El Festival Internacional de Cine de Punta del Este celebró sus bodas de plata y, como en cada edición, el cine argentino volvió a ocupar un lugar destacado. Con un detalle importante: la mayoría de los artistas invitados fueron mujeres. Se homenajeó a Cecilia Roth, la directora Ana García Blaya presentó su segunda película, La uruguaya, y Sofía Gala Castiglione pasó por el popular balneario oriental para brindarle apoyo a su último trabajo, el policial negro Natalia Natalia, dirigido por el experimentado cineasta Juan Bautista Stagnaro.
Aunque al verla caminar por las inmediaciones de la histórica Sala Cantegrill, sola o acompañada, da la impresión de ser una chica reservada y distante, Castiglione no tiene ningún problema en detenerse a recibir cada una de las felicitaciones y saludos que los espectadores le dedican al final de la proyección, siempre con una calidez genuina y cándida. La gente la quiere y ella retribuye el cariño dejándose abrazar y posando para las fotos con una sonrisa. Lo mismo pasa cuando se sienta frente al grabador dispuesta a contestar cualquier pregunta, dejando que la cosa se parezca más a una charla de café que a una entrevista laboral.
El público del Festival de Punta del Este disfrutó del policial escrito y dirigido por Stagnaro, en el que otro gran trabajo de Castiglione es el principal soporte, sostenido por el de dos excelentes colegas como Diego Velázquez y Demián Salomón. Natalia Natalia se estrenó en Argentina en el mes de diciembre y debió disputarse el interés de la gente con el Mundial de Messi (competencia desleal si las hay) y por eso la película volverá a las salas durante las próximas semanas. Sin embargo, Castiglione no está de acuerdo con la idea de que la Copa del Mundo haya sido la responsable de que los espectadores no eligieran ver esta u otras películas argentinas estrenadas en esa fecha.
“Creo que la coyuntura del Mundial no fue la única razón. Siento que tenemos un cine nacional muy increíble, pero que muy pocas veces es apoyado por los medios, por la crítica. Hay una desvalorización de nuestras películas, con la excepción de aquellas en las que participan dos o tres actores o directores”, sostiene Castiglione. “Tengo muy buena relación con la crítica, siempre tuve muy buenas críticas sobre mi trabajo, pero me parece que al cine argentino no se le perdona nada”, continúa. “Incluso desde el Incaa y los espacios que pueden aportar financiación se les dan cada vez menos posibilidades a las producciones más chicas, que por ahí necesitan más apoyo que las productoras grandes, que tienen más espalda. Entonces, el problema del cine nacional no es solamente el Mundial, sino que también sucede toda esta cosa que estaría buenísimo cambiar. Tenemos un cine nacional maravilloso, muy interesante y arriesgado”, concluye.
-¿Y cómo podría modificarse esa cultura de menosprecio?
-Creo que todos tenemos que apoyar nuestra cultura, desde todos lados. La industria, los actores, los realizadores y también los medios. Porque si todo el tiempo vas y matás a la película argentina, pero después a cualquier tanque pedorro le ponés 50 estrellas, también la gente se acostumbra a eso. A ir a ver los súper tanques o esas películas con los tres nombres de siempre y a darle pocas posibilidades a lo demás, porque el cine argentino es “de festivales” o es “aburrido” o es “lento”. Y no es así. Deberíamos educarnos más sobre nuestra cultura y apoyarla, porque tenemos realizadores fantásticos que deberían verse y deberían poder filmar más. Tenemos que apoyar nuestra cultura para que salga adelante.
-¿Te enoja esa situación?
-Yo trabajo porque soy una disconforme permanente con un montón de cosas y me quejo a través de mi trabajo. Me expreso. Me parece que en la cultura del “like”, hoy la mayoría de los artistas quieren que se los quiera, que nadie diga nada malo de ellos. Quieren el “like”. Y no son solo los artistas, sino que es algo cultural: se busca la aprobación.
-Pero una aprobación instantánea y superficial.
