Un plano amplio y hermoso del cielo de Tokio…. repleto de ahorcados flotando entre las nubes. Debe haber pocas escenas en el terror contemporáneo más inquietantes que esa. No solo por la idea increíble y macabra de un cementerio aéreo, sino porque cada cadáver va colgando de un festivo globo aerostático con la forma de su propio rostro: gigante, sonriente, brutal. Es una de las escenas de “Globos colgantes” o “Globos asesinos”, uno de los relatos cortos más populares del mangaka Junji Ito, gran maestro del manga de terror de los últimos 30 años, que se puede ver en versión animada como parte de una nueva serie de Netflix Junji Ito Maniac: Relatos japoneses de lo macabro que antologa su obra. Junji Ito dice que la historia de los globos (que persiguen a sus doppelgängers humanos simplemente para ahorcarlos, sin explicación, sin moraleja, sin ninguna solución) vino de una de sus obsesiones de infancia como varias de sus historias. La terrible idea se le apareció en un sueño: creció en un pueblo pequeño y de niño siempre estuvo fascinado con los gigantes globos aerostáticos con publicidades de productos que veía cada vez que visitaba Tokyo. Para él, como para muchos, esos globos eran simplemente un símbolo feliz de lo urbano, accesorios de la emoción de la ciudad. Pero después de encontrarse con esa historia francamente para el lector su significado podría cambiar para siempre.

Así sucede con varios objetos y situaciones de lo cotidiano que filtradas por su ojo macabro cambian radicalmente de sentido: dejarse el pelo largo, comprar en un carrito de helados, una mancha de moho en la pared, una ruptura amorosa. Para Junji Ito, el horror y la brutalidad se esconden en lo pedestre, no son necesarias las casas fantasmales (aunque las hay, claro que las hay). De hecho, cada vez que le preguntan en qué se inspira para inventarse situaciones tan dementes, tan retorcidas, él responde que en nada en particular. Y sin embargo, esa respuesta también inquieta: “En Japón se ven las cosas en “diagonal”, en otro sentido, no sé si me explico. Suelo asociar situaciones cotidianas u objetos normales con cosas terroríficas, supongo que es una cuestión de percepción”, ha dicho. Junji Ito Maniac: Relatos japoneses de lo macabro reúne estas historias de terror, entre costumbrista y espantosamente desconcertante, que han hecho del autor uno de los grandes referentes del género: lo admiran colegas del pop actual, desde Jordan Peele a Alex Garland. Guillermo del Toro, por supuesto. Algunos lo comparan con Stephen King y otros dicen que derechamente es el único gran autor a la altura de los héroes modernos del género. Lo cierto es que, si bien sus libros se han traducido a varios idiomas, ya había una serie animada en la plataforma especializada Crunchyroll que adaptaba algunos sus relatos, y hasta la tapa de su monumental obra Uzumaki abunda en parches de mochilas negras e incluso es tatuaje preferido de adolescentes góticas y otakus de un par de generaciones, puede que Junji Ito sea uno de los mangakas más famosos de este siglo pero hasta el momento, por estos lados todavía se consideraba alternativo, no había un emprendimiento de estas proporciones que lo conectara masivamente con un público general. La serie que acaba de estrenar Netflix es una adaptación de 20 de sus relatos cortos, en 12 capítulos, 5 horas de duración, que incluye algunas de sus historias cumbre, como la de los globos terribles. Personajes como la heroína -o anti, segun como se la vea- Tomie, una insolente chica inmortal, cientos de veces descuartizada, y el travieso -y fatal- Sôichi, un niño anémico que anda con clavos en la boca como si nada. Es posible que algunos fans se molesten porque por supuesto la serie está pasada por el cedazo de Netflix, la animación es discreta y es cierto que escatima en la brutalidad de los mangas, sin embargo, es un paneo ecléctico a través del universo que por fin le hace justicia a uno de los grandes y más innovadores referentes del género.

