El movimiento creativo del revoleo se creó con el lema “cuando nada es mío, todo es mío”. Así, el universo de la abundancia se expande y las cosas trascendentes vienen a uno.
Esa danza en libertad que va en descenso y ascenso hacia la belleza, como diría el gran Marechal, se conecta directamente con la obra de Gian Lorenzo Bernini, quien supo ser un reconocido arquitecto y escultor italiano.
Su conquista fue dejar inmensidad en el espacio público, con el pasamano que va desde lo divino a lo terrenal.
En un viaje imaginario llego a la Antigua Roma. Hay un debate abierto y los senadores eligen pausar la actividad.
El templo de Curia Romana, en medio de las ruinas, se mantiene inmóvil y deja claras señales que, pese a cualquier idea renovadora hay que seguir adelante.
Uno de los amigos del emperador Augusto dice que el precio que pagas por lo que teóricamente te hace feliz, es carísimo. Por esa razón se propone un cuarto intermedio hasta el renacimiento.
Allí se resolverá con el descubrimiento de América y el nuevo esquema de la fe en lo imaginario.
El prócer de ese concepto está en la mesa del cónclave y todos al unísono pronuncian que los tres son candidatos. Miguel Ángel, Leonardo y el que juega.
El elegido es Gian Lorenzo Bernini, con un alto potencial para sobrevivir en el infierno y vivir del revoleo. La única condición que pide la mayoría, es que siga con ese movimiento constante de las manos.
Tiene un gran desafío, el espacio público de Roma lo espera para entusiasmar y conmover.
Bernini, cuando aceptó la encomendación, en su saludo anticipo: “Una cosa es ser un empleado y otra es ser un trabajador”. Mi obra es pensada por un trabajador.
También se impuso en un concepto claro. “Soy de tolerancia cero a la quietud de la piedra, pero la estimulo constantemente, en cada golpe y forma, porque mi determinación la necesita cuando emprendo una idea”.
Luego en Piazza Navona, bajó una nave que también se sumó a la película de Spielberg, “Encuentros cercanos del tercer tipo” y el gran escultor que conquistó Roma, los entusiasmó a participar en su Fuente de los Cuatro Ríos, “Fontana dei quattro fiumi”, creada entre 1648 y 1651, a pedido del papa Inocencio X. Obra que representa cuatro grandes ríos del mundo. Nilo, Ganges, Danubio y nuestro Rio de la Plata.
Dicen, los que viven del revoleo, que el movimiento de las esculturas de Bernini poseen un poder consolidado. Parece que viene de la mano de personas que construyeron alianzas abstractas con la vida extraterrestre sobre la piedra.
En su intelectualidad práctica, desarrolló un juego para conmover a lo exclusivo y lo periférico. El lema de su batalla es que la quietud envejece todo. El arte sin movimiento tiene digestión lenta, así la piedra se vuelve empática y fría.
Tal vez, en esa gimnasia de entender la vida desde el poder de lo abstracto, se arma lo que queda. Ese testimonio, en una especie de volumen urbano, conmueve y sigue girando con los Ratones Paranoicos.
El teje y maneje para esa danza pétrea que tienen las obras de Lorenzo, dejaron establecido el yeite, desde la frialdad de las canteras a la belleza de la ciudad. Según un chisme, en los pasillos de la cátedra de la Universita La Sapienza de Roma, todo parece superar al algoritmo Fibonacci de la armonía plena. El único que me pareció coherente es el comentario de un bengalí que vendía el brazo telescópico para la selfie. El hombre que supera los records de rechazo por día, al intentar vender cosas que alumbran y se rompen en media hora; mira la Fontana del Tritone en Piazza Barberini. Allí decide hablar en modo urbi et orbi: “Para resolver con esa audacia el movimiento, el noble Bernini vivió del revoleo”. De otra forma hubiera sido imposible.