-Totalmente. La aprobación del artista complaciente, del que se sube al escenario para que todos estén de acuerdo con él, que tiene miedo de que la gente salga perturbada o movilizada y prefiere que salga sonriendo. Para mí eso solo es entretenimiento, que está bien, pero no es casualidad que esto pase en un mundo donde la frivolidad está a la orden del día y todo lo profundo es rechazado. Me parece que es una linda manera de tenernos ahí abajo, totalmente desculturizados, superficiales y frívolos. Por eso es interesante la gente que en este momento se anima a filmar, a decir cosas distintas, a provocar sin la intención de ser querido o de agradar. Ese es un valor que la cultura necesita.
-¿Y cuál es el rol del espectador en esta ecuación?
-La gente no va más al cine, no se arriesga como antes. Por ejemplo, a mí me encanta el Cine Lorca porque tiene precios accesibles y todavía puedo ir a hacer lo mismo que cuando era chica. Decir “bueno, a ver…” y meterme a ver una película de la que no sé nada. Un riesgo que ahora la gente casi no puede tomar, porque la entrada sale tan cara que ya nadie se arriesga. Entonces vas a lo seguro, a lo que alguien te recomendó o a un súper tanque con efectos especiales. El cine cambió.
-Esa idea se arraigó más con la pandemia y la masificación del streaming. Ahora parece que solo hay que ir al cine para ver películas gigantes, porque todo lo demás se puede ver en la tele.
-Eso es tremendo, porque el cine es un ritual, un lenguaje en sí mismo. Ya no se va al cine a explorar y a dejar que te pasen cosas. Ya no elegís una película que te conmueve o te moviliza, y casi pareciera que está mal que el cine te provoque. Y para mí el arte es eso. No digo la provocación por la provocación, sino el acto de provocar algo en el otro, que la otra persona salga modificada, aunque no necesariamente sea para bien. En ese sentido, prefiero una película que odie antes que una película con la que no me pase nada, porque me parece que tiene más valor aquello que te provoca algo. Y el cine tiene una cosa que por más que tengas en tu casa el mejor televisor, nunca va a ser igual. La decisión de ir a un lugar a compartir con gente que no conocés, ver en grande, con ese sonido y toda esa atmósfera envolvente para que te cuenten una historia.
-Eso que decías al respecto de las redes sociales y la cultura del “like” en relación a los artistas también se puede aplicar a la inversa, desde el lugar de un espectador que también elige películas que no lo obliguen a hacer un mayor esfuerzo que el de dar un “like”.
-A eso me refería cuando hablaba de levantar la cultura, de darle más bola, porque no es una cosa que se vaya a solucionar con el esfuerzo individual. Hay un montón de factores que juegan para que estas cosas sucedan. Estamos en una época en donde no queremos que nos pase nada, en la que le tenemos pánico a las sensaciones y nos armamos estas vidas ficticias en donde casi nadie se relaciona con el otro directamente y ves la vida que los demás se inventan a través de una red en la que todo es feliz y superficial. Porque incluso la tristeza es superficial, apenas un instante dentro de un zapping donde tenés 20 segundos y las cosas van pasando. Hoy la gente le tiene miedo a aburrirse, a estar mirando una imagen y no entenderla.
-¿Creés que el formato fragmentado de las redes sociales, sobre todo las de plataforma audiovisual, es enemigo del cine?
-No sé si diría un enemigo, pero sí que acostumbró a la gente a un ritmo y a esta cosa de no aburrirse, aunque tampoco te estés divirtiendo. Ahora los pibes no tienen tiempo de aburrirse, no existe. Ahora enseguida tenés el celular, tenés esto, tenés lo otro, pero tampoco es que te estás divirtiendo, sino que entrás en un estado de pausa. Y creo que eso es peligroso, así como en un montón de cosas son herramientas positivas. Por otro lado, me parece que está matando esto tan importante que es tomarse el tiempo, no tenerle miedo a aburrirse. Hay un director que dice que el tiempo de aburrirse también es necesario y hay que permitírselo como medio para encontrar cosas más interesantes y cosas nuevas.
-¿Dirías que el entretenimiento está sobrevaluado?
-Y… se convirtió en todo. Digo, a mí me encanta el entretenimiento, veo mucha tele, me gusta. Pero es muy distinto al arte. Los artistas que a mí me gustan son artistas enojados que tienen algo para decir, a los que les pasan cosas, que no están conformes.
-¿Elegís tus personajes desde ese lugar?
