“Escribe para que nunca te mueras”. Esta recomendación podría ofrecer una estéril expiación de la mortalidad. El arcón de Roberto Bolaño, como el de Fernando Pessoa, continúa procurando sorpresas en dos vertientes cuyas aguas –a veces– suelen confluir: la ficción y el documento. De un tiempo a esta parte, pocos se atreverían a refutar que la correspondencia de un escritor no pertenece a su obra. El epistolario de Julio Cortázar, en cinco tomos, prolonga la sensación de que sigue escribiendo, desde ultratumba, a más de treinta años de su muerte. Las cartas que Bolaño le envió a su amigo Bruno Montané, entre septiembre de 1976 y mayo de 1997, fueron compradas por la Biblioteca Nacional de España (BNE). El material que conservaba Montané, escritor chileno que fundó en la década del 70 el movimiento de renovación poética conocido como Infrarrealista junto al autor de Los detectives salvajes, Mario Santiago Papasquiaro, José Vicente Anaya, Rubén Medina y José Rosas Ribeyro, incluye 44 cartas originales, 18 tarjetas postales y 3 piezas manuscritas autógrafas en las que el autor de Estrella distante comenta posibles publicaciones de su obra, habla de editoriales, escritores, visitas recibidas, concursos literarios, opina sobre textos de otros autores, de cómo escribe sus novelas y de otros asuntos “más íntimos”, como sus amistades o la evolución de su enfermedad.
En la correspondencia con Montané –el único infrarrealista vivo después de la muerte de Papasquiaro en 1998 y de Bolaño en 2003– aparecen algunas claves de El espíritu de la ciencia-ficción, novela de juventud terminada en Blanes en 1984, publicada por primera vez en 2016. Este Bildungsroman que transcurre en la ciudad de México durante los años setenta narra la vida de Jan Schrella y Remo Morán, dos jóvenes que intentan vivir de la literatura, se mueven por talleres literarios y se abren paso por la vida como versiones previas de lo que serán Arturo Belano y Ulises Lima de Los detectives salvajes, donde Montané es Felipe Müller, “un tipo muy alto, rubio, que casi nunca abría la boca”. Montané (Valparaíso, 1957) escribió poemas a cuatro manos con Bolaño y juntos editaron la revista Rimbaud vuelve a casa y Berthe Trépat, bautizada así en homenaje a la inquietante pianista aparecida en Rayuela (1963) de Cortázar. En la correspondencia recientemente adquirida por la BNE, Bolaño exhorta a uno de sus compañeros de aventuras literarias a que no deje de escribir: “escribe tú la poesía por mí”, “escribe para que nunca te mueras”. Además de fumar, Bolaño tenía el vicio de escribir cartas y dormir poco, “uno de los de antes”, como lo llama Enrique Vila-Matas.
Más allá del culto a Bolaño, feligresía entusiasta cuyo excesivo ruido no alcanza a eclipsar el impacto de la obra del escritor chileno, este tipo de epistolario deviene impensado epitafio de un “tiempo de papel” que se escurre entre los dedos de las nuevas tecnologías. En esta época en el que “yo” se exhibe impúdicamente a todas horas por las redes sociales, cada vez habrá menos escritores que dejen cartas escritas de puño y letra o mecanografiadas. María José Rucio, jefa de Manuscritos e Incunables de la BNE, explica lo crucial de estas cartas: “Lo que el autor escribe en ese momento de intimidad, la elección del papel, la disposición del texto, el color de la tinta, una anotación marginal presentan al escritor despojado de todo artificio, porque ofrecen la imagen clara y real del hombre en vez de la leyenda”. Las cartas y postales enviadas a Montané podrían organizarse en tres grupos: siete fueron escritas en la ciudad de México, el último año y medio que el autor de Llamadas telefónicas y Putas asesinas, entre otros títulos, vivió allí; tres pertenecen al período en el que residió en la villa turística francesa Port-Vendres, adonde a fue trabajar ni bien llegó a Europa en enero de 1977; y treinta cuatro son de su larga estadía en Cataluña, primero en Barcelona, luego en Girona y finalmente en Blanes, donde vivió hasta su muerte, a los 50 años, el 15 de julio de 2003.
Toño Angulo Daneri, en un artículo publicado en El País de España, señala que las cartas “mexicanas” están escritas a máquina y por momentos adquieren un tono desgarradamente lírico, porque su novia de entonces, la poeta estadounidense Lisa Johnson, lo había dejado. Ese Bolaño “lírico” a menudo teclea en mayúsculas: “Y así como no hay para siempre jamás dos Bruno Montané, tampoco habrá dos Roberto Bolaño, y aquí comienza la desesperación, los deseos locos de volver atrás (atrás es MI VERDADERO SUICIDIO)”. “LISA ES MI DIOS, PERO ESTOY CORRIENDO EL RIESGO DE VOLVERME ATEO”. Otro ejemplo, acaso menos desgarrado: “Mientras pasa el tiempo yo escribo, me masturbo pensando en Lisa y en mí; yo como un voyeur de ESA pareja tan bella, tan inmensa; viéndome y no creyéndomelo”. “Vuelan penes y vaginas y clítoris y lenguas como moscas por mi cuarto. La literatura, entendida como oficio inmóvil, no será mi matamoscas”. “Extraño esplendor tiene el mundo a veces. Uno vive”.
El principio del fin es “anunciado” en una carta de 1995. Ahí se refiere a una dolencia seria, a la que llama “un relato de horror”. “Esta mañana un calambre en la espalda me despertó con unos dolores más que considerables. Tenía todo el cuerpo acalambrado. (…) Me di cuenta de que me iba a desmayar e intenté evitarlo, vestirme, llegar a casa de Carolina. Pero al salir de mi cuarto me desvanecí. Conseguí llegar, a gatas, al lavabo. Intentaba tomar agua. Segundo desvanecimiento. (…) Intenté no gritar para que mi vecina –y casera– del primero no se llevara un susto. Ya ves, delicadezas de poeta. Pero la buena mujer es muy vieja y muy asustadiza y en ese momento terrible no quería cargar, encima, con un homicidio involuntario sobre mi espalda, que ya bastante me dolía”. Bolaño cifró el misterio poético menos en las obras que en las vidas de los escritores que desplegó en su narrativa. Nadie como él logró que el arte se funda con la experiencia vivida.