Van Gogh, la Estatua de la Libertad, Andy Warhol, una pelota de fútbol, ovejas, una jirafa, entre otros selectos invitados, acompañaron en el Malba a Marta Minujín, que lucía un vestido de novia deslumbrante con tules rosados vaporosos y flores, para festejar su cumpleaños con una boda con la eternidad, que dejó a los participantes sin palabras, y donde puso el foco en el tiempo y su disolución.
Sobre fondo negro con letras doradas, la tarjeta que recibieron unos 200 invitados indicaba el Dress code: gala de negro, con anteojos negros. A nadie se le ocurrió saltearse el protocolo del cumpleaños en que Minujín celebró sus 80 años casándose con la eternidad, en el museo donde se hizo la primera retrospectiva de su obra.
Minujín, una de las más importantes artistas contemporáneas que con este happening reafirma su inalterable capacidad creadora, este año tendrá ritmo vertiginoso a tono del festejo por su luna de miel. En las inmediaciones del Centro Cultural Kirchner, el 25 de mayo inaugurará el Partenón de libros prohibidos, idéntico al que construyó en 1983, y que reversionó en la Documenta de Kassel, en 2017. En marzo, el registro de su obra Simultaneidad en simultaneidad integrará la muestra Señales: cómo el video transformó el mundo, en el MoMA. Además, tendrá dos grandes exhibiciones individuales en la Pinacoteca de San Pablo y en el Museo Judío de Nueva York, y en 2024 La Menesunda se exhibirá en Dinamarca, Bélgica y Gran Bretaña.
Hasta la puerta del Malba, la artista y sus damas y caballeros de compañía –gente que se ofreció para participar— caracterizados con los personajes de sus desopilantes videos de Instagram –precursora de la mirada sobre los medios de comunicación con obras claves que se anticiparon a la era de hiperconectividad, Minujín tiene un manejo magistral de las redes— llegaron en un colectivo de la línea 67 (que tiene parada en la puerta del Malba), con la inscripción “Arte, Arte, Arte” y “Malba, Eternidad”.
También la acompañó un personaje que representó a la propia artista en sus comienzos. La joven Minujín ya sabía que lo suyo era el arte. Con apenas 18 años hizo pie en París y alquiló un pequeño cuarto, donde para poder trabajar apoyaba la cama contra la pared y ponía su ropa y los pocos muebles que tenía en el baño. El departamento, que había alquilado previamente cuando vivía en París, no tenía baño ni calefacción. Para ducharse, usaba los baños públicos, y tenía que ir a bares cercanos a su casa. En esa época –contó la artista en Tres inviernos en París. Diarios íntimos (1961-1964)— aprendió a contenerse. Luego cuando el departamento se llenó de ratas, no se echó atrás: un gato fue su aliado en el gélido invierno parisino.
Antes de que llegara la deslumbrante novia, clarinetistas con diseños picassianos acompañaban la espera con la promenade de Cuadros en una exposición de Mussorgsky. Amigos y familiares, galeristas, curadores, artistas (Guillermo Kuitca, Luis Felipe Yuyo Noé, Delia Cancela, Eduardo Costa, Alicia Herrero, Gachi Hasper), representantes de museos, directores de instituciones culturales y referentes del mundo del arte participaron de esta boda en la que Minujín demostró que sigue siendo la joven avant - garde capaz de quebrar estructuras, con movimientos híper precisos, de sofisticada relojería.
Como souvenir, la novia arrojó un ramo de flores negras y el velo del vestido –diseñado por Jorge Rey, obsequio de la coleccionista Ama Amoedo—. También hubo torta azabache de cuatro pisos con dijes del Partenón de libros. Y copas y globos del mismo tono, que la artista eligió porque identifican al mundo del arte.
Después de que la diosa del pop bailara al ritmo de El Danubio Azul, el clásico vals de Strauss, inesperadamente un grupo de performers se acercó al público para hacerle algunas preguntas: “¿Se dan cuenta de que desde 1943 pasaron 80 años?”; “¿Me puede decir la hora exacta?”; “¿Dónde estoy?”. O pedirle que realizara ciertas acciones: “Repita la palabra tiempo 90 veces”; “Gire sobre sí mismo”; “Llore y ría como un niño”, “Atraviese todo el espacio saludando con un beso a todas las personas con que se cruce”; “Repita la palabra tiempo en voz alta por un minuto”. Los participantes respondían o cumplían las indicaciones. Tiempo tangible versus eternidad.
Los personajes caracterizados con diseños picassianos gritaban: “Tiempo, tiempo!”. Llevaban en sus rostros diseños similares a los que tenían los performers cuando la artista realizó la ópera-happening Kidnappening en el MoMA, un homenaje a Pablo Picasso, meses después de su muerte, en 1973, que incluía un simulacro de secuestro. Ahora se conmemora el 50 aniversario de su muerte.