Quizás el acercamiento a occidente de Junji Ito sea un poco desconcertante: en Estados Unidos su máximo best seller ha sido El diario gatuno de Junji Ito, una historia autobiográfica -no tan representativa- que va sobre él, su esposa y sus gatitos. Pero su obra general también lo tiene entre los tres mangakas más leídos en el mercado anglo -solo superado por fenómenos más bien adolescentes como My Hero Academy-, las historias brutales de Sôichi ocuparon el número 1 de ventas en Amazon hasta el año pasado, y hasta Bob Esponja recientemente lo homenajeó en sus redes sociales remixándose a sí mismo con una de sus escenas más famosas. También ha ganado 4 veces el Premio Eisner -conocido como el Oscar del cómic- máximo galardón que ofrece el medio, uno de ellos por su adaptación al manga de Frankenstein de Mary Shelley. Ese libro se puede encontrar en español por ECC Ediciones, igual que un paneo bien amplio de su obra que incluye cerca de una treintena de publicaciones, principalmente a través de la colección Junji Ito, maestro del horror, que tiene varios tomos temáticos con relatos cortos, pero también libros autoconclusivos como Las historias de fantasmas de Mimi, basada -supuestamente- en hechos reales, Hellstar Remina, otro título ganador del Eisner, y Estudio desde el abismo del terror, el imponente tomo que festeja sus 30 años de carrera con extensas entrevistas y material inédito. La edición única de 600 páginas de Uzumaki -su obra de largo aliento, traducida a más de 10 idiomas- se puede encontrar en español por Planeta Comic, pero en Argentina lo más sencillo es buscarlo en la Editorial Ivrea, donde están disponibles algunos de sus grandes títulos como Gyo, una historia donde los peces son poseídos por una bacteria zombificante, los tomos completos de Tomie y Soichi, que tienen sus propias y diversas aventuras, Fragmentos del Horror, uno de sus compilado de historias cortas más famosas, Indigno de ser humano, su adaptación al manga del best seller homónimo de Osamu Dazai o Black Paradox, donde un grupo de chicos planea un suicidio colectivo y encuentra horrores incluso peores a través del chat.

Imagen de Uzumaki, su novela monumental de 600 páginas

“Cuando estaba en el colegio, un chico de mi clase murió en un accidente de tráfico. Me pareció muy extraño que un compañero de clase tan lleno de vida desapareciera de repente del mundo, y tuve la extraña sensación de que volvería a aparecer. Desde entonces, quise plasmar ese sentimiento. Así es como se me ocurrió la idea de una chica que se supone que ha muerto, pero que luego aparece como si nada hubiera pasado”, ha dicho el autor sobre el origen de la descomunal Tomie, su primer personaje. Admirador de la literatura de H.P Lovecraft y de los maestros del manga de terror japonés Kazuo Umezu y Hideshi Hino, Junji Ito empezó en realidad serializando sus historias en revistas conocidas como shōjo, la rama del manga y el animé destinado a un público femenino, protagonizado por chicas adolescentes, conflictos sentimentales y previsiblemente no muy caracterizado por sus historias de terror. Aunque siempre fue aficionado a leer mangas y a dibujarlos, Ito es de profesión dentista. Y para amplificar ese horror realista… su especialización son los implantes de piezas dentales -se nota en sus dibujos, en su idea de anatomía, en los materiales que utiliza, en cómo tuerce esos pobres cuerpos a su merced- una rama que eligió simplemente porque, cuenta él, ese oficio le permitía “no tratar con nadie” (entre los fans es famosa su frase: “Soy un maníaco del terror que prefiere quedarse en casa”). Junji Ito, dibujante autodidacta, solamente se convirtió en mangaka a fines de los 80, por talento y azar, cuando decidió probar suerte en el primer concurso homenaje justamente a su referente Kazuo Umezu, que además oficiaba de jurado. La historia que envió al concurso lo coronó como uno de sus ganadores, le abrió las puertas al medio, y le regaló también a uno de sus personajes más populares. Quizás también, el personaje que lo impulsó a crear una obra plagada de malogradas y memorables heroínas. Así nació Tomie -la chica que dibujó durante una década- y que también se puede ver en una capítulo de la serie de Netflix: una chica cándida y hermosa en apariencia, que enloquece a los hombres -en el sentido literal de la palabra- y regresa a la vida infinitamente sin importar cuántas veces y de cuántas formas creativísimas y horribles sea asesinada por todos ellos. “La inmortalidad es algo que creo que todo el mundo anhela. Pero Tomie vive su vida completamente como desea. Es altiva. Imagino que las mujeres admiran su libertad. Algunas chicas incluso escribieron que aspiraban a convertirse en Tomie”, ha contado entre la risa y el espanto.

