Debe decirse, debe decirse en esta hora, y debe decirse con claridad. Ramón Eduardo Saadi no fue desplazado del poder por el voto popular, sino por una serie de maniobras que inauguraron en el país el perverso funcionamiento de la maquinaria mediática-judicial que hoy opera mucho más sólida y aceitada.

Ese es un hecho objetivo, que emerge incluso al margen de cualquier valoración que pueda realizarse sobre la gestión de Ramón como gobernador.

Porque la gracia de la democracia es precisamente esa: si gobierna bien se lo votará, si gobierna mal se votará a otro. En Catamarca no sucedió así. Lo sacaron de Casa de Gobierno sin mediar la expresión de la ciudadanía en las urnas. Lo sacaron así porque en las urnas no hubiera perdido, y encontraron allí la oportunidad de reciclarse los aliados de la dictadura en Catamarca, que reaparecían oportunamente enfervorizados por el espíritu democrático.

Y existe otro agravante: quien lo ejecutó fue un amigo de la casa, un abogado riojano que había llegado a la Casa Rosada de la mano de Vicente Saadi, padre de Ramón; en una de las traiciones más dramáticas y escandalosas que registre la historia nacional.

Esa lectura política se desprende de la simple mirada de los acontecimientos. Sabrá Dios si, además, hubo otros intereses en el medio para acelerar las decisiones. 

La proyección nacional de Ramón, que había realizado un acto a cancha llena en Atlanta; la ambición por controlar las fortunas que generaría la producción minera, aparecen siempre como factores que pudieron incidir para decapitarlo políticamente.

Pero a Ramón no lo traicionó únicamente Menem: lo traicionaron muchos integrantes de su propio círculo, que se dieron vuelta apenas vieron llenarse el cielo de nubes oscuras.

El proyecto que se construyó luego en Catamarca no hubiera prosperado de la manera que lo hizo sin el acompañamiento de aquellos que, cruzando de vereda, lo legitimaron.

Ministros, secretarios, colaboradores que habían accedido a sus funciones gracias a Saadi, de pronto denunciaban los horrores del saadismo para volver a acomodarse y ganar la simpatía general.

Gente de memoria corta y bolsillo lleno. Rápida de reflejos y flaca de convicciones.

El propio Partido Justicialista, durante varios años, fue una herramienta funcional a las fuerzas que habían aniquilado al peronismo con malas armas. Por eso Ramón debió construir su propio espacio, el MAP, para competir sin claudicar.

Junto con él, cayeron en desgracia muchos compañeros. Y ahí empieza a conocerse el verdadero rostro de Ramón: porque nunca los abandonó. Pese a haber padecido tantas traiciones, o quizás precisamente por ello, fue incondicional con sus leales.

Porque la caída de Saadi no la sufrió, como gusta relatar la historia oficial, una familia. La sufrieron miles de catamarqueños, perseguidos, humillados y dejados en la calle por el delito de ser peronistas.

Porque la intervención federal liderada por Luis Prol, se ocupó de barrer la administración pública con miles de despidos injustificados, para dejar el camino allanado a los nuevos amigos de Menem.

El contexto

Hay dos cuestiones que el lector joven o desprevenido puede señalar.

La primera: la convulsión social, el crimen que lo generó y la situación que se vivía en Catamarca eran reales al momento de la intervención. Es cierto.

La segunda: Ramón Saadi volvió a competir electoralmente y ya no recuperó el gobierno. También es cierto.

Allí es donde entra el aparato mediático-judicial, que por entonces fue un tubo de ensayo de las técnicas que se aplicarían más tarde en el país.

El crimen de María Soledad fue un hecho cruel, horrendo e injustificable. Ella fue la primera víctima, la gran víctima.

El punto es que el vínculo político con el homicidio, el famoso relato de “los hijos del poder” nunca jamás fue probado por la Justicia.

Se escribió un fallo sin pruebas y sin fundamentos, sólo porque era la versión que el gobierno de la época necesitaba para sostenerse. Para ello hizo y deshizo en la Justicia, hasta armar un tribunal sin respetar ningún mecanismo procesal.

Por esa razón el Frente Cívico y Social tenía un Comité Estratégico de Seguimiento del Caso, para operar y manipular todo aquello que fuera necesario para que el agua no se saliera del cauce deseado.

Por ello el presidente del Tribunal del primer juicio, Alejandro Ortiz Iramaín, jamás recibió una respuesta pese a haber denunciado todo lo que ocurría.

La clave es que quienes llegaron prometiendo justicia fueron en realidad quienes aseguraron la impunidad del asesino: porque nunca lo buscaron, porque dirigieron la causa al sólo efecto de que respondiera a sus intereses.

Por eso nunca más se investigó, por eso no se avanzó en ninguna causa conexa, por eso nadie se interesó por averiguar sobre supuestos encubrimientos. La misión estaba cumplida con la condena a una persona indirectamente vinculada al gobierno, que respaldara la teoría antisaadista.

El demonio

En cuanto al relanzamiento político, la prensa hizo su parte con lo que hoy se definiría como lawfare. Masacraron la imagen de Ramón premeditadamente, lo demonizaron como a ningún otro político en el país. Fue una campaña que duró años, en la cual se lo describió como el eje de todos los males.

Y esa metodología fue muy útil para quienes aspiraban a manejar Catamarca. Se enamoraron de las denuncias contra el feudo y el nepotismo, aunque una vez en el poder hicieron exactamente lo mismo.

No hubo tregua. Incluso cuando Lucía Corpacci ganó la gobernación, medios nacionales publicaban informes del estilo “La familia que ocultó Corpacci para llegar al gobierno”, como si alguien en Catamarca no supiera que eran primos.

El final

Ramón Saadi nunca revertirá su imagen a nivel nacional. La nefasta maquinaria hizo un buen trabajo. La sociedad de Catamarca, en cambio, supo comprender. La militancia no lo condenó. Nunca tuvo que esconderse: hasta ayer nomás podía recorrer cualquier barrio o pueblo del interior, y la gente lo recibía con una calidez que más de un político envidiaría.

Cometió errores, seguramente. Le faltó experiencia para resolver el caos y el escándalo, es posible.

Pero fue un hombre de familia, dedicado a la política, que gobernó por decisión del pueblo. Quienes quisieron convertirlo en símbolo de la corrupción y la maldad nunca lograron imponer esa historia en la tierra que ayer lo despidió para siempre.

* Opinión publicada en diario El Esquiú, 9 de febrero de 2023.