Minujín quiso contrarrestar el festejo de Dalí: “Dalí odiaba a Picasso, cuando murió organizó una gran fiesta”, dijo en la conferencia de prensa, tras su casamiento con la eternidad. De su happening en el MoMA, recordó: “Había personas con las caras picassianas y choferes que llevaban a los raptados con destino desconocido: durante 3 noches consecutivas se creaba un evento para el raptado en Nueva York: se encontraban dentro de una obra de Broadway o en un Puente de Brooklyn, que eso no era tan lindo, y después tenía que volver solo. No era tan agradable eso para los participantes, pero todos querían ser raptados”.
Como cierre, la artista junto con los performers, repitiendo como mantra la frase El modelo del tiempo es la eternidad, volvieron a subirse al colectivo 67. Minujín se fue y dejó un vacío contundente. Y un chispazo de felicidad y euforia inigualables.
Pero después del casamiento, hubo bonus truck: la artista regresó, con sus damas y caballeros de compañía, por una puerta lateral del Malba, y dio una conferencia prensa en la que no sólo se habló de boda, sino de funeral. “Después de los 90 no quiero vivir más, quiero desaparecer. Porque se te va cayendo todo, no solo la cara —confesó—. La eternidad es invisible, es intangible, es como la estela de un cometa. Entrás en un mundo etéreo, como en un arcoíris”.
Imbatible, imparable, una ráfaga de energía que contagia, Minujín, la única artista que cualquiera puede reconocer por la calle, contó: “En Argentina no puedo ir a comprar una manzana ni a tomar un café, por eso soy feliz en Nueva York. Aunque a veces, confieso, me pongo una peluca negra y salgo igual, pero en cuanto hablo me reconocen, así que cierro la boca”.
Sabe que el arte es de orden eminentemente pulsional. Su obra trasciende e ilumina la opacidad del mundo, la monotonía, la abulia que no da respiro. Si toda obra implica el acto generoso de crear para un desconocido, en su caso se potencia aún más con El Obelisco de pan dulce (Buenos Aires, 1978), La torre de pan de James Joyce (presentada en Dublin, Irlanda, 1980), El Partenón de libros (Buenos Aires, 1983). No sólo convida panes y libros, sino que comparte experiencias imborrables como Suceso Plástico, La Menensunda, El Batacazo, Revuélquese y viva!, Importanción-Exportación, Minuphone.
Aún recuerda Minujín a algunas personas que lloraban al llevarse uno de aquellos libros que no se podían leer durante la dictadura. Con su Partenón, creó un símbolo de resistencia contra la censura y la persecución. Y volvió a hacerlo en la Documenta 14 de Kassel, en Alemania, con una réplica a escala real del templo de la Acrópolis de Atenas que contenía 100 mil libros prohibidos provenientes de todo el mundo, y que emplazó en la plaza de Kassel, donde en mayo de 1933, los nazis quemaron en una hoguera unos 2 mil libros en la “Campaña en contra del espíritu no-germano”.
Con su video - espectáculo Four presents, en Stefanotty Gallery, en Nueva York (1974), reflexionó sobre el tiempo. “Lo inesperado, esas interrupciones, eran el verdadero espectáculo. La idea era hacer vivir una hora de tiempo relativo, intercalada con tiempo metafísico: un minuto de intensidad vale más que media hora normal, en la cual los acontecimientos se encadenan en forma esperada; la audiencia tuvo la impresión de que algo estaba pasando”, se lee en el catálogo de Marta Minujín. Obras 1959-1989, su retrospectiva en el Malba.
Cuando en París destruyó todas sus obras en un happening en el que participó Christo, pensó también en otro concepto asociado a la eternidad: “Para mí era una forma de intensificar la vida, de impactar al contemplador sacudiéndolo, sacándolo de su inercia –escribió la artista en Tres inviernos en París. Diarios íntimos (1961-1964), de editorial Reservoir Books—. ¿Para qué entonces iba a guardar mi obra? ¿Para que fuera a morir en los cementerios culturales? La eternidad no me interesaba, quería vivir y hacer vivir”.
Hay en Minujín una energía vital arrolladora, poderosa, imbatible. “Soy un happening: todo el tiempo estoy imaginando y haciendo cosas disparatadas, vertiginosas, corro mucho, vivo el arte de una manera muy intensa”, cuenta la artista en diálogo con Radar.
En Arte, ¿líquido?, Zygmunt Bauman sostiene que el arte respira eternidad: gracias al arte la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el límite de lo humano. La eternidad que propone Minujín –y que hasta define como modelo del tiempo— tiene un significado eminentemente vital.