-Elijo todo lo que hago desde ese lugar. Soy una persona a la que le pasan un montón de cosas con el mundo en donde vivimos o la vida que tenemos y necesito decirlas. Necesito expresarme, necesito desahogarme. Necesito que me pasen más cosas por el cuerpo, que me atraviesen, porque estoy enojada, porque estoy inconforme. Eso es la vida para mí.
-De hecho, algo en lo que coinciden muchos de tus personajes es que se trata de mujeres obligadas a enfrentar situaciones problemáticas que deben ser resueltas durante la película.
-¿Pero eso no es la vida? Acabás de contarme la vida de todas las mujeres del mundo: mujeres con problemas que las sobrepasan y necesitan atravesarlos. That's life.
-Claro, pero en términos cinematográficos también hay comedias, donde las cosas pasan o se viven con otro tono. Y en tu carrera no hay muchas comedias.
-Sí, me encantaría hacer comedia, lo que pasa es que no toda la comedia me divierte, porque es un género muy subjetivo. Pero siempre intento poner algo de comedia en mis trabajos, porque una situación medio dramática en algún punto también podría llegar a ser cómica. Me encantan las cosas que me hacen reír y que me conectan con el arte desde ese lugar. Pero no elijo mis trabajos por los géneros, sino que las historias me van atrapando, y tampoco es que encuentro muchas comedias que me hagan reír. Hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar, mucho más. Todos lloramos más o menos por las mismas cosas, pero no nos reímos de lo mismo.
-Otro elemento significativo de tu carrera es la recurrencia de algunos directores. Hiciste varias películas con Diego Rafecas, con Gabriel Grieco, con Ayar Blasco. ¿Cuánto te sirve establecer esos vínculos para trabajar más feliz o para trabajar mejor?
-En el caso de Ayar, él es uno de mis mejores amigos. Tengo un grupo de amigos en el que la mayoría nos dedicamos al arte y todo el tiempo hacemos cosas juntos. Me interesa la idea del Do It Yourself (hacelo vos mismo), la época del punk, los fanzines y el arte creado por estos jóvenes. Ahora parece que no podés hacer nada sin tener un soporte atrás y nadie se arriesga a menos que tenga la cámara, la luz, el presupuesto. En el caso de Ayar y mis amigos siempre estamos laburando juntos: si uno toca, el otro le pasa música, otro le hace las visuales y así. Y eso es una de las cosas más increíbles y en las que más plena me siento en cuanto al desarrollo artístico y personal. En el caso de Rafecas, Grieco y otros directores, si volví a trabajar con ellos es porque este también es nuestro trabajo y en él te vas encontrando con grupos y gente con la que te llevás bien. Conocés su manera de trabajar y te ponés a filmar porque ya tenés una cosa en común. Y a veces porque también es trabajo. Ojalá siempre pudiera elegir el papel de mi vida, pero no siempre es así y por supuesto prefiero trabajar con mi instrumento que hacer otra cosa.
-Hay algo en tu carrera muy vinculado a la identidad. A lo largo de los años tu nombre como actriz parecía estar en construcción. En algunas películas apareciste usando solo tus nombres, Sofía Gala, otras veces como Sofía Castiglione, pero desde hace un tiempo decidiste que te acrediten con tu nombre completo, Sofía Gala Castiglione. ¿A qué se debió ese proceso?
-Te diría que, desde el principio, las películas que no me pusieron Castiglione es porque estuvieron mal manejadas. A veces pedís cosas y hacen lo que quieren, pero desde la primera película quise que se me llame por mi nombre completo. Mi mamá me puso Gala, es mi nombre, pero hay gente que cree que es mi apellido o mi nombre artístico. Lo que pasa es que mi mamá me puso como un nombre artístico de movida, entonces queda perfecto (risas). Además Sofía Gala es un nombre que se usó mucho desde lo mediático, porque mi mamá me llamó así toda la vida, entonces me parecía interesante que se sepa mi nombre completo y se me empiece a llamar por como realmente me llamo. Mi apellido es de donde vengo y me encanta usarlo, porque esa es la persona que soy. Porque no soy Prince ni me interesa (risas). Me importa porque es el apellido de mi papá, de mis hijos. Es mi identidad.