Lula da Silva regresó a EE.UU. como presidente elegido por tercera vez y se reunió en la Casa Blanca con Joe Biden, con quien tuvo sus chispazos cuando este era vicepresidente. Pero ahora los une el espanto: luego de ganar las elecciones, ambos sufrieron la toma de edificios de gobierno por parte de ultraderechistas en masa, los de Jair Bolsonaro en Brasilia y los de Donald Trump en Washington.
La prensa accedió al inicio del encuentro en la Oficina Oval donde se lo escuchó a Lula decirle a Biden que su intención es recolocar a Brasil en la nueva geopolítica internacional, luego de haber estado aislados cuatro años, en referencia al gobierno de Bolsonaro. Lula la agradeció la solidaridad y el rápido reconocimiento de su victoria electoral cuando se cernía la amenaza de un golpe de Estado: “Brasil estuvo 4 años marginado porque a su presidente que no le gustaba mantener relaciones con ningún país; su mundo terminaba y comenzaba con las fakes news a la mañana, a la tarde y a la noche”. Biden, rápido de reflejos, respondió entre risas: “Estoy familiarizado con eso”.
Joe Biden fue más formal, aunque amable: le comentó a su visitante alojado en la casa de huéspedes a metros de la Casa Blanca, que las democracias de Brasil y EE.UU. habían tenido que superar un "examen" y prevalecieron sobre la violencia política. Lula agregó que había una necesidad de trabajar juntos en la lucha contra el cambio climático y en iniciativas para enfrentar la deforestación de la Amazonia, profundizada durante el Gobierno de Bolsonaro.
Lula en CNN
Horas antes, Lula concedió una entrevista a CNN donde dijo que Brasil no tiene una “cultura de odio”, pero sí una fuerte división similar a la de EE.UU.: “Aquí también hay una división que es mucho más, o igual de grave que en Brasil. Los demócratas y republicanos están muy divididos”. Luego declaró que abordaría ante Biden los embargos económicos de EEUU contra Cuba y Venezuela, como lo hizo durante sus anteriores mandatos tanto con George W. Bush como con Barack Obama.
La visita presidencial se da en el contexto de una extraña coincidencia: Bolsonaro viajó a EE.UU. en vísperas de la investidura de Lula y está en Florida tramitando una visa que le permitiría permanecer en el país, mientras las autoridades brasileñas investigan si instigó o no los asaltos del 8 de enero. Lula dijo al respecto: "Él huyó de Brasil en un avión presidencial (...) y vino a esconderse aquí, en casa de un amigo; de todos modos, algún día tendrá que volver a Brasil y enfrentar los juicios; Bolsonaro no tiene posibilidades de volver a la presidencia".
Un funcionario estadounidense declaró off the record que la Casa Blanca no ha recibido ninguna "petición" de Brasilia sobre la estadía de Bolsonaro y que el tema no está previsto en la agenda, aunque la condiciona: "ambos quieren ahondar en su compromiso compartido por promover, reforzar y profundizar la democracia". Bolsonaro tuvo una relación estrecha con Trump y fría con Biden, quien desea aprovechar el cambio de gobierno para afianzar lazos entre las dos grandes economías de América.
El calentamiento global
Al final del encuentro, Lula compareció ante la prensa y reveló que había hablado con Biden sobre la posibilidad de que países ricos, como Estados Unidos, ayuden a preservar el ecosistema en las naciones de América del Sur, como el Amazonas en Brasil. Pero no aclaró si Washington contribuiría al Fondo Amazonia, un mecanismo financiero multilateral creado en 2008 y gestionado por Brasil para la lucha contra la deforestación. Lula prometió acabar con la deforestación de la Amazonia hacia 2030, después del pobre desempeño de Brasil en la materia durante el mandato de Bolsonaro. No empezó mal: en enero cayó 61% la deforestación en relación con el mismo periodo de 2022, según datos oficiales publicados este viernes.
Aprovechando la ocasión, grupos indígenas, ecologistas y de la sociedad civil publicaron una carta abierta a Lula y Biden en la que insisten en que la protección de la Amazonia y la lucha contra el cambio climático "solo es posible con derechos humanos y combatiendo el racismo ambiental". "Las crisis ambientales y las amenazas de golpe de Estado van de la mano" en Brasil debido a que "las mismas fuerzas y actores que financiaron acciones terroristas (...) también son responsables de la deforestación, la invasión de territorios indígenas y la minería ilegal", escribieron en el texto, refiriéndose a los asaltos del 8 de enero y la política de Bolsonaro.
La guerra en Ucrania
Al cierre de esta edición no trascendió mucho de lo hablado entre los dos líderes. Se había adelantado que el tema Ucrania estaría en la agenda porque Biden desea atraer a los líderes latinoamericanos hacia su posición. Lula es partidario de la neutralidad. Por eso se calcula que este tema pone un límite a la buena sintonía entre Biden y Lula. Biden lidera iniciativas occidentales para respaldar a Kiev, convencido de que hay que brindarle ayuda diplomática, armas y entrenamiento militar. Brasil, junto con países como India, Sudáfrica, Argentina, Colombia y México, es reticente a enviar armas.
Lula afirma estar "preocupado por esta guerra" pero no quiere participar ni siquiera indirectamente. Propone "crear un grupo de países que se siente en la mesa con Ucrania y Rusia para intentar llegar a la paz". Ha hablado del tema con el presidente francés Emmanuel Macron y con el canciller alemán Olaf Scholz y lo abordará en marzo con el líder chino Xi Jinping, a quien tiene previsto visitar. En la entrevista con CNN Lula abogó por "hablar con ambas partes; necesitamos encontrar interlocutores que puedan sentarse con el presidente Putin y mostrar el error que cometió al invadir la integridad territorial de Ucrania y tenemos que demostrarle a Ucrania que es necesario aprender a conversar más; tenemos que parar esa guerra".
Antes de su reunión con Biden, el presidente Lula se entrevistó con el senador Bernie Sanders, viejos amigos que solamente se conocían digitalmente.
La relación de Biden con la izquierda en Brasil terminó en forma tortuosa cuando era vicepresidente de Obama y tuvo que pedir perdón por el espionaje que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) hizo contra el ipad y los teléfonos de la entonces presidenta Dilma Rousseff en 2012, además del robo de informaciones de Petrobras. Hoy se respiran otros aires entre Washington y Brasilia.