárcel. Otra forma de violencia absurda, obscena, irracional. Una violencia institucional tan ligera de piel y huesos, construida, a menudo, con la ayuda de las herramientas más eficaces y variadas de la sociedad autoritaria. Esos lugares deshabitados, donde el tiempo humano no existe.

Los ejemplos se resquebrajan por donde más duelen. El terrorista más famoso de Europa, Anders Breivik, fue condenado a 21 años de prisión en 2012. El noruego de extrema derecha asesino a 77 personas, entre ellas a 69 jóvenes socialdemócratas, en la famosa masacre de la isla de Utoya. Si no se revisa su condena en 2033 podría alcanzar la libertad.

En estos momentos crepusculares de lo humano uno recuerda a Machado: “Tu verdad, no. La verdad, y vente conmigo a buscarla”. No es tanto el miedo al futuro, sino el miedo a la incapacidad de pensar futuros mejores que el presente que tenemos.

(*) Periodista, exjugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo en Tokio 1979