En muchas notas acerca de temas de importancia o de fuerte debate, se observa la irrupción apabullante de lo anecdótico y de problemáticas personales en su tratamiento, las cuales se abordan casi como una mini biografía de las personas consultadas.
Este es un caso reciente en el deporte, con la irrupción de la polémica por la participación de transexuales en el alto rendimiento.
Durante más de tres años se ha escrito mucho acerca de la pesista transexual neozelandesa Laurel Hubbard, y de la nadadora estadounidense Lia Thomas, que igualaron en cuanto a exposición mediática a la atleta sudafricana Caster Semenya.
Esto insólitamente se produjo también en el Comité Olímpico Internacional (COI), que expuso esos casos casi de idéntica manera, en la que todo se reduce a tener en cuenta los niveles de testosterona de las deportistas, exigiendo una especie de doping al revés. Es decir, bajar sus niveles naturales hormonales mediante fármacos para poder competir, mostrando también una peligrosa ignorancia acerca de las diferencias entre transexualidad y hermafroditismo.
También en las opiniones vertidas se introducen temas como la atroz discriminación laboral y/o social que sufren en muchos países los transexuales, con su voluntad y genuinas aspiraciones para hacer deportes, e incluso sus sueños y percepciones personales acerca del mismo, tales como: "El Deporte me salvó la vida", "descubrí que el deporte es algo maravilloso", etc.
Es claro que ambas reflexiones son válidas y tienen toda la razón. El deporte es algo maravilloso y le puede salvar o mejorar la vida a cualquiera, al menos en cuanto a su bienestar físico y psíquico, y su práctica debiera ser un derecho adquirido.
Sin embargo, cuando la nota debe ser específica y llegar a alguna conclusión técnica, es decir, ser equilibrada y preguntarse si lo más justo no sería una nueva categoría abierta, o que simplemente pueda un hombre trans competir contra mujeres. En pesas, como en el caso de Hubbard, o en natación como Thomas, las conclusiones son militantes o ganan en cuanto a la emotiva anécdota personal, lo que pierden en cuanto a profundidad técnica, en lo que debiera ser una búsqueda del equilibrio necesario para lograr competencias lo más justas y equilibradas posibles.
Es claro que no existe ese equilibrio en las competencias entre ciudadanos de países opulentos, con una gran infraestructura y un apoyo económico personalizado, enfrentados a otros de por ejemplo, ex colonias pauperizadas, que como única alternativa válida para realizar sus sueños deportivos deben cambiar de nacionalidad, y representar a las antiguas metrópolis que usufructuaron sus territorios hasta hace pocos años.
Si a esas diferencias económicas y sociales injustas, pero ya aceptadas, inabordables e incluso instaladas en la narración, le sumamos las diferencias hormonales y antropométricas provenientes de la falta de conocimiento y criterio de las autoridades deportivas como el COI, y también de algunos de los circunstanciales cronistas, entonces habremos dado un paso más en la profundización de las diferencias e injusticias y no en su acortamiento.
En el mejor de los casos esas notas llenas de buenas intenciones pero de escaso vuelo técnico, se habrán de amontonar en ese rubro tan afín a los tiempos modernos, que revitalizan el famoso apotegma gatopardista. Cambiar todo para que todo siga igual. Es decir, la amplitud de la nada.
* Ex Director Nacional de Deportes.