Cada día que pasa le cuesta un poco más. La rueda delantera de la antigua bicicleta parece crecer sin pausa frente al cuerpo cada vez más chiquito de su dueño. Para la mayoría de los vecinos de Alberdi, tal vez se trate de un ciclista más que cruza el barrio, para mí es un pedazo de tierra pedaleando. 

Nacido en Pampa del infierno en la primera mitad del siglo pasado, Hipólito es un reservorio de saberes dispersos, mezclados con intuición y una voluntad inquebrantable de no acostarse por las noches sin haber aprendido algo nuevo durante el día. 

Llegó a Rosario con lo puesto, un mal de Chagas escondido, una artrosis incipiente y la misma alergia que lo sigue acompañando en silencio. Asegura estar vivo gracias a los médicos y estudiantes del Centenario, hospital al cual todavía acude a causa de tratamientos que denomina “de por vida”, vida que jamás imaginó tan larga. 

Quienes pasamos el mayor tiempo en la calle, solemos entretenernos practicando una falsa ontología, según la crítica certera de los académicos, perdemos el tiempo deformando el idioma gratuitamente, tal es el pensamiento de los centinelas de museos literarios y también asistimos como oyentes a una universidad del asfalto que nunca existió, aseguran los intelectuales desde su atalaya, celosos gerentes de sucursales de pensamientos europeos.

Todas las críticas son tan ciertas como lo es nuestro renovado espíritu de seguir pisando nuestro territorio con zapatos de goma mientras practicamos filosofía barata, pero filosofía al fin, como una forma de festejar la magia de estar vivos, disfrutando libremente nuestra capacidad de sentir y de pensarnos desde nosotros mismos. Dicho juego tiene una sola regla que respetamos a rajatabla, la horizontalidad. Desde allí, payamos sin rima, truqueamos sin cartas y calidoscopiamos ideas constantemente. 

El delirio del norteño autodidacta es imprescindible para preservar el fuego sagrado, sus manos son los platillos de una balanza imaginaria, sus palmas hacia arriba y sus dedos erectos simulan dos vasijas de barro en donde pesa conceptos, recuerdos y valores constantemente. Si bien el chaqueño considera una señal de crueldad pedirle al pago en dónde la suerte quiso que uno naciera, cosas que éste no nos puede dar, razón por la cual se fue de aquél lugar que tan bien describe su nombre en busca de un clima más benigno, su tonada intacta lo contradice en parte, demostrando en cada fraseo, que el destierro poco tiene que ver con el olvido. 

No solamente su forma de hablar devela su origen, también costumbres pueblerinas reniegan de la hipocresía del habitante de las grandes ciudades. Sorpresa e indignación despiertan en él los modismos usados en forma de saludos entre los rosarinos. El pampeano del tártaro asegura que no se puede llegar nunca a una verdad partiendo desde una mentira y es imposible, no sólo que todo el mundo se encuentre bien, como expresan en el saludo, sino que aquel que contesta, esté mejor aún que el que preguntó, sabiendo ambos que se están mintiendo mutuamente. 

No acepta que se trate de un lenguaje ceremonial, sostiene que forma parte de la apariencia que necesita el ciudadano para alejarse de la realidad. Asegura que la máscara que llevan puesta tiene que ver más con una imposición social que con un deseo personal, le basta con observar los domingos por la tarde, las terrazas llenas de sonrisas plásticas tendidas al sol entre camisas y pantalones Cuenta que, en los pueblos, tal vez por conocerse, no sucede lo mismo. Alguien de quien se sabe tiene un familiar enfermo en la casa o que la sequía lo dejó en la ruina, no puede decir que está todo bien. Después de recordar, en un tono casi melancólico, la vez que su padre lo envió a la casa de los Montoya para llevarle unos pollos porque el hombre estaba en la mala, termina su exposición con la fuerza que discutía en los Comité, asegurando que la imposición de un sistema de falsa felicidad junto a una apariencia exitosa perjudica la imprescindible cadena de solidaridad que necesitan las comunidades. 

Una mañana llegó al encuentro caminando, contó que lo habían robado hacía unos minutos a punta de pistola, la víctima dijo haberse disculpado frente al ladrón por no usar celular, por llevar los recuerdos, sentires y saberes grabados únicamente en el alma. 

Empujado por el insomnio llegó una madrugada hasta el kiosco para dejar sangrar su sombra frente a mí, una pesadilla recurrente lo estaba desgastando, una enorme puerta de madera, la misma de la infancia, cerrada desde adentro con llaves y candados, detrás, oscuridad y pasos al acecho, ahogo ante la imposibilidad de escapar, la desesperación del encierro lo hacían saltar en la cama. El pensador, envuelto en las llamas de su propio infierno, no dejó de sacar su propia conclusión, “yo había dejado que la vida me fuera suicidando de a poco, pero si esto sigue así, tendré que darle una mano". 

 Generalmente, a principio de mes me sigo dando algunos lujos, vuelvo a mi casa en taxi. Ayer subí al móvil de un viejo amigo, a quien saludé, como siempre, con una pregunta, “¿Cómo andas, Dany? " Como era lógico no tardó en contestarme, ”¡Genial! Diez puntos... ¿y vos?" Rápido de reflejos no dudé en elevar la apuesta: “¡Espectacular! Nunca visto". Mientras tanto, por la radio sonaba un conocido tema del querido Negro Fontova.

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