Junji Ito creció en Nakatsugawa, un pueblo húmedo, pequeño y rural en Gifu, al oeste de Tokyo, y asegura que todo su imaginario -y sus relatos cortos, que ha ido puliendo como formato esencial- vienen de ahí: recuerdos de caminar el largo pasillo que unía su cuarto con el baño en una casa rural, de los túneles abandonados donde se la pasó explorando con sus amigos, y de los ciempiés araña, muy normales en el pueblo, pero que a él lo atormentan aún: son todos grandes escenarios de sus historias, son muchísimas, docenas, casi todas ellas aparecidas en revistas japonesas a lo largo de tres décadas. “No estoy muy seguro del motivo por el que me interesa la idea de lo grotesco. Podría ser que mi curiosidad sea más fuerte que el miedo o quizá simplemente tenga mal gusto. Me interesa la idea: algo que es ligeramente diferente de lo humano, tampoco es animal y, sin embargo, existe en nuestro mundo”, ha explicado el autor, sobre esos escenarios mundanos, que de a poco van descendiendo al corazón de la locura total, y que se funden en escenas desconcertantes: chicas que en vez de huesos y carne están hechas de capas de ellas mismas, mujeres obsesionadas con la belleza perdida de sus hijas jóvenes, cabezas que salen y se alimentan de otras cabezas -cabezas independientes que hacen la suya por todos lados-, cuerpos que se autofagocitan hasta desaparecer, personas que se pierden en una locura mental, pero sobretodo física, desesperada. “Una particularidad de mi obra es el modo con que maltrato, hiero y retuerzo la carne humana transformándola en cosas imposibles”, dice con orgullo y con razón, aunque también ha comentado que se ha asustado dibujando sus propias historias, en particular con una escena donde el cuerpo de un hombre hurgaba con una cuchara en los restos de su propia cabeza cortada.

En Uzumaki, su monumental obra de largo aliento sobre un pequeño pueblo costero donde emerge una insólita maldición que hace a sus habitantes obsesionarse con los espirales, los personajes enloquecían hasta desear convertir sus propios cuerpos en ese patrón, o se transformaban directamente en híbridos de caracoles, los bebés enredaban sus propios cordones umbilicales de vuelta al útero materno, y las cabelleras de las chicas se curvaban hasta fagocitar sus cerebros. Es quizás su obra más conocida y es inolvidable la imagen insignia que muchos reprodujeron en sus avatares virtuales durante la era dorada de ese manga a principios de los dos mil: el rostro de una chica hermosa, sus globos oculares emergiendo de la piel, la cara deformándose en un espiral infinito. Todo en ese estilo blanco y negro profundo, hermoso, terrible. El manga fue publicado por entregas en 1998, y por estos días está siendo adaptado a una miniserie de 4 capítulos para Adult Swim, un proyecto que la pandemia retrasó, aunque se espera que estrene este año en el pico de su popularidad en plataformas. En el año 2000, la obra también tuvo su adaptación al cine en la vorágine del j-horror, el terror japonés dosmilero, que a principio de siglo tuvo a películas como Ringu a la cabeza y moldeó también la estética del terror occidental motivado por la fiebre de esos fantasmas de cabellos largos sobre rostros pálidos, que se arrastraban por departamentos pequeños, o que venían con sus videocaseteras embrujadas y otras tecnologías ominosas. Si bien los mangas de Junji Ito le dieron mucho de su imaginario al género, la adaptación de Uzumaki se considera una especie de desclasificado del j-horror: nada tiene que ver con el despliegue de Sadako. Es una rara película, más creativa que ambiciosa, que muchos hoy reivindican y quieren, un poco por su bizarreada, su absurdo, un poco por su inventiva para reproducir toda la demencia del manga sin muchos recursos, con sus efectos analógicos y ese filtro verde que imita las páginas del cómic y que se las arregla para generar un clima viscoso e insoportable (fue además el primer papel de Eriko Hatsune, más tarde famosa por la adaptación de Tokio Blues). Incluso, la película tiene un final diferente. La avanzada del j-horror era tal por esos años que el director -antes y después, un director de videoclips- ni siquiera pudo esperar a que terminaran de salir los números del manga y averiguar la conclusión original. Pero el mundo de Junji Ito es así: todo es fiebre.

