Los nacimientos: 9 puntos
Con Marco Canale, Ramona Escalante, Adelaida Franco, Marta Giménez, Marta Huarachi, Candelaria Ospina, Roberta Reloj, María Rojas, Paula Severi, Flora Solano, Beatriz Spitta, Javier Swedzky y Francisca Vedia
Diseño de escenografía y asesoría de vestuario: Micaela Sleigh
Composición musical: Juan Bayá
Diseño y realización sonora: Luciano Giambastiani
Músico cesionista: José Tolaba
Asistencia de sonido: Rosa María Nolly
Diseño de iluminación: Ricardo Sica
Dirección: Marco Canale y Javier Swedzky
Ramona Escalante, Adelaida Franco, Marta Giménez, Marta Huarachi, Candelaria Ospina, Roberta Reloj, María Rojas, Paula Severi, Flora Solano, Beatriz Spitta y Francisca Vedia. Estas son las once mujeres que protagonizan Los nacimientos, obra escrita por Marco Canale y dirigida junto a Javier Swedzky.
Una de las cosas más interesantes de esta puesta que podrá verse hasta el 12 de febrero en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815) es que esos nombres dejan de ser sólo nombres para convertirse en historias de peso específico atravesadas por una cartografía común: la Villa 31 o, en su nueva denominación, el barrio Padre Carlos Mugica.
Esas biografías se funden en un relato colectivo que, con sus luces y sus sombras, revelan esa parte de la ciudad que en el imaginario del habitante promedio aparece invisibilizada o, en el peor de los casos, estigmatizada. Situar a estas mujeres en el escenario del teatro nacional es un acto político en sí mismo, un hecho artístico que logra expandirse gracias a la potencia de lo teatral.
Una propuesta como esta podría asociarse rápidamente al biodrama por el hecho de que la dramaturgia se sustenta en las historias reales de las protagonistas, pero Los nacimientos sin dudas excede los límites de cualquier etiqueta porque ellas no sólo exponen sus biografías sino que las llevan a otra dimensión con procedimientos teatrales donde se cruzan sus lenguas nativas, sus cantos, sus prendas coloridas y esos rituales que las enlazan a una tradición ancestral que conservan como un tesoro.
La mayoría vive en la 31 pero proceden de distintos puntos de Argentina, Bolivia, Perú o Paraguay, y comparten la experiencia del desarraigo, el despojo y la readaptación a un lugar nuevo en circunstancias muy duras.
El viaje parte de una consigna que Canale lanza en el marco de su taller: “¿A qué lugar del mundo les gustaría volver antes de morir?”. La pregunta forma parte de un ejercicio dramático, pero tiene su complejidad considerando que la edad de las actrices ronda los 70 y 80 años; están en una etapa de sus vidas en la que una pregunta como esa puede llevarlas directo a la infancia, a sus primeros traumas o a dolores recientes que todavía no sanaron.
El “viaje” es una buena metáfora para explicar lo que sucede sobre el escenario, en el barrio, en las instalaciones del Cervantes o en sus lugares de origen, pero también da cuenta de un proceso que comenzó hace siete años en aquellos talleres de teatro que el director impartía en el barrio, continuó con una primera obra llamada La velocidad de la luz que tuvo su estreno en el FIBA hace cinco años y que contaba con una parte documental y otra ficcional, y finalmente la idea de encarar otra de estructura similar –Los nacimientos– a la que se sumó Swedzky como codirector y cuyo estreno se vio interrumpido por la pandemia.
La escenificación y las narraciones orales (en vivo o grabadas) conviven con las proyecciones que fueron rodadas previamente y la filmación in situ a cargo de Canale, quien permanece todo el tiempo en escena ocupando un pequeño espacio al costado del escenario con su cámara. Swedzky también aparece en los roles de utilero y apuntador. El material fílmico proyectado en la gran pantalla recupera algo de esa historia colectiva que une a los integrantes del elenco. También se apela al recurso metateatral con la figura del director en su rincón o representado por una de las actrices. Todas tienen autonomía en el relato: por momentos se rebelan contra Canale y discuten los caminos que tomará la dramaturgia, María está empecinada en filmar una película en lugar de hacer una obra, porque “el teatro no le interesa a nadie”.
La obra dura dos horas y es una duración necesaria para contar lo que se quiere contar. Los recursos para hacerlo son diversos, todos efectivos en la estructura. Las actrices sorprenden y emocionan en el escenario de la María Guerrero: cantan en su lengua, narran episodios de su historia íntima sobre el proscenio o a modo de confesión a una compañera, amasan las Tantawawas (una tradición de Bolivia en la que los panes adoptan la forma de aquello que más ha querido un muerto), evocan el recuerdo de Esther (integrante fallecida antes del estreno), se llenan el cuerpo de harina, se cubren con mantas de colores, salen vestidas de mariachis y proponen un karaoke, preguntan a los espectadores los nombres de sus difuntos, denuncian las políticas de destrucción y los intentos de desalojo que sufrieron por vivir en ese barrio durante la dictadura o el menemismo, imaginan un viaje en micro por el norte del territorio para que María se reencuentre con su madre, brindan, bailan.
Cada historia tiene su complejidad y encuentra su lugar en la puesta, cada protagonista es respetada y cuenta su relato hasta donde quiere, cada cuerpo ocupa el espacio del modo que resulte más orgánico. Aquí no hay elementos forzados ni vacíos que surjan de la multiplicidad de materiales sígnicos. Los nacimientos es una obra que respeta al público y a sus protagonistas.
Las historias que se narran son sumamente emotivas –tanto en sus partes oscuras como en las más luminosas– pero también hay lugar para el humor, para el juego, para el baile y la risa, para la catarsis grupal y el rito colectivo que se genera en una sala de teatro cuando lo real y lo ficcional se conjugan de manera tan virtuosa. Decididamente hay que verla.
*De jueves a domingos a las 20 hasta el 12 de febrero en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815). Las entradas se pueden adquirir en Alternativa Teatral.