Junji Ito dice que lo que más le gusta dibujar son monstruos, y lo que menos le gusta dibujar son edificios. Así como Uzumaki, su obra en general ha sido adaptada -o intentado- al cine y la televisión libremente varias veces, casi ninguna exitosa, pero él es tan amable que cuando le preguntan qué opina, responde simplemente que hacer cine le parece más difícil que dibujar: “Doy libertad para que los directores y creativos puedan adaptar como mejor consideren mis obras, porque ellos son quienes saben de cine”. Si hay que hablar de cine, dice que sus favoritos son Dario Argento (que confiesa, le hubiese gustado adaptara alguna una obra suya) y Kiyoshi Kurosawa, pero que incluso se ha inspirado en Steven Spielberg y Sam Raimi para algunos de sus personajes y locaciones. Su universo ha tenido ligeros contactos también con los videojuegos. De hecho, hace no mucho se anunció su participación en juego de Silent Hill para Konami, que emocionó a muchos, dirigido por Hideo Kojima y producido por Guillermo del Toro, quien reveló el proyecto personalmente con toda la pompa, aunque poco después fue cancelado. Si bien, para la serie de Netflix, Junji Ito no hizo mucho más que, como siempre, “dar su bendición”, quienes se encargaron del asunto, Studio Deen - los mismos de la primera antología Junji Ito: Collection para Crunchyroll- se ocuparon de tratar la obra con gran respeto, siempre en este plan: situaciones menos asquerosas, más accesibles para el público general, pero conservando ese clima mundano que se enreda intempestivamente en situaciones cada vez más perturbadoras, y que a uno lo dejan pensando en silencio mucho tiempo después de terminada la historia.

Si el cine de terror occidental actual se ha enamorado de la cita, la autorreferencia, la parodia e incluso la comedia, para reinventar el género, la obra de Junji Ito parece desprovista de toda ironía y nostalgia, y a la vez, es totalmente innovadora; le ha dado herramientas a todos. A todos les dio de comer. Algunos dicen que las últimas IT le deben mucho al body horror surrealista que él ha ido generando como retórica durante las últimas tres décadas, o que ideas como las de la amenaza flotante -bueno, el lío con los globos exactamente- de la Nope de Jordan Peele, o el terror capilar de Bad hair, remiten a imágenes bien concretas de su universo desconcertante. La sonrisa terrible de Smile, desde ya, estuvo inspirada en sus dibujos, pero realmente hasta Mia Goth en la última escena de Pearl parece sacada de una de sus viñetas. Más allá de escenas específicas, hay cierta gramática del horror, del enrarecimiento de lo cotidiano, de los climas por sobre las explicaciones y la fatalidad como único norte que remiten a ese universo. En las historias de Junji Ito no hay preámbulos y no hay conclusión. Todo es destruído y nadie se salva. Hay que tomar el horror como viene y dejar que se expanda: a diferencia de muchas obras actuales, no hay necesariamente un comentario social -aunque muchas cosas le preocupan; ha dicho que la guerra en particular, la violencia contra las mujeres y la avanzada de los ciempiés araña-, por supuesto que no hay explicación alguna sobre lo que sucede, y ni siquiera hay un estudio psicológico de los personajes, a quienes casi nunca se llega a conocer porque, bueno, sus vidas y anhelos no importan. 

Están ahí apenas para recordarle a uno que esas historias empiezan en mundos parecidos a los nuestros, y que el descenso es irreversible. “Los mangas de terror que leía no me daban tanto miedo. En cambio, los programas de televisión en los que iban a casas embrujadas o tenían una médium que podía invocar espíritus me parecían espeluznantes. Realmente no podía ir solo al baño. Sobre todo porque el baño de mi casa estaba al final de un túnel subterráneo, pero bueno, me asustaban las cosas que me parecía que podían llegar a ser reales, que podrían llegar a suceder en una casa por algún motivo. Los mangas los disfrutaba, los encontraba interesantes e intrigantes. Pero después de escuchar esas historias supuestamente reales, que podían irrumpir en nuestro mundo, ese baño…ese baño daba